El Plan Nacional de Recuperación, Transformación y Resiliencia de España no marcha a buen ritmo. De los casi 27.000 millones presupuestados para este año, se han comprometido poco más de la mitad y se ha ejecutado algo más de un tercio. Parte de la lentitud se debe a que, como señala la Comisión en su evaluación de los proyectos de presupuestos de los Estados miembros, España es el país que más ha recurrido a fondos europeos (en vez de nacionales) para financiar su recuperación, y la burocracia europea no tiene nada que envidiarle a la española. España sigue aumentando los recursos humanos dedicados al control mucho más que los dedicados a la ejecución, y eso no es bueno: nos falta transparencia y nos sobra papeleo.
En cuanto a los Perte, no ha habido ninguna aprobación tras la del vehículo eléctrico, y sigue pendiente el famoso Registro de empresas interesadas en los PERTE que se supone que Hacienda debía poner en funcionamiento en marzo de 2021.
Las reformas de pensiones y del mercado de trabajo tampoco progresan demasiado, al menos en términos de consenso social (cuya búsqueda era el motivo para no hacerlas antes). El nuevo Fondo de Equidad Intergeneracional –con subidas de cotizaciones sociales que no van a beneficiar a los jóvenes en su búsqueda de empleo– ha sido rechazado por la patronal, y el acuerdo en el resto de las materias (como temporalidad, prioridad de convenios o subcontratación) no parece fácil.
En todo caso, la necesidad de cumplir los hitos en materia de reformas garantiza que, con consenso o no, se terminará legislando sobre la materia antes de fin de año. Lo que ya parece más improbable es que el gasto se acelere. Para eso habrá que esperar a 2022.
Ahora bien, quizás por una vez la parsimonia española a la hora de gastar nos venga bien por un motivo con el que no contábamos al diseñar el Plan de Recuperación: las tensiones inflacionistas.
Los datos mundiales de inflación de octubre no son nada buenos: un 5,4% en España, un 4,1% en la eurozona y un 6,2% en Estados Unidos. Ahora bien, aunque estas cifras sean similares, detrás hay grandes diferencias: la inflación subyacente (que excluye los componentes más volátiles, como alimentación y energía) fue en Estados Unidos del 4,6%, pero en la eurozona del 2,1%, y en España apenas alcanzó el 1,4% (concentrada en sectores muy concretos como transportes y turismo).
Gran parte de la inflación europea parece “mala” y en un 80% importada, derivada de shocks de oferta no necesariamente persistentes
¿Por qué están aumentando los precios? ¿Hay sólo factores de oferta o también de demanda? Probablemente ambos, como señala Fabio Panetta en un interesante discurso en el que distingue entre inflación “buena” (la imprescindible para mantener tipos reales bajos y salir de crisis), “mala” (la derivada de shocks de oferta, especialmente los persistentes) y “fea” (la perniciosa espiral creada por la consolidación de expectativas inflacionistas que se traducen en presiones salariales y de costes). Discernirlas es muy importante porque, si la inflación es “mala”, lo mejor es ser prudentes y esperar, pero si es “fea” es necesario subir tipos para volver a anclar expectativas.
Por el momento, gran parte de la inflación europea parece “mala” y en un 80% importada, derivada de shocks de oferta no necesariamente persistentes: disrupciones mundiales en las cadenas de suministro que podrían corregirse en los próximos meses (los precios de los fletes marítimos y de los contenedores, por ejemplo, ya parecen estar moderándose en noviembre), niveles muy reducidos de los inventarios (que terminarán normalizándose) o tensiones en los mercados energéticos (que, cuando pase el invierno, podrían relajarse). En estos casos, cabe ser optimistas y esperar, como el FMI, que a mediados del 2022 la inflación vuelva a niveles razonables.
Hay otros factores de inflación “mala” más persistentes: el deterioro permanente de la capacidad productiva (es decir, del PIB potencial) por el cierre de empresas; una baja inversión en capital (en el caso de algunos metales, o probablemente en el sector del gas –por el escaso futuro a medio plazo de los combustibles fósiles–); o cambios estructurales en los mercados laborales (muy acusados en Estados Unidos). En estos casos, la plena recuperación de la demanda o su estímulo adicional vía liquidez o vía gasto podría ser un problema, ya que la oferta no puede ajustarse adecuadamente y sólo alimentará los precios, no la actividad o el empleo. Los economistas de Bridgewater (una de las mayores gestoras mundiales de fondos) creen que una parte importante de la inflación actual se debe a la liquidez acumulada y a un exceso de demanda sobre una oferta que en muchos casos ha alcanzado ya niveles prepandemia.
Quizás haya que celebrar que el uso en España de los fondos UE no vaya como un tiro. Esperar unos meses a ver si la oferta se recupera antes de gastar de forma masiva puede terminar siendo una bendición
Lo importante, en cualquier caso, es que la inflación no termine por ponerse “fea”, al ser percibida como permanente y traducirse en demandas salariales, mayores precios industriales y niveles de inflación subyacente que obligarían al Banco Central Europeo a subir tipos de interés.
Por eso, y sin que sirva de precedente, quizás haya que celebrar que el uso en España de los fondos del Next Generation EU no vaya como un tiro, porque un fuerte impulso adicional de la demanda de componentes electrónicos o materiales de construcción en los próximos tres o cuatro meses, en un momento en que la oferta está asfixiada, podría traducirse en repuntes inflacionistas “malos” que consoliden las expectativas. Esperar unos meses a ver si la oferta se recupera antes de gastar de forma masiva puede terminar siendo una bendición.
El peor de los escenarios
Eso sí, antes de lanzar las campanas al vuelo hay que tener en cuenta las interrelaciones económicas mundiales. Aunque la inflación en Europa sea menos preocupante que la estadounidense, una subida de tipos de la Fed podría apreciar el dólar y encarecer la factura energética europea o estimular la salida de capitales del continente, obligando a una reacción del BCE. Adicionalmente, aunque la inflación subyacente en España sea siete décimas menor que la de la eurozona, llegado el momento de decidir si hay que echar las riendas a la política monetaria, el Banco Central Europeo no se guiará por la inflación española, sino por la inflación media europea. Y ahí sí que estaríamos en el peor de los mundos: aliviados por no haber impulsado más el gasto por no estimular la inflación, pero al final condenados a desviar una gran parte del presupuesto a cubrir el mayor coste de nuestra abultada deuda.
Por tanto, y mientras se aclara el marco macroeconómico y financiero internacional, más nos vale acelerar nuestras reformas estructurales y rezar para que, en esta película de “El bueno, el feo y el malo”, el guion no se nos complique con un duelo final antes de tiempo.