Opinión

El domingo londinense de Ayuso

La presidenta madrileña, acaso sin pretenderlo, conecta con Reagan, impulsor de una idea liberal enfocada en la gente que no puede, no en la que no quiere

  • Díaz Ayuso, durante su conferencia en Londres -

Desde luego que ejercer la identificación de los actos de uno con los de su pareja sin solución de continuidad resulta casi cavernícola, porque retrotrae a esos roles cafres que Mónica García, Mar Espinar y Manuela Bergerot, tan hiperbólicas como irrelevantes, pretenden haber enterrado pese a su larga convivencia política con ejemplares como Íñigo Errejón o Juan Carlos Monedero. Tampoco parece muy progre tachar de "homicida" cualquier acción política desarrollada en una democracia parlamentaria como la española, que si sufre menoscabo es debido en buena parte a una izquierda cuyo natural apunta a seguir rodeando eternamente el Congreso y no tanto a respetarlo. 

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, encontró este domingo pasado un refugio en la pequeña habitación de un hotel londinense después de haber enfrentado el mayor ataque contra su integridad política y personal lanzado desde el Gobierno mediante el uso obsceno de la memoria de los muertos por la pandemia y del dolor de sus familias.

La forma en que las terminales del sanchismo han agitado el drama de hace cinco años rayó el paroxismo mediático cuando una redactora de TVE explicó desde el dormitorio de un chaval cualquiera cómo este se asomaba por la ventana o hacía los deberes escolares sobre su escritorio durante las semanas del confinamiento. Así todo durante horas en un infamante carrusel conmemorativo disfrazado de servicio público. Al final, lo que quedan son las querellas presentadas por el Gobierno de Madrid y horas de sopor televisivo.

En el Centro de Estudios Políticos de Londres, sobrevolado por el fantasma de Margaret Thatcher, no le colocan el atril a cualquiera

La intervención en Londres de la presidenta madrileña ha pasado como un episodio nimio cuando en realidad supone una honrosa excepción en la deleznable dinámica actual de la clase política española.

Para empezar, en el Centro de Estudios Políticos, sobrevolado por el fantasma de Margaret Thatcher, no le colocan el atril a cualquiera.

Para seguir, Ayuso aprovechó la ocasión para hacer una enmienda a la totalidad de la corriente dominante en este país dando cuenta, mediante un discurso sin perifollos, de ese puñado de conceptos que fundamentan un ideario, el liberal, que, por mucho que trate de pervertir la ingeniería léxica al servicio de la progresía caviar, continúa siendo la única propuesta democrática que sitúa a la persona en el centro del ejercicio político. Y la experiencia madrileña durante la pandemia es un ejemplo en este sentido, en razón de que fue la única en que se conjugaron la medicalización de los puntos críticos con una limitación selectiva de la movilidad y la promoción de medidas dirigidas a reactivar la vida social y económica en las áreas menos afectadas.

Para concluir, solo razones de agenda impidieron un encuentro previsto entre la presidenta regional y la nueva líder 'tory', Kemi Badenoch, interesada en intercambiar opiniones con quien todavía pasea el nombre de España por el mundo sin avergonzarse de llamarla nación o de reivindicar la raíz cristiana de nuestra cultura y su imbricado encaje en la civilización occidental.

Ayuso prepara estos discursos durante días: los macera hasta que, como ocurrió en ese hotel londinense la tarde del último domingo, los remata en soledad.

Si algo la diferencia es que su tarjeta liberal está franqueada con sello español, y esto incluye un sesgo social respecto al mercado que se fundamenta en la reducción de impuestos y de la burocracia, justo las dos palancas que estira con fruición la izquierda cuando gobierna, bien por sectarismo ideológico o, lo más probable, porque no sabe gestionar.

En esto, Ayuso, acaso sin pretenderlo, conecta no tanto con Thatcher como sobre todo con Reagan, impulsor de un liberalismo, empático y decente, enfocado en la gente que no puede, no en la que no quiere. Justo lo contrario del subsidio inducido que tanto prolifera por estos lares va para siete años.

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