Opinión

Mamá quiero ser concursante

El concurso como formato está más vivo que nunca. En las televisiones españolas, tanto autonómicas como nacionales, se emiten una veintena diarios. V

  • Saber y ganar, un concurso televisivo -

El concurso como formato está más vivo que nunca. En las televisiones españolas, tanto autonómicas como nacionales, se emiten una veintena diarios. Van desde los que el puro azar dicta quién gana a los que es la cultura del concursante la que decide su triunfo. “Saber y ganar” es el paradigma como fue en su día “El tiempo es oro” o el juvenil “Cesta y puntos”. Que a la gente le gusta salir en la tele es obvio por los cinco minutos de gloria que decía Warhol; si te llevas un dinerillo, miel sobre hojuelas. Pero en mi calidad de provecto espectador compruebo que la mayoría de los concursos de hoy están hechos con una pobreza de medios tremenda. Un set mal iluminado, unos atriles, un fondo más o menos afortunado, una realización de fiesta de fin de curso, un presentador/presentadora estomagantes y unos participantes que dan mal en pantalla. ¿Soy muy duro en la crítica? No. Me atengo a que la televisión debe formar, informar y entretener.

Estos concursos low cost no forman nada, informan menos y entretienen solo a quien sestea ante la tele. Pero albergan en su interior esa esencia tan propia del ser humano, lo que en alemán se denomina schadenfreude, la alegría ante la desgracia ajena. Recuerdo lo que pasaba cuando se emitía el mítico “Un, dos, tres”. Llegaba al momento de la subasta en el que la pareja de concursantes debía decidir si se quedaba con lo que habían elegido sin saber qué era o aceptaban los billetes que les ofrecían a cambio. La gente en los bares – el país se paralizaba para ver el programa – gritaba “¡Lo vais a perder todo, avariciosos!”, “¡Coged el dinero!”, “Estos se van a casa sin nada”, expresiones que demostraban la nula empatía hacia aquellos sudorosos españolitos que no sabían a qué carta quedarse. Cuando, en la mayoría de los casos, acababan con la calabaza – el no-premio más famoso de la tele –, o con cien kilos de abono, o mil cajas de tornillos o una vaca lechera, el bar estallaba en risas y las caras de ya lo decía yo se multiplicaban entre los asistentes. Ni que decir tiene que si los concursos eran de preguntas de cultura general. Las hostilidades se multiplicaban y se increpaba al concursante como si se les pudiera escuchar desde el plató. “¡Será idiota, pues no dice que fue Newton quien descubrió la penicilina, burrooooooo!”. Aquí todos somos premios Nobel.

Como guionista de televisión que fui sé que eligen en los castings de concursantes al que se van a cepillar en el primer programa, al que ha de ir de malote, al bueno buenísimo, al tonto simpático y al que tiene todos los números para acabar ganando

Al concursante que quiere que le vean en su casa y volver a su pueblo poco menos que si viniese de ir a la luna eso le produce una indiferencia rayana en lo sobrenatural. Le da lo mismo hacer el ridículo – conocí a cierto individuo que estaba encantado de haber salido en la tele pinchando globos con una aguja en el culo – porque lo importante es salir en la tele y pavonearte ante tus amigotes tan cretinos como tú. Como guionista de televisión que fui sé que eligen en los castings de concursantes al que se van a cepillar en el primer programa, al que ha de ir de malote, al bueno buenísimo, al tonto simpático y al que tiene todos los números para acabar ganando. Líbreme Dios de decir que los concursos están amañados. Todo es honesto, cristalino y, sobre todo, un espejo de la sociedad en la que vivimos. Vamos, digo yo.

Resumiendo: hay alegría maligna ante el perdedor y el ganador, que en esto somos muy ecuánimes, chasco para el participante que pierde, falta de sentido del ridículo como lo de pinchar globos con el culo y cinco escasísimos minutos de gloria fugacísimos que podrían invertirse en leer un par de páginas de cualquier libro. Pero no me hagan mucho caso, porque al igual que hay quien nace para pianista, hay quien nace para concursante. Que los hay.

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