Alguno de ustedes no lo creerá pero yo me enteré de que se había muerto Franco en una misa. En serio. Todos tenemos un pasado y no voy a pedir perdón ahora por mis delirios de adolescente, pero fue en una misa que se celebraba por otra persona (que no se llevaba nada bien con Franco, dicho sea de paso) a las seis y pico de la mañana. Un frío criminal en la basílica de San Isidoro, eso cómo lo voy a olvidar. Noviembre era. Y de pronto el cura, que tenía el pobrecillo todavía más sueño que frío, dijo: “Y te rogamos también, Señor, por el alma de nuestro hermano Francisco, a quien has llamado de este mundo a tu presencia”.
Los ocho o diez que estábamos en el templo nos miramos unos a otros con los ojos como platos. Alguno hizo un gesto interrogativo, como si preguntase qué podía haber pasado o de qué Francisco estaba hablando aquel hombre. Los demás meneamos la cabeza: eso va a ser que se ha muerto. Y sí, claro que se había muerto.
Cuento esto porque he sentido una súbita vaharada de solidaridad con Pablo Casado: yo también estuve en una misa por Franco (persona hacia la que jamás he sentido la menor simpatía, tampoco entonces) sin saber que era por Franco, o que acabaría siéndolo, porque allí el único que estaba al cabo de la calle del asunto era el cura.
Yo no tenía un gabinete con su jefe, ni unos empleados a los que se paga por enterarse de todo: de dónde va a ir el jefe, a qué hora, con quién y para qué
Pero entre Casado y yo hay unas cuantas diferencias. Yo no era entonces (ni lo he sido nunca, menos mal) el jefe de un partido político con intención y ciertas posibilidades de gobernar. Yo no tenía un gabinete con su jefe, ni unos empleados a los que se paga por enterarse de todo: de dónde va a ir el jefe, a qué hora, con quién y para qué. Es el elemental servicio de seguridad del que dispone toda persona que tiene el puesto de trabajo que ahora tiene Casado. Yo, cuando era un adolescente con la cabeza a pájaros, me equivoqué de verdad; quiero decir que me metí en aquella misa sin tener ni idea de lo que iba a pasar, porque yo iba por otra cosa y por otra persona.
Pero me cuesta mucho creer que Pablo Casado se metiese en una misa por Franco, en la iglesia del Sagrario de Granada (junto a la catedral), sin saber a lo que iba. La iglesia del Sagrario hay que buscarla; está pegada a la catedral pero no se entra por el mismo sitio ni su acceso está en la misma calle. Si te da un golpe de fe cuando vas de paseo por la ciudad, lo normal es entrar en la catedral, no en la otra iglesia. Casado dice que quiso ir a misa el sábado porque el domingo tenía congreso del partido y no le iba a dar tiempo. Bueno. Vale. Debió de preguntar, ¿dónde dan misa esta tarde? El equipo miraría el horario de misas y le diría: en el Sagrario.
A los del equipo habría que despedirlos a todos inmediatamente si nadie se acercó antes por allí, aunque solo fuese a husmear o a ver dónde el jefe podía dejar el coche
Pero a los del equipo habría que despedirlos a todos inmediatamente si nadie se acercó antes por allí, aunque solo fuese a husmear o a ver dónde el jefe podía dejar el coche; si nadie vio las banderas con el águila ni el tipo de fieles que andaba por las inmediaciones, ni acertó a ver la corona de laurel, ni ninguno de los más que evidentes y abundantes signos que había de que aquella no iba a ser una misa normal. Sería una panda de inútiles como la copa de un pino.
A Casado, al llegar a la iglesia, le dio tiempo a hacerse un selfi con un chaval, Álvaro se llama, que inmediatamente colgó la foto en el twitter y un comentario, todo ilusionado: “Con Pablo Casado asistiendo a la misa del Generalísimo”. Luego, durante la ceremonia, sacó el móvil y puso otro tuit: “Tengo a Pablo Casado detrás mía (sic) y justo en la misa del 20-N con la corona de laurel”. El chico sabía perfectamente qué estaba pasando. Y todos los asistentes. Y los de la Fundación Francisco Franco. Y el cura. Y los del séquito de Casado, sin la menor duda, porque tontos no son. Y hasta las palomas de la plaza. El único que dice que entró allí sin darse cuenta de nada fue él, el presidente del PP. Ensimismado estaría. Pero vamos, muy ensimismado, tanto que ni vio lo que todo el mundo veía ni oyó nada hasta que le pasó lo que a mí, que se quedó de piedra cuando el cura dijo el nombre del destinatario y él se cayó, por fin, del guindo. Y solo entonces se dio cuenta de que, en su ensimismamiento, no había entrado en un burger ni en un hospital ni en El Corte Inglés. Ni siquiera había entrado en una iglesia corriente, sino en una misa por Franco. ¿En serio?
La pregunta no es si el presidente del PP sabía o no sabía que aquella misa en la que se metió era de la extrema derecha en memoria de Franco
Pablo Casado no es ningún imbécil ni tampoco es Rompetechos, que no veía por dónde andaba y confundía a los buzones de correos con los guardias urbanos. La pregunta no es si el presidente del PP sabía o no sabía que aquella misa en la que se metió era de la extrema derecha, porque si fuese verdad que no se dio cuenta entonces sí que habría serios motivos para preocuparse. La pregunta es por qué lo hizo. Porque no tiene sentido.
El partido conservador lleva ya mucho tiempo tratando de distanciarse, en el fondo y sobre todo en la forma, de aquella época negra que concluyó hace 46 años. A Casado y a todos sus predecesores en la dirección del PP les ha costado siempre un esfuerzo tremendo condenar aquel tiempo y aquel régimen; al contrario que la derecha democrática italiana, que abjuró de Mussolini, y los conservadores alemanes, que denostaron al nazismo desde el primer minuto. Pero hoy, en 2021, resulta un evidente disparate decir que Pablo Casado es franquista, por evidentes razones de tiempo histórico y de cambio social. Franquistas quedan poquísimos. Entonces, ¿qué rayos hacía allí este hombre?
Hay quien se empeña en cortar un pelo en cuatro con análisis que parecen sacados de una facultad de teología escolástica. Casado fue a misa para ganarse a los devotos del PP y a una misa por Franco para quitarle votos a Vox, dicen. Hay alguno que se pasa tanto de sutil que acaba haciendo chistes.
Allá en el sur, el almorávide Abascal se frota las manos, porque sabe que lo único que tiene que hacer es estarse quieto: ya le hacen estos todo el trabajo
O quizá la explicación de este “despiste” es más sencilla, como suele suceder. Sí es posible que fuese un despiste o, peor aún, un síntoma. Lo que le sucede a este hombre es que está sometido a una presión terrible. Su partido no pasa del 30% en las encuestas y, como dice Félix Madero en un artículo luminoso, así es imposible ganar unas elecciones. La guerra en el partido es pública e inocultable: el líder trata de liderar mientras doña Urraca sigue subida, triunfal, a las almenas de Madrid (Bellido Dolfos le hace la estrategia), el obispo Teodoro enreda bajo la mesa con las excomuniones, la marquesa Cayetana lanza aceite hirviendo sobre el revuelto patio de armas y, allá en el sur, el almorávide Abascal se frota las manos, porque sabe que lo único que tiene que hacer es estarse quieto: ya le hacen estos todo el trabajo. El PP, ahora mismo, no es un partido. Es más bien una jaula de grillos o una novela de Agatha Christie.
En esas circunstancias, lo extraño no es que Casado se metiese en una misa por Franco. Lo extraño es que acertara con la puerta de la iglesia y no acabase en la Cuchillería Ruiz (que está a dos pasos, enfrente de la catedral) pensando que allí hallaría el consuelo del Señor y la solución a todas sus cuitas, porque tiene este hombre un mareo que no se lame. Un mareo casi cortazariano, del tipo“de día no duerme y de noche no come”.
Un mareo que hace que este hombre ya no sepa si está en misa o en la procesión. Quizá lo que le ocurre es que está harto y empieza a darle todo igual. Que le pasa lo mismo que a Estanislao Figueras, primer presidente de la primera república española, cuando reunió a sus ministros y les dijo: “Señores, voy a serles sincero. Estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Bien, en realidad Figueras dijo “voy a serles franco”, pero no pongamos las cosas peor de lo que ya están, ¿vale?