Opinión

Sin armas ni rumbo

Mientras otros países ven la política exterior como una cuestión de Estado, España la trata como un escenario para el postureo

  • Albares y Sánchez, política exterior a la deriva -

“Las civilizaciones mueren por suicidio, no por asesinato.” La frase es de Arnold Toynbee, pero bien podría aplicarse a España en este momento. Mientras Europa se reconfigura entre lo viejo y lo nuevo, nuestro país sigue atrapado en un bucle tragicómico de contradicciones. Hay delegados españoles que, como la peseta, han perdido todo valor y utilidad, pero ahí siguen, circulando en Bruselas como si fueran de curso legal. Von der Leyen, por ejemplo, es ya una figura del pasado, pero sigue tomando decisiones y consigue imponerlas a paso redoblado, conocedora de su incierto futuro. El Euro Digital, por ejemplo, es pura desesperación. Saben que es ahora o nunca. Solo Trump podría evitar que quemen los últimos cartuchos de libertad que quedan en Europa.

En fin, que la política europea ha cambiado y, con ella, sus líderes están siendo reemplazados por otros. Las sociedades europeas parecen haber despertado de un sueño hermoso para encontrar en la realidad una pesadilla. No todos los electorados lo han logrado aun, pero sí aquellos que han tenido la oportunidad de votar recientemente, cuando el efecto Trump y la ola anti-woke lamieron las costas de los dos océanos y los diez mares de Europa.

En países como Alemania, Italia, Francia, Países Bajos y Austria, Hungría y Rumania; la renovación ya está en marcha. Lo de Rumania merece una columna aparte, lo sé.

En Bruselas, en cambio, los burócratas siguen aferrados al guion anterior, solo que ahora han aprendido a disimular. Su último truco es armar a Europa a costa de sus ciudadanos. Es decir, Bruselas ha decidido que los países deben aumentar drásticamente su gasto en defensa, y aquellos que no lo hagan quedarán rezagados en la nueva realidad estratégica del continente.

En Alemania, CDU de Merz, el SPD y ¡los Verdes!, han tomado el asunto tan en serio, que en un acuerdo ya calificado como histórico, están dispuestos a modificar su Constitución para asumir el compromiso en gasto militar. Una medida de este calado no se toma a la ligera: implica un cambio de paradigma en la política alemana.

En España, sin embargo, todo se reduce a un vodevil político. Aquí la política no es cuestión de estrategia, sino de supervivencia personal de Pedro Sánchez, un hombre que, como decía Groucho Marx, “tiene sus principios, pero si no gustan, tiene otros”. La política exterior socialista ha sido errática y contradictoria, y su posición respecto al rearme europeo no es la excepción. Sánchez se encuentra atrapado entre las exigencias de Bruselas y las de sus propios socios de gobierno, que ven el gasto militar como una herejía ideológica.

El dilema es que necesita a Bruselas para seguir recibiendo fondos europeos, pero también necesita a sus aliados radicales para seguir en el poder. Lo único que lo podría salvar es que el PP se suicide frente a las cámaras para sostenerlo

Son más de una pancarta universitaria que diga 'No a a guerra' y listo. Y se van de cañas al bar de Pablo, con sus pectorales inflándole los pómulos al Che Guevara. Pero a Sánchez le dejan el dilema, y el dilema es que necesita a Bruselas para seguir recibiendo fondos europeos, pero también necesita a sus aliados radicales para seguir en el poder. Lo único que lo podría salvar es que el PP se suicide frente a las cámaras para sostenerlo.

Sánchez podría haber optado por la vía alemana, negociando internamente una gran coalición para afrontar los nuevos desafíos con altura de miras, pero eso habría exigido estadistas, no simples jugadores del póker del poder.

La gran diferencia entre España y Alemania no es solo el dinero que dedican a defensa, sino la seriedad con la que se toman las cuestiones de Estado. En Berlín, un debate constitucional sobre el gasto en armas se aborda con la solemnidad que merece un cambio de rumbo histórico. En Madrid, el mismo tema se despacha con discursos llenos de lugares comunes y un Gobierno más preocupado por cómo fondear su perpetua estrategia de clientelismo.

A veces juega a ser el gran europeísta, otras veces flirtea con el populismo latinoamericano, y cuando le conviene, se vende como el gran defensor de la socialdemocracia clásica. Es un pragmático sin brújula

 

El problema no es solo el gasto en defensa, sino la posición general de España en el tablero europeo. Ningún país de la UE tiene un gobierno con tintes bolivarianos como el de Sánchez, ningún otro ha hecho de la fragmentación territorial un pilar de su política, y ningún otro mantiene puentes aéreos opacos con el Caribe que nadie se molesta en explicar. España juega a otra cosa. Mientras sus vecinos entienden que el mundo se ha vuelto más peligroso, que Rusia no es un actor fiable y que China está dispuesta a explotar cada debilidad occidental, el gobierno español sigue entretenido en sus propias ficciones ideológicas.

Y aquí está el mayor contraste: mientras otros países ven la política exterior como una cuestión de Estado, España la trata como un escenario para el postureo. La realidad es que Sánchez no tiene una doctrina clara en política internacional. A veces juega a ser el gran europeísta, otras veces flirtea con el populismo latinoamericano, y cuando le conviene, se vende como el gran defensor de la socialdemocracia clásica. Es un pragmático sin brújula, dispuesto a decir cualquier cosa según el auditorio. Como decía Churchill, “se puede confiar en los españoles para hacer lo correcto… después de haber agotado todas las demás posibilidades”.

Por lo visto, aún nos quedan muchas posibilidades por agotar.

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