Son tres historias que sucedieron en pocas semanas. La primera, a finales de marzo de 2020, con los españoles enclaustrados en sus casas y los hospitales, abarrotados. La carretera que discurre en paralelo a la tapia del cementerio de La Almudena (Madrid) estaba casi vacía y sólo circulaban sobre su pavimento vehículos de mantenimiento y coches fúnebres que se dirigían al crematorio. El camposanto también estaba desierto. Sólo se veía a un cura, frente a la ermita, junto a los cinco familiares de un muerto, de cuerpo presente. Dado que los abrazos habían quedado vetados, todos ellos agarraban la nuca de quienes tenían a derecha e izquierda, con las manos estiradas para darse apoyo sin incumplir la distancia social recomendada por las autoridades.
La siguiente vivencia es de los familiares de Francisca Morales, una anciana fallecida de covid-19 el 5 de abril de 2020 en un geriátrico. Fue una de las miles de muertes que se registraron en estos centros. Muchas de las víctimas murieron solas, sin que los hospitales las admitieran y sin que sus familiares pudieran acompañarlas en su último aliento. Contaba una de las hijas de la fallecida que tuvo que remover cielo y tierra para saber adónde habían enviado el cadáver de su madre. El desconcierto era absoluto y los tanatorios estaban colapsados.
El último episodio se registró en julio, en una iglesia cualquiera de una ciudad de provincias. Fue ese mes cuando comenzaron a celebrarse los funerales en homenaje a las víctimas del virus. Bastaba con entrar en una parroquia al azar para encontrar una misa de este tipo. Un viudo nonagenario se descompuso mientras recordaba a su mujer, aniquilada por el coronavirus unas semanas antes. Fue él quien se infectó primero y se lo contagió a ella. El uno sobrevivió y la otra, no. Tras la liturgia, en los corrillos, uno de sus familiares recordó el día en que ella, de 89 años, quiso atender a su marido por la noche cuando, febril, se cayó de la cama. Ante la impotencia por la situación se abrazaron en el suelo.
Alimañas en pandemia
Un año y medio después de estos acontecimientos, el diario ABC publicaba una fotografía en su portada en la que Pedro Sánchez reía a mandíbula desencajada mientras compartía mesa con Unai Sordo (CCOO) y Pepe Álvarez (UGT). El titular que antecedía la imagen decía: “Cien millones de fondos europeos irán a reformar sedes sindicales”. En otras palabras: el plan de rescate a las economías europeas, ideado para reforzarlas tras el destrozo pandémico, se empleará para engordar la red clientelar del Gobierno. Un calco de lo que sucedió con las ayudas a las cuencas mineras.
Los caudillos ganarán peso y los enemigos observarán cómo las empresas de su competencia que sean más amables con el Gobierno serán premiadas y adulterarán su sector.
El ser humano no es de fiar, por eso siempre que sucede una desgracia hay que llorar con un ojo y observar el panorama con el otro, en posición de sospecha. Durante las epidemias hay quien muere, hay quien se la juega, hay quien pierde todo y hay quien se hace de oro. Es común que en estas épocas los gobiernos se resientan. También lo es que apliquen el 'divide y vencerás'; y mientan sin pudor para reivindicarse. Es repugnante que, tras dos años de sufrimiento sanitario y económico, haya que escuchar al director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, afirmar que la culpa de la nueva ola de contagios en Europa la tiene “la falsa sensación de seguridad” que han producido las vacunas.
Es evidente que la solución al problema del covid-19 está todavía lejos de hallarse, como también era previsible que en invierno se incrementara la incidencia de una enfermedad que se convertirá en estacional. Las vacunas ayudan, pero los datos demuestran que no son 100% efectivas, pese a que en la campaña de vacunación -y España inyectó a un ritmo ejemplar, dicho sea- se lanzaran mensajes confusos desde el Ejecutivo. Por tanto, todo hace pensar que la situación podría empeorar en las próximas semanas y ya hay quien se ha empeñado en repartir culpas entre la población para enmascarar la realidad y salvar el tipo.
La mala fe de 'los Ristos'
No es casualidad que tipos como Risto Mejide hayan centrado el tiro en los últimos días en los antivacunas. Tampoco que hace dos miércoles invitara al más lerdo de todos, quien se refiere a la inyección como “timo-vacuna”. Por supuesto, la OMS no improvisa cuando atribuye a la relajación de la población el incremento de la incidencia. Se trata de generar culpables y hacerlo entre los ciudadanos.
Es decir, la estrategia es la misma que se ha seguido desde enero de 2020: señalar al pangolín, a los jóvenes que hacen botellón, a los madrileños que viajan al litoral o a los antivacunas de los daños que genera una enfermedad.
¿El objetivo? Que nadie cuestione a quienes toman las decisiones. Por cierto, quienes han vuelto a demostrar con el asunto del 'pasaporte covid' que siguen improvisando y derivando la responsabilidad en los jueces. Hay que tener poca talla. Hay que tener mucha jeta.
Mientras esto sucede, la gente sufre, la economía se resquebraja y todavía hay muertos en los hospitales. Muchos menos que al principio, pero no hay que olvidar que a cada fallecimiento le acompaña una desgracia. De lo contrario, caeríamos en la barbarie.
Quienes tratan de sacar provecho a esta crisis, y quienes arreglarán su sede sindical con el dinero ajeno, hacen cada día todo lo posible para que quienes debían ser víctimas y protagonistas se conviertan en los culpables de todo. A eso se le llama humillación, qué duda cabe.