Opinión

"Marlaska, ordene usted que detengan a Feijóo"

Marlaska había convertido el entorno del Congreso en una especie de Londonderry en tiempos de movida. Un despliegue policial de antología. Sin apenas manifestantes molestos, quizás el ministro del Interior previno algún operativo sorpresa, como meter en

  • Alberto Núñez Feijóo durante su discurso en la sesión de investidura -

Marlaska había convertido el entorno del Congreso en una especie de Londonderry en tiempos de movida. Un despliegue policial de antología. Sin apenas manifestantes molestos, quizás el ministro del Interior previno algún operativo sorpresa, como meter entre rejas al líder de la oposición. "Detengan a Feijóo o mandará de nuevo a las mujeres a la cocina y a los gays al armario". Begoña Gómez sonreía en la tribuna de invitados. Cuantos más excesos regüeldaba su esposo allá abajo, más regocijo se apreciaba en el rostro de la doña. De eso se trataba, de armar mucho ruido para camuflar la amnistía. Atropellar a la derecha y remitirla al exilio, a la checa, al Gulag, allá donde estas bestias no empañen la gran era de la convivencia que ahora, al parecer, comienza. Frentismo, soberbia, trolas, desprecio, demagogia, prepotencia, cinismo, provocación, toneladas de odio, así se presentó el protagonista de la jornada ante una Hemiciclo que lo recibió con pasmo catatónico. "Se ha reencarnado en Óscar Puente", se escuchó desde un escaño vasco.

Lo de Sánchez no fue el discurso de una investidura. Fue el fusilamiento verbal de la oposición, es decir, de los representantes del censo electoral que simbolizan el sentir de media España. Rencor, venganza, crispación insultos... su mensaje fue de tal indignidad que incluso en su bancada se advirtió algún gesto de cierta sorpresa. Fue de lo genérico a lo particular. De arremeter contra las derechas retrógradas que el mundo son, como Orbán, Trump, Milei, hasta aterrizar en Cataluña para defender con ardor una amnistía de imposible deglución. Los argumentos del orador sonaban a bucle resabiado, a una anáfora sin fin, una indigesta aliteración. La culpa del golpe independentista fue del PP que con su actitud intransigente, alejada del diálogo y las buenas maneras, provocó el incendio de las calles, el asalto del aeropuerto, el bloqueo de las vías ferroviarias, el saqueo de los fondos públicos y la total parálisis de una región en manos de las hordas del lacito amarillo.

Por contra, la amnistía que bendice Sánchez aportará convivencia, perdón, entendimiento, avance social y un mundo de idílica felicidad. ¿Y por qué no lo hizo antes?, le preguntó Feijóo con sensatez apabullante. Si la solución era tan clara, el PSOE ha tenido tiempo y ocasiones -media docena de reformas del Código Penal- para acabar con la enorme irregularidad que asola la noble alma de los esforzados separatistas catalanes que se alzaron contra la Constitución y provocaron la más grave crisis política desde la Transición. "El problema es que PP y Vox no aceptan el resultado electoral", es el único argumento que se escucha como respuesta.

El momento de la verdad coincidió cuando el dirigente gallego resumió: "Lo suyo ha sido un delirio. Ha perdido la razón. No tiene argumentos, ni puede mirar a la cara de los españoles"

Begoña aplaudía. Las ministras del Resplandor, Ione e Irene, no. Ni una vez. Ni siquiera se dignaban mirar a la cara al jefe de su coalición cuando hablaba. Andaban con sus cuchicheos y sus móviles. Emparedadas entre Morant y Garzón, hacían ostensible su disidencia mientras Emejota Montero se pasaba de la raya de la efusividad. Calma, nena, parece que le susurró Yolanda, algo más austera de gestos que de costumbre.

La respuesta del líder de la oposición borró esas sonrisas y resultó arrolladora. Fue un recitativo de 'noes' a Sánchez, a sus amigos de la ira, a sus socios del despiece de la Nación. "No van a tener esa España silenciada y resignada que pretenden. No a una democracia recortada. No a Sánchez, sí a una nación de libres e iguales. No me callaré, no abandonaré, no cesaré". Los escaños del PP coreaban ese 'no' como en un concierto de Springsteen. Ganas de revancha, ganas de sacudirse los insultos que había vertido el candidato en su jaculatoria mugrienta. El rosario de 'palabra de Sánchez', un desopilante paseo por el archivo sonoro de las afirmaciones del gran mentiroso resultó un retrato certero de la personalidad del interfecto. Monumento a la coherencia. O a las trolas del fullero.

El momento de la verdad llegó cuando el dirigente gallego resumió: "Lo suyo ha sido un delirio. Ha perdido la razón. No tiene argumentos, ni puede mirar a la cara de los españoles". Una estrategia inteligente la del líder conservador al dirigirse a toda España. Más allá de su militancia, de sus votantes, del su espectro ideológico. Planteó ante ese simpatizante de la izquierda la imagen de un Sánchez humillado en Waterloo por un prófugo golpista. "España no es un estado opresor, no necesitamos mediadores internacionales, no tenemos que pedirle perdón a los independentistas, es usted quien tiene que pedir perdón, la amnistía es corrupción política".

Feijóo ha encuerpado como orador, fruto quizás de lo dramático de la situación, del horizonte horripilante que se adivina y del conocimiento del rival. Como político, porque ya se ha enterado de qué va esto del PSOE, esto de Sánchez y hasta esto de España. "¿Cuál es el pacto encapuchado con Otegi?". Bien el escribidor de Génova, al fin ágil y punzante, al fin certero como el picahielos de Instinto Básico. "Le echaron de su partido porque intentó un pucherazo"; "usted maneja muy bien Google porque así escribió su libro"; "Si dependiera de los votos de Vox diría que Abascal es progresista". Y así, una recua de toques en la mandíbula de un rival que llegó a estallar en una histriónica risotada, como de efusividad after hour.

La grey moderada, el votante antisanchista, merecía estos minutos reconfortantes, este atisbo de proyecto de un país en las antípodas del monstruo de Frankenstein. Puntales contundentes: Jueces valientes, movilización social, acción política, presión en Europa y firmeza. La enorme duda es si esta deriva enloquecida hacia el averno tiene marcha atrás. Sánchez ha dado con la tecla de la permanencia eterna en el trono, del control absoluto del poder. Lo aprendió de Rodríguez Zapatero en dos breves lecciones: la desmemoria histórica y los acuerdos con ETA. También lo intentó con el Estatuto catalán, pero entonces había un Constitucional que en verdad velaba por la ley de leyes y lo frustró.

Fascismo y ultras

La teoría que aplican desde Moncloa es de una simpleza de Barrio Sésamo. Todo lo que no es izquierda es fascismo. Lo que no es sanchismo es ultraderecha. Los que piensan de modo diferente son la reacción. Los que no aplauden son la inquisición. Feijóo es nieto de Franco. Ayuso es heredera de Pilar Primo de Rivera y de la sección femenina (ambas salieron a colación en las palabras del deponente). Si protestan en la calle, fascismo; si se revuelven los jueces, togas fachas; si el PP reforma el Senado, golpistas; si los ayuntamientos no sueltan pasta a los paniaguados de la cultureta, censura. O gobierna su persona o España sucumbe al fascismo, es decir, a PP y Vox. "Soy el muro contra un gobierno de ultraderecha", proclamó este mesías colérico en su alocución amenazante. Llaman Frente Amplio al artefacto que emergerá este jueves de las Cortes. En verdad deberían llamarle Perdedores Unidos, un conglomerado con nada en común salvo el odio a España, la afición al trinque y un ansia desmedida de poder.

La derecha, naturalmente, les estorba. Hay que acabar con ella, arrojarla del tablero de la política, enviarla a ese destierro del que, como hacen en los países chavistas de Puebla, con Venezuela a la cabeza, jamás se vuelve. Cuando el líder del PP animó a los diputados de Belarra a votar contra sus socios, toda la bancada azul frunció el ceño. "Señores de Podemos, sí se puede", animó con esa ironía galaica tan arrolladora que desarmó las tambaleantes defensas del aspirante.

"A ver, Marlaska, ordene detener a este Feijóo que me molesta".

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