Siempre que reverdezca la esperanza sobre el futuro de España, debería venirse a la mente la imagen de unas castañuelas. Dos sencillas tablillas de madera, unidas por una cuerda, que emiten un sonido fuerte y seco. No hay que ser un virtuoso para aprender a dominar este instrumento, pues basta con tener cierto vigor en los dedos para provocar el claqueteo. Los resultados suelen ser satisfactorios, especialmente, para quienes acostumbran a utilizar la música y el folclore para enmascarar los problemas más acuciantes.
Apareció hace unas horas en el barrio madrileño de Lavapiés un mosaico –pixelado- que configuraba la imagen de Fernando Simón. Lo hizo en una de las esquinas de la calle dedicada al santo de su apellido, en lo que constituyó una nueva muestra de que el instinto transgresor de algunos artistas de izquierda se apaga cuando gobiernan los suyos. En este caso, el autor es un tal Basket of Nean, quien tituló la obra como ‘San Simón te cuida’.
Poco después de que trascendiera esta ‘creación’, la revista El País Semanal revelaba su portada, en la que aparecía Simón a lo Marlon Brando en Salvaje (The Wild One), es decir, a lomos de una motocicleta y ataviado con una chaqueta de cuero. No muchos días antes, comenzaron a circular camisetas con la cara del portavoz gubernamental. En mitad de la travesía del desierto del coronavirus y ante la desesperanza sobre el futuro, ha habido quienes han intentado convertir a este epidemiólogo -rebautizado como político- en un becerro de oro al que adorar. Como aquí no ha muerto nadie, pelillos a la mar.
La más penosa actitud
Glorificar a un Gobierno siempre ha sido cosa de artistas repletos de hambre o vacíos de principios, pues implica poner el talento a merced de la propaganda y genera complicidades que conducen irremediablemente a la mansedumbre y la complacencia. Aquí ha ocurrido algo especialmente siniestro, y es que el Ejecutivo quiso dar carpetazo a la pandemia con una enorme campaña publicitaria denominada ‘Salimos más fuertes’.
Lo hizo a costa de la verdad, pues la fortaleza no sobra precisamente en esta España, en la que el agujero que ha generado el virus será el más grande de la OCDE y en la que la amenaza de un rebrote continúa y continuará presente. Frente a esta situación, los artistas e intelectuales guardan silencio en el mejor de los casos. En otros, han cerrado filas alrededor del Gobierno. Johnny Rotten llora por las esquinas.
No hay nada de brillo en Sánchez, por lo que las entrevistas que concede suelen ser soporíferas y exentas de interés. Una sucesión de lugares comunes y eslóganes revenidos que anulan al entrevistador, sea incisivo o complaciente"
La docilidad de buena parte de los medios de comunicación también ha sido evidente, lo que ha puesto demasiado fácil al Gobierno la tarea de imponer su discurso. La armada mediática que comulga con sus políticas es muy potente; y la prensa que denuncia sus desmanes suele caer en demasiadas ocasiones en el histrionismo y la conspiranoia, lo que salpica sus mensajes de un componente paródico que resta efectividad a la crítica. Hasta un bachiller se daría cuenta de esto, pero ya se sabe que cuando el simio humano se apasiona, a veces pierde la capacidad de razonar.
Entrevista a Ferreras
En esta situación, Pedro Sánchez ha concedido este jueves su primera entrevista desde la declaración del estado de alarma y lo ha hecho en La Sexta, un canal que ha mantenido un seguidismo gubernamental que ha rozado lo pornográfico en algunos momentos de esta crisis. El interlocutor del presidente del Gobierno ha sido Antonio García Ferreras, a quien alguna prensa culpará de ‘flojo’, pero yo no lo comparto en este caso. Entre otras cosas, porque Sánchez es uno de esos púgiles mucho más ágil de piernas que de puños, por lo que juega a esquivar golpes y desgastar al rival, aun a costa de quedar como un palomero.
Al contrario de lo que escribió John Carlin en su más lamentable artículo de los últimos tiempos, no hay nada de brillo en este mandatario, por lo que las entrevistas que concede suelen ser soporíferas y exentas de interés. Una sucesión de lugares comunes y eslóganes revenidos que anulan al entrevistador, sea incisivo o complaciente. Escuchar hablar a Sánchez resulta tan frenético como sintonizar Radio María durante toda una tarde.
La entrevista se ha emitido desde el Palacio de La Moncloa y en campaña electoral, algo que le valió una multa de 500 euros al presidente del Gobierno el pasado enero, por parte de la Junta Electoral Central. El motivo es que la utilización de un espacio público para este fin implica romper la obligada neutralidad que se le exige al Ejecutivo en estos períodos. Es decir, quebrantar la separación de poderes. Algo, por cierto, que también hizo Isabel Celáa al utilizar las ruedas de prensa del Consejo de Ministros para hacer propaganda. O que, entre otras muchas cosas, realizó Sánchez cuando designó a Dolores Delgado como fiscal general del Estado.
Felaciones ‘vanguardistas’ aparte, lo cierto es que el presidente del Gobierno tiene cierta querencia a actuar como si todo el Estado le perteneciera y como si el Palacio de La Moncloa sea el único núcleo del poder político de este país democrático"
Felaciones ‘vanguardistas’ aparte, lo cierto es que el presidente del Gobierno tiene cierta inclinación por actuar como si todo el Estado le perteneciera y como si el Palacio de La Moncloa sea el único núcleo del poder político de este país democrático. Es una actitud voraz y paternalista que se aprovecha de la querencia de este pueblo inmaduro por entretenerse con el claqueteo de las castañuelas o el Resistiré cuando los problemas aparecen en el horizonte.
Deberían los ciudadanos ser conscientes de que utilizar Moncloa para hacer una entrevista durante la campaña electoral supone una burla impresentable, del mismo modo que hacerse con el control de Correos, de Paradores, del CIS, de la Fiscalía General del Estado o de RTVE sin sonrojarse.
Ante estas actitudes, se exigiría cierta crítica punzante en los medios y transgresión de artistas e intelectuales. Pero todos parecen haber caído en la trampa del ‘proteccionismo’ gubernamental sin darse cuenta de que esa actitud les conducirá a una muerte profesional lenta y, sobre todo, justa.