Opinión

La gran oportunidad perdida de Felipe VI

Al eludir cualquier mención a los escándalos de su padre, Felipe VI pierde una ocasión propicia para desvincularse de los mismos y, por ende, regala munición a sus críticos. No hace falta ser un republicano impenitente para reclamar firmeza con la corrupción 

  • El rey Felipe VI junto a su padre, el rey Juan Carlos

Dos ausencias han marcado el discurso de Felipe VI de esta Nochebuena de 2020. La propia ausencia de España de su padre, Juan Carlos I, estaba hoy paradójicamente más presente que nunca, porque todos los españoles que han visto el mensaje, fueran monárquicos, republicanos o anarquistas, estaban pendientes de si el Rey iba a decir algo sobre los escándalos que provocaron el traslado del emérito a Abu Dabi. La segunda ausencia, claro está, es la de una referencia directa y contundente a esta anomalía.   

Es obvio que Pablo Iglesias se equivocó al pronosticar que en las cenas de esta Nochebuena se iba a debatir mucho sobre monarquía o república. Porque la mayoría ya tiene claro lo que opina sobre la forma del estado. Y, sobre todo, porque a los españoles les preocupa, ocupa y obsesiona la pandemia. Lo demás es literatura que apasiona a políticos y periodistas, pero no a una ciudadanía que piensa en las vacunas, en los ERTE y en tantas ilusiones perdidas.

Precisamente por eso Felipe VI ha perdido una oportunidad histórica para marcar distancias con su campechano progenitor. Este discurso de 2020 era el momento propicio para desvincularse con más crudeza de los escándalos protagonizados por el emérito. En el futuro no habrá otras pandemias (esperemos) que opaquen la gravedad de esos desmanes. Las cabezas pensantes del Palacio de la Zarzuela han preferido una vez más la prudencia y la frialdad en vez de la valentía o la cercanía. Peor para ellos, aunque no caigan en la cuenta.  

Era previsible la tradicional sobriedad en la realización televisiva: mismos planos de siempre, mismo árbol navideño, mismo nacimiento, mismas banderas y solo un cambio apenas perceptible en la imagen al fondo

De antemano estaba clarísimo que Felipe VI iba a hablar mucho de la pandemia del coronavirus. Que pediría unidad y fortaleza a los ciudadanos para superar esta situación que nos cambió el paso a todos. Que se referiría a todos los que están padeciendo las consecuencias económicas de esta crisis. Que trataría de arengar a los españoles para que aguanten un poco más y tengan esperanza en el futuro.

También era previsible que diría todo eso con la tradicional sobriedad en la realización televisiva: mismos planos de siempre, mismo árbol navideño, mismo nacimiento, mismas banderas y solo un cambio apenas perceptible en la imagen al fondo. Así ha sido y resulta bastante lógico. La gran incógnita era, en cambio, saber cómo pensaba el Rey aludir a las corruptelas de su padre. 

En Zarzuela han optado por una referencia tímida, casi clandestina, que provocará que esta alocución se recuerde más por lo que el Rey no ha dicho que por lo que sí ha dicho

En Zarzuela han optado por una referencia tímida, casi clandestina, que provocará que esta alocución se recuerde más por lo que el Rey no ha dicho que por lo que sí ha dicho. Al tiempo. Porque la ausencia de una mención a Juan Carlos I enerva a muchos ciudadanos con independencia de sus convicciones ideológicas. No hace falta ser un republicano impenitente para reclamar a la Corona más firmeza contra la corrupción, sobre todo cuando afecta a la propia institución.

Tampoco es necesario estar metido en conciliábulos destinados a acabar con la Constitución para comprender que el hijo está atado a su padre hasta que no sea más claro. Ni tampoco hay que tener la vitola de revolucionario para razonar que con esta premeditada elusión el Rey ofrece toneladas de munición a sus propios enemigos.  

Tres párrafos de 28

Los datos, como siempre, no engañan. El mensaje que ha leído Felipe VI está compuesto por veintiocho párrafos. El Rey solo ha dedicado tres a referirse, sin mencionarlo directamente, al emérito. De esos tres párrafos que aluden vagamente a su padre, el clave es uno en que el Rey nos cuenta que "ya en 2014, en mi proclamación ante las cortes generales, me referí a los principios morales y éticos que los ciudadanos reclaman de nuestras conductas". "Unos principios que nos obligan a todos sin excepciones; y que están por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personales y familiares". Para este viaje no hacían falta alforjas. 

Podría aducirse que sólo él mismo recuerda esos principios que mencionó el 19 de junio de 2014, seis años y medio atrás. Podría tirarse de hemeroteca para rememorar que aquel día Felipe VI citó El Quijote para recordar que "un hombre no es más que otro si no hace más que otro" y defender "una monarquía renovada para un tiempo nuevo". El problema es que su padre ha hecho demasiadas cosas mal que, a ojos de muchos españoles, impiden esa renovación. No admitirlo y no hablar claro solo acrecienta ese problema. Porque el pueblo soberano no es tonto. 

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