A raíz de lo sucedido en las últimas jornadas es bueno, incluso higiénico, repasar la trayectoria del cuerpo de Mossos de Escuadra. Un cuerpo policial puede ser muchas cosas, incluso puede no ser todo lo eficaz que es deseable, pero lo inconcebible es que la fuerza pública actúe al dictado de unos gobernantes que están al margen de la ley. Tenemos un problema gravísimo.
Un relato construido con mala intención
Antes que enumerar la dolorosa lista de errores, omisiones o complicidades de la policía autonómica catalana es bueno saber los polvos que han traído estos lodos. Porque, digámoslo de manera coloquial, los Mossos de Escuadra se han cubierto de gloria en estos días. Ya pueden desgañitarse los independentistas defendiendo las bondades del cuerpo y manifestar que son la policía del pueblo, que al observador que algo entiende de estos asuntos no se le puede dar gato por liebre ni policía por seguridad privada. Porque eso es lo que ha sido el cuerpo en todos los acontecimientos secesionistas: una compañía privada que velaba por los intereses de un particular. Y eso, señores, ni es policía ni nada que se le parezca.
Analizando el fondo del asunto, hay que recurrir a un término que se ha puesto de moda, la “postverdad”. Con él se pretende definir a quien retuerce los hechos a su conveniencia, presentando una verdad que no es tal, aunque lo parezca. Si nos ceñimos a la definición, lo que se ha hecho desde los gobiernos de Jordi Pujol, pasando por los del Tripartito, para luego llegar a Artur Mas y acabar con Carles Puigdemont, es una postverdad tan enorme que se escapa de los límites de un artículo como este. El nacionalismo y sus cómplices de la izquierda acomplejada han inventado el mito de una policía autonómica casi súper humana, eficaz, moderna, integrada por jóvenes altos y musculosos. En alguna ocasión he comentado amargamente que la Escuela de Policía de Mollet, academia de los Mossos, era lo más parecido a Hollywood que jamás tendría Cataluña. Mucho escenario, mucha mise en scéne, pero técnica policial, la justa.
No pretendo cargar todas las culpas sobre los hombros de los policías autonómicos, que de todo hay, como en la viña del señor, pero sí decir que, desde la llegada del nacionalismo a la Generalitat, han estado y siguen estando sobrevalorados en detrimento de otros cuerpos policiales como la Policía Nacional, la Guardia Civil y ya no digamos las policías municipales. Siempre han cobrado más que los otros por hacer menos y se han considerado a sí mismos como la élite de las fuerzas de seguridad. El adoctrinamiento que han sufrido desde el minuto cero en materia nacionalista ha sido, como imaginará el lector, brutal. Como sea que todo político desea tener una cámara y un micrófono que controle, una persona uniformada con un arma que se cuadre cuando pasa y un presupuesto que mangonear a su libre albedrío, los nacionalistas catalanes descubrieron en los Mossos una guardia pretoriana útil de cara al futuro independentista que todos, más o menos secretamente, deseaban.
Los nacionalistas catalanes descubrieron en los Mossos una guardia pretoriana útil de cara al futuro independentista que todos, más o menos secretamente, deseaban"
Pero tuvieron que ser los socialistas y sus socios de gobierno, Esquerra e Iniciativa, los que decidiesen desplegarlos por toda Cataluña en detrimento de otros cuerpos policiales. No estaban preparados y eso se nota en los índices de bajas por depresión, datos que son muy anteriores al atentado de Las Ramblas o al referéndum ilegal del pasado domingo. La simple presión policial de patrullar les afectaba, el llevar un arma les afectaba, la disciplina del cuerpo les afectaba. Uno se pregunta si muchos no se habían apuntado creyendo que su misión se limitaría a ejercer funciones de portero en las entradas de los edificios oficiales de la Generalitat y poca cosa más.
Todas las competencias que fue quitando la Generalitat a los cuerpos del estado y a las policías municipales –Pujol siempre vio como máxima enemiga a la poderosa Guardia Urbana de Barcelona, que recibió un enorme impulso bajo el mando de Julián Delgado, al que algún día habrá que hacerle justicia– iban cayendo del lado de unos policías, los autonómicos, que se veían avasallados por unas tareas que, y eso hay que decirlo en su descargo, solo pueden ser desempeñadas con solvencia cuando existe una buena estructura de mando y unos cuantos lustros de patearse la calle. Todo esto queda muy lejos de la imagen de policía popular, al servicio de Cataluña y de la gente, a años luz de los represores policías españoles que nos quieren hacer tragar Puigdemont y sus consellers. Una postverdad que no aguanta el menor análisis.
Los errores, en los que ahora sería demasiado prolijo entrar, han hecho de los Mossos una policía de domingo al servicio del Conseller de turno, sometida a los vaivenes políticos. No negaré que otras policías también puedan estar expuestas a tales cosas, pero he de decir con toda honestidad que lo que se ha visto con la policía de la Generalitat no se ha visto en España con ningún otro cuerpo policial.
Jueces y parte
Por definición, toda fuerza policial ha de tener un norte, a saber, hacer que la ley se cumpla, proteger al ciudadano, perseguir al delincuente, obedecer a los jueces y al orden legal establecido, en fin, lo que muchas policías en los Estados Unidos llevan escrito en las puertas de sus vehículos: servir y proteger. Para cumplir esto lo primero es tener la capacitación y los Mossos no han demostrado tenerla. Son los mismos que desalojaban con extrema brutalidad a los congregados en la plaza de Cataluña durante el 15-M, los que le vaciaron un ojo a Esther Quintana durante el asedio al Parlament, los que, por culpa de sus malos protocolos, causaron las muertes de dos ciudadanos al intentar detenerlos; sí, son los mismos que ahora transportan las urnas del referéndum en sus coches patrulla, dejan abandonados a su suerte a compañeros de la Guardia Civil en la sede de Economía, tardando un día entero en sacarlos de allí, son los mismos que se han enfrentado públicamente a sus compañeros de otros cuerpos, los que han permitido acceder a los colegios para que se realizase la fraudulenta votación del 1-O, los Mossos que no se enteraron de que en el chalet ocupado de Alcanar había un depósito de explosivos, los que no sabían nada acerca del atentado que se iba a perpetrar en Barcelona el agosto pasado, los que consienten que en su seno se albergue a, como mínimo, cuatrocientos agentes que forman parte un colectivo secesionista como es la sectorial de Mossos para la independencia de la ANC, sin que medie sanción alguna.
Es inaudito que ante todos estos despropósitos que conculcan el Estado de Derecho los catalanes tengamos que acudir a otros cuerpos policiales porque nuestra policía autonómica está sirviendo a los políticos secesionistas en lugar de hacerlo a la ciudadanía"
Son los mismos que lloran ante los manifestantes desbocados que reclaman la república catalana, los que permiten que un cabo aparezca en las redes sociales agitando una estelada junto a un vehículo de la Benemérita destrozado. Sí, son esos a los que el Mayor Trapote representa con su chulesca actitud, los que miman los separatistas porque ven en ellos al ejército que los defenderá si, en algún momento de lucidez, el Estado decide acabar de una vez el desorden que reina en Cataluña. En fin, son los mismos que permiten que se sitie la sede de la Policía Nacional en Barcelona, que miran hacia otro lado cuando se asaltan supermercados o cuando los piquetes intimidan a los comerciantes para que se sumen a la fuerza a una huelga “nacional”.
Créanme, no me apetece nada decir nada de esto acerca de gente que se pone de uniforme para ganarse el pan. Eso lo respeto profundamente, aunque provengo de una generación que se batió el cobre frente a los grises. Pero dividir a la fuerza pública en un relato de buenos y malos me parece abominable y suicida. Hasta ahí son capaces de llegar los que carecen de escrúpulos con tal de lograr su pesadilla secesionista. Es vergonzoso que alcaldes nacionalistas –¡y socialistas!– inciten a hoteleros para que echen ignominiosamente a los policías que se alojan en ellos, es un escándalo que se coaccione a la gente a secundar una huelga política, convocada por el propio Govern, conculcando todos los principios democráticos. Es inaudito, en fin, que ante todos estos despropósitos que conculcan el Estado de Derecho los catalanes tengamos que acudir a otros cuerpos policiales porque nuestra policía autonómica está sirviendo a los políticos secesionistas en lugar de hacerlo a la ciudadanía.
Permítaseme citar, como final, a Josep Tarradellas. Cuando se hablaba de si la institución que presidía debía disponer o no de un cuerpo policial propio, los Mossos, aquel viejo zorro dijo tajante “Mire, a mí lo que me gustaría es poder ejercer el mando sobre la Guardia Civil, que es lo serio”.
Qué lástima que no tengamos ahora políticos de ese fuste.