Este mes de noviembre hemos celebrado el segundo centenario del nacimiento de Dostoievski. Somos muchos los que disfrutamos de sus novelas, motivados habitualmente por su gran capacidad para bucear por la insondable naturaleza del ser humano. Lo que no suele comentarse tanto es la motivación ideológica y política que subyace en sus escritos, algo que Gary Saul Morson ha destacado en su artículo “Fiodor Dostoievski, el filósofo de la libertad”, publicado originalmente en The New Criterion y que Letras Libres ha traducido para su número de noviembre.
Dostoievski nace en un siglo donde dos ideas que repelen al escritor cobran fuerza. Por un lado, el cientificismo que trata al hombre como un objeto más de la naturaleza, susceptible de ser analizado y reducido a términos estrictamente biológicos. La gravedad de esta postura aumenta al saber que, en este contexto, se interpreta a los seres vivos como máquinas, increíblemente complejas, pero máquinas al fin y al cabo. Las consecuencias que se deducen de esta visión aún nos aquejan: creemos que, con suficiente investigación, podremos planificar un entorno óptimo para vivir. Esta premisa dio lugar más tarde al horror de los grandes totalitarismos del siglo XX, que el escritor ruso supo intuir y predecir con mucho tino.
La otra idea -de largo y antiguo recorrido, por cierto- considera al ser humano como alguien, no solo simple, sino además bueno por naturaleza. Dostoievski experimentó tempranamente lo equivocado del enfoque cuando fue penosamente maltratado por los carceleros durante su cautiverio en Siberia. La calidad moral de las personas se pone a prueba cuando les concedes algo de poder, ya lo cuenta el dicho “¿Quieres conocer a Pedrito? Dale un carguito.”
Las grandes causas que decían perseguir el nazismo y el comunismo las conocemos de sobra pero, ¿somos capaces de identificar las que se ensalzan ahora como excusa para cercenar derechos?
Llevamos disfrutando en toda su magnitud la calidad humana de nuestro Pedrito doméstico, especialmente su querencia hacia el liberticidio. Por suerte, gracias a muchos defensores de la libertad individual -entre ellos Dostoievski- no sufrimos todavía en su totalidad lo que puede llegar a ser una sociedad que pase por encima de de los derechos individuales en nombre de otros ideales. Las grandes causas que decían perseguir el nazismo y el comunismo las conocemos de sobra pero, ¿somos capaces de identificar las que se ensalzan ahora como excusa para cercenar derechos?
No, no lo somos. Contemplamos impertérritos cómo, en nombre de la salud de todos, se están traspasando límites que no deberían ser nunca cruzados. Lo peor, además, es que se hacen sobre pseudo argumentos científicos.
Vemos a los gobiernos de nuestro entorno sugerir que debería ser obligatorio vacunar a las personas, ya sea de forma directa o indirecta. Con la directa no se atreven -todavía-, por lo que se juega con la idea de crear un contexto que fuerce a las personas a recibir la vacuna o a verse abocadas a la versión moderna de los valles de leprosos.
No parece resultar relevante que estudios recientes y serios indiquen que la capacidad de contagio es igual entre una persona vacunada y la que no lo está, ¿por qué iba a importar eso?
¡Qué rápido renunciamos a la libertad y autonomía personales! Sobre todo cuando son las de otros, por supuesto. No parece resultar relevante que estudios recientes y serios indiquen que la capacidad de contagio es igual entre una persona vacunada y la que no lo está, ¿por qué iba a importar eso? Parte de lo que ha caracterizado a la civilización occidental ha sido la lucha contra el fenómeno, tan humano, de ir a la búsqueda y captura de un chivo expiatorio. Ahora les ha caído el muerto a los que deciden no vacunarse.
No deberíamos sorprendernos de este fenómeno. Durante el confinamiento supimos de numerosos casos en los que médicos y enfermeros se encontraban en sus domicilios amables invitaciones a largarse a pernoctar a otro lado, no fueran a traer la peste a sus hogares. Todos llevamos un pequeño dictador dentro, que además se ve refrendado por el entorno cuando los motivos que lo mueven son altos y elevados. En este caso, la salud.
Obligatorio el ingreso, con policía patrullando 24 horas al día, 7 días a la semana. Envían el ejército a las casas de los ciudadanos que se resisten a acudir a tan maravilloso lugar
Pero, ojo, se empieza por ahí y acabamos en los campos de concentración que tienen montados en Australia para todo aquel que dé positivo. Obligatorio el ingreso, con policía patrullando 24 horas al día, 7 días a la semana. Envían el ejército a las casas de los ciudadanos que se resisten a acudir a tan maravilloso lugar. ¿Lo peor? El apoyo masivo de la ciudadanía a esta idea.
La psicosis colectiva es sencilla de desatar, nos va en nuestra naturaleza. Lo que no nos viene de fábrica es el sistema de derechos y libertades que todavía tenemos. Ha costado siglos fraguar y es extremadamente frágil, ya nos habló de esto el siglo pasado. ¿Queremos volver a las andadas?