Opinión

Inmoralidad en Vich

La Ciutat dels Sants, nombre por el que también es conocida Vich, capital de la comarca de Osona, no parece estar en manos de gente con demasiada santidad. Ahí tienen

  • La alcaldesa de Vic, Anna Erra, junto a Jordi Sànchez -

La Ciutat dels Sants, nombre por el que también es conocida Vich, capital de la comarca de Osona, no parece estar en manos de gente con demasiada santidad. Ahí tienen a su alcaldesa, la señora Anna Erra, de Junts. Bien conocida desde que llegó a su cargo mediante un pacto entre los por entonces convergentes y el PSC – inevitable acompañante, ayudante y lame cueros del nacionalismo – la señora Erra se ha destacado por ser radicalmente lazi. Mediante altavoces ha hecho escuchar sí o sí prédicas separatistas a los habitantes de Vich, ha permitido performances separatas que harían enrojecer a un orate, como instalar una jaula en medio de la plaza mayor para que la gente pudiera sentarse dentro y experimentar lo que padecían los “presos políticos” o, en el culmen de los cúlmenes, ha instado a los catalanes no habar en castellano a quienes no parezcan autóctonos de la patria de Otger Cataló y los Nueve Barones de la Fama. Porque esta historiadora sabe distinguir al no catalán a simple vista.

Bueno, pues con estos antecedentes y otros muchos que no caben en tan poco espacio, la alcaldesa ha decidido en pocos días denegar la instalación de una carpa informativa de la asociación Escuela de Todos, que aboga por el cese de la inmersión lingüística, así como otra que había solicitado para este sábado próximo el PP. ¿Motivos? Acogerse a la ordenanza municipal 96.3 que dice que deberá impedirse la celebración de actos o propaganda de todo aquello que sea “contrario a la moral, las buenas costumbres ciudadanas y el orden público”. Manifestaciones con antorchas pro separatismo, cárceles de mentirijillas, aquelarres lazis de todo tipo y altavoces a toda pastilla loando las virtudes del procés y defendiendo el intento de golpe de estado, sí; asociaciones o partidos que defiendan el orden constitucional, el respeto a la ley, la convivencia y la igualdad, no.

Esto no debería escandalizarnos, porque estamos hasta el galillo de tanto atropello, tanto abuso, tanto robo y tanta inmoralidad como para sorprendernos de que la alcaldesa Erra emplee métodos más propios de dictaduras que de una democracia. Ahora, un dato: la edil que se precia de poder distinguir al catalán del que no lo es de un simple vistazo – qué envidia para Gobineau, Chamberlain o el doctor Robert, que se tenían que contentar con medir cráneos para discernir la arianidad del sujeto en estudio – está convencida de lo que hace. No lo duden. Este tipo de personajes no se mueve por dinero, como muchos de sus conmilitones. Forman parte de esa Cataluña profunda, rancia, oscurantista, anclada en viejos prejuicios y en feudalismos cronificados, cargada con una agresividad feroz contra lo moderno, lo que venga de fuera, lo que no forme parte de su reducidísimo imaginario colectivo. Vich es cuna del reaccionario más furibundo, y no es casual que ahí empezase su corta aunque polémica carrera el partido Plataforma per Catalunya, que basaba su ideario en el rechazo frontal a todo lo que no fuera vernáculo. Añadiremos, tangencialmente, que si se dan una vuelta por la plaza mayor de esta localidad verán a más subsaharianos, para ser correcto políticamente, que en Nigeria. Pero, en fin, como sea que a la alcaldesa lo que le molesta es España eso no debe quitarle el sueño.

Resumiendo, a la señora Erra le parece inmoral que una asociación que defiende el bilingüismo o un partido estatal que ha gobernado España – y con el que, por cierto, se hartó de pactar convergencia – pero todo lo otro, no. Tengo para mí que lo suyo no es doble moral. Lo suyo es inmoralidad pura y dura. Al final, tendrá razón Hemingway cuando decía que moral es aquello que nos hace sentir bien e inmoral lo que nos hace sentirnos mal.

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