"Preferiría no hacerlo". Así, conciso y con un deje antipático, despachaba sus asuntos Bartleby, el escribiente, impagable personaje del novelista estadounidense Herman Melville. Una historia del siglo XIX pertinente todos y cada uno de estos días de aceleración y estruendo, ahora que parece imposible no emitir una opinión por y para todo. Parece que no, pero sí: debería ser un valor encogerse de hombros, guardar silencio e intentar, en la medida de los posible, pasar desapercibido. Como norma general. Y hubiera sido lo deseable en el extraño caso del doctor Fernando Simón.
El rostro mediático de la lucha contra el coronavirus (determine usted el calificativo que desee) se ha dejado fotografiar como un ángel del infierno decadente. Chupa de cuero, moto resultona y mirada de galán maduro en el fondo de sus ojos acuosos. Lo verán en la portada del próximo dominical del diario El País, una imagen poderosa destinada a humanizar al personaje y cultivar de paso el inexplicable fenómeno fan nacido en torno a quien nunca debió dejar de ser un protocolario portavoz de Sanidad.
Vayamos a lo evidente. Acabado el estado de alarma, la pandemia sigue. Y por tanto continúa la tragedia, la excepcionalidad. Lo sabemos porque ahí están los 30.000 muertos (oficiales) frescos en nuestra memoria. Y porque siguen los brotes, y los rebrotes. Todavía hay una bronca o una amenaza a la vuelta de la esquina en cualquier telediario: se nos dio libertad para salir a las terrazas, a las rebajas, a las playas, fundamentalmente para que no se derrumbe aún más la economía. Y somos malos ciudadanos si nos abrazamos más de la cuenta.
"Es imposible determinar en qué momento pensó el ego del doctor que a alguien le interesa su vida más allá de la rueda de prensa diaria"
Y ahora, vayamos a las preguntas. En algún momento alguien se relajó y permitió al doctor Simón dejarse ir. Y, devorado por su figura, ha sucumbido a un formato periodístico más apropiado para un actor o un inminente concursante de Supervivientes que de alguien que presume de cuidar de todos nosotros. ¿Ha dejado de ser la crisis sanitaria el tema esencial? ¿Le hemos dado carpetazo? ¿Nos podemos relajar todos y no solo quienes nos gobiernan? ¿Está el ego de un ser humano por encima del respeto que merecen las familias de miles de muertos que aún están de luto? Es imposible determinar en qué momento pensó el ego del doctor que a alguien le interesa su vida más allá de la rueda de prensa diaria, que por cierto siguen siendo una sucesión de malas noticias. No es que no hayamos salido de la crisis. Es que estamos metidos en ella hasta las trancas. Y la amenaza sigue.
Si quiere que le tomemos en serio, doctor Simón, empiece por tomarse en serio a sí mismo. Y si quiere que le valoremos como científico, no se comporte como un político. Debió preferir no hacerlo. Pasar desapercibido. Ser humilde. Centrarse en la crisis. Pensar en lo que hizo y en cómo lo hizo. Y pensar en lo que hace y cómo lo va hacer si vuelven a venir mal dadas, tanto en el ámbito sanitario como en el judicial. Debió, en suma, haber despachado este asunto de la entrevista con chupa de motero a la manera de Bartleby: "No, gracias".