Leon Weintraub tiene un aspecto admirable, muy difícil de creer en alguien de su edad, pero habla ante las tres mil personas con la serena certeza de que es la última vez que lo hace. Tiene 99 años y es casi imposible que en el próximo aniversario, aunque sea el 85º, esté él allí para repetir lo que lleva décadas repitiendo: “Permanezcan atentos y vigilantes”, dice con voz clara, “tomemos muy en serio lo que dicen los enemigos de la democracia, que en muchos países, también en el mío [Polonia], desfilan con sus uniformes y lanzan las consignas de una ideología que asesinó a millones de personas. Y eso no tiene consecuencias para ellos. Que esto que nos reúne aquí hoy sirva de advertencia contra los movimientos cada vez más ruidosos de la derecha radical y antidemocrática”.
Lo que reunió a 3.000 personas en una enorme carpa cuyo fondo era la espantosa “Puerta de la Muerte” era el 80 aniversario de la liberación de aquel lugar: el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, un gigantesco complejo dedicado a matar gente con métodos industriales de asombrosa eficacia. Cuando los soldados del Ejército Rojo llegaron allí, en su avance hacia Berlín (hace ahora mismo 80 años), no podían creer lo que estaban viendo. Primero, por las dimensiones: Auschwitz-Birkenau estaba conformado por tres grandes campos y 45 “satélites” más pequeños. Era una auténtica ciudad de la muerte. Todo esto se montó en un pueblecito del sur de Polonia, Oświęcim, que no llegaba a los 1.500 habitantes y en el que nadie habría reparado jamás de no haber sido por la metódica locura que allí se organizó. Eso sí, con la proverbial eficiencia alemana.
Lo segundo que impactó a los soldados rusos fue que, en un primer momento, no entendían qué había pasado allí, para qué servía toda aquella enorme instalación. Empezaron a comprenderlo cuando encontraron los hornos crematorios y comprobaron que aún había allí huesos humanos: los nazis hicieron su horrible trabajo hasta el último momento y, al tener que escapar a toda prisa, seguramente por primera vez dejaron un encargo sin terminar. Eso fue lo que encontraron los rusos. Luego sabrían que en aquel infierno fueron asesinadas 1,1 millones de personas, la gran mayoría judíos, en algo más de cuatro años. Terminaron de entenderlo todo cuando encontraron a una verdadera multitud, más de 7.000 seres humanos confinados en la llamada “enfermería” del campo. Eran esqueletos vivientes que se mantenían en pie y se movían por razones desconocidas. Llevaban días sin comer ni beber. Los rusos no sabían qué hacer con ellos.
Ninguno de ellos hizo un discurso, se limitaron todos a escuchar durante tres horas. Los protagonistas fueron apenas medio centenar de ancianos, muchos de ellos muy frágiles ya, que eran apenas unos niños cuando la fábrica de la muerte fue liberada
Aquella liberación, el final de la pesadilla más horrible que ha vivido la especie humana desde el Neolítico, fue lo que se conmemoró hace unos días allí mismo, al pie de la Puerta de la Muerte. Estaban presentes los Reyes de España, Felipe y Letizia; el de Inglaterra, Carlos; los de Bélgica, Felipe y Matilde; los de Dinamarca, Federico y Mary; los de Países Bajos, Guillermo y Máxima; el príncipe heredero de Noruega, Haakon, y la de Suecia, Victoria. Semejante concentración de cabezas coronadas solo se ve en las bodas y en los entierros. Junto a ellos había decenas de presidentes y primeros ministros de todo el mundo: Francia, Alemania, Ucrania, Italia, Canadá, Polonia, Austria, Bulgaria, Chequia, Finlandia, Hungría, Suiza, Irlanda y por ahí seguido hasta completar el aforo de aquella carpa tan difícil de calentar; es difícil pelear contra el invierno polaco. Lo más llamativo de todo: los reyes, los políticos, los líderes mundiales, no abrieron la boca. Ninguno de ellos hizo un discurso, se limitaron todos a escuchar durante tres horas. Los protagonistas fueron apenas medio centenar de ancianos, muchos de ellos muy frágiles ya, que eran apenas unos niños cuando la fábrica de la muerte fue liberada y ellos lograron salvar su vida. Cosa rara, porque los primeros a los que mataban los nazis era precisamente a los niños. Ellos, algunos de los supervivientes, fueron los que hablaron.
Pero tanto como los asistentes brillaron los ausentes. Trump, que por supuesto no acudió (su mano derecha, Elon Musk, es un firme apoyo del partido alemán AfD, los herederos de los nazis), envió a un señor de tercer nivel, el encargado de representarle en Oriente Medio. Y tampoco acudieron Putin ni Netanyahu. Esto se comprende. Les habrían detenido nada más poner un pie en tierra polaca, sobre todo a Putin, por orden de la Corte Penal Internacional. El primer ministro israelí, que finalmente fue “medio invitado”, prefirió no correr riesgos y se quedó en casa ordenando sus bombardeos.
Y esto es lo fundamental. La conmemoración de los 80 años de la liberación de Auschwitz llega en el peor momento imaginable para dos de sus teóricos protagonistas, Rusia e Israel. Putin está haciendo con Ucrania prácticamente lo mismo que Hitler y Stalin hicieron con Polonia en 1939: negarla como país y apropiársela, o por lo menos intentarlo. Y el estado de Israel está haciendo ahora mismo en Gaza algo perfectamente comparable a lo que los nazis hicieron con Rusia a partir de junio de 1941: la destrucción sistemática de un territorio y el castigo inhumano a casi dos millones de personas. Inhumano, sí. Tanto como el ataque de Hamas a Israel del 7 de octubre de 2023. Entre unos y otros, la matanza supera ya las 50.000 personas.
Pero ahí está la clave de este asunto: lo uno no debe ensombrecer lo otro. Como dijo Leon Weintraub, que era apenas un adolescente cuando de milagro se libró de la cámara de gas (el mismo día mataron a su madre y a su tía), el verdadero veneno del nazismo no es el odio a los judíos, estricta y explícitamente a los judíos, sino el odio a quien se califica de “diferente”. Distinto del grupo. Oveja negra. Y a ese es al que hay que anular, separar, exterminar. Esa pulsión, la de la búsqueda de enemigos a los que hacer responsables de nuestros propios males, es tan vieja como la humanidad. Con enorme frecuencia ha ido unida a las creencias religiosas; no en vano el término “hereje” procede del griego, lengua en la que significa “capaz de elegir”, pero ya en el siglo I empezó a usarse en el sentido de “que causa división, cismático”. Está claro: los librepensadores, los que hacen preguntas, los que se salen del carril o del rebaño o de la formación, son los primeros que hay que descabezar.
Ya no se llaman nazis ni fascistas, o al menos casi ninguno lo hace; ahora adoptan nombres más inocuos, se parapetan detrás del nacionalismo, atizan el odio a los inmigrantes (es decir, a los que son distintos y encima vienen de otro sitio)
En Auschwitz fueron masacrados alrededor de un millón de judíos, pero también pasaron por las cámaras de gas gitanos, cristianos polacos, prisioneros rusos, homosexuales, testigos de Jehová y hasta 1.200 prisioneros republicanos españoles. Es decir, que el “diferente” no es el que pertenece a una supuesta raza o etnia que no es la tuya, sino quien no opina lo mismo que tú, no cree en los mismos dioses o sencillamente piensa por su cuenta.
“Que esto que nos reúne hoy aquí sirva de advertencia contra los movimientos cada vez más ruidosos de la derecha radical y antidemocrática”, decía este lunes en Auschwitz el gran Leon Weintraub. Sabe que, con toda probabilidad, es la última vez que lo dice en público, porque en el próximo aniversario es muy probable que él ya no esté. Pero sabe también que la serpiente no solo sigue viva sino que está proliferando de una forma espeluznante. Ya no se llaman nazis ni fascistas, o al menos casi ninguno lo hace; ahora adoptan nombres más inocuos, se parapetan detrás del nacionalismo, atizan el odio a los inmigrantes (es decir, a los que son distintos y encima vienen de otro sitio) y se apropian de palabras a las que siempre odiaron, como “libertad”. Suelen usar, o les solemos aplicar, el calificativo de “populistas”. Pero es la misma serpiente, la misma que ha causado en el mundo más mortandad que ninguna peste, ningún terremoto, ninguna pandemia.
“Estén atentos y vigilantes”, advierte Weintraub con su última voz. Miren ustedes a su alrededor, en su calle, en su trabajo, en su barrio, en el parque. Están ahí, ya no disimulan. Y sonríen.
18 de Julio paga ext
31/01/2025 11:29
Esto es alucinante: El nacional SOCIALISMO calificado de ultra derecha. Hitler, esa alimaña, no tiene nada que ver con esos "populistas" de la AFD o de Orban o de Meloni o de Milei o de Trump. ¿Como es que tiene las santas narices de cargar con esa ultra derecha, definición dada por esa otra alimaña llamada Sanchez, cuyo personaje mas presente en sus pensamientos es el asesino Largo Caballero?
18 de Julio paga ext
31/01/2025 11:52
contra esa ultra derecha, que no con