Decía Edward Gibbon: “Es más agradable levantar castillos en el aire, que sobre la tierra”. Naturalmente traigo a colación al historiador británico por su gran estudio respecto a la decadencia y ruina del Imperio Romano. La decadencia de las sociedades es una enfermedad silenciosa, afecta a todos los ámbitos humanos, pasa desapercibida para los ciudadanos porque las dinámicas de la cotidianidad no dejan ver sus efectos hasta que estos son muy evidentes e irremediables. Si, además, los dirigentes, la clase política, se empeñan en crear una ficción con la que tapar/justificar esos procesos de decadencia, entramos en una espiral de desintegración que solo acelera la decadencia y la ruina de la sociedad.
Cierto es que vivimos en un mundo de simbolismos, de imagen y narrativa corta y vulgarizada, por ello, cuando aparece un fenómeno (casi) inesperado -al menos para una gran parte de la población acostumbrada y cómoda con la mansedumbre de las sombras proyectadas por el nacionalismo-, un fenómeno que rompe el esquema de autosatisfacción de una sociedad anestesiada como la catalana, se pone en marcha la maquinaria de manipulación social, política y mediática para tratar de tapar el verdadero problema catalán: la inexorable decadencia económica, social y cultural de Cataluña.
Imagino que, en este caso, ya habrán deducido que estoy hablando de Lionel Messi, un símbolo del símbolo catalán(ista) por antonomasia: el FC Barcelona. Entidad deportiva que es “más que un club”, un magnífico poder blando que la obsesión del nacionalismo por controlarlo todo, fagocitarlo todo, ha logrado desvirtuar y comprimir en ese pequeño espacio al que quieren encerrarnos a todos los catalanes. Ante este hecho, la maquinaria de propaganda y de desinformación separatista se ha puesto a todo trapo para tratar de tapar la decadencia del Barça mediante esa profusión de tinta de calamar a la que nos tiene acostumbrados: 'la culpa es de España'. Cero autocrítica, cero análisis, cero reflexión, lo importante es evitar que la ciudadanía sea consciente de que este episodio es más que eso, es un síntoma de esa enfermedad de Cataluña llamada nacionalismo excluyente y autoritario.
No puede haber autocrítica, la superioridad moral, el bien superior, la mirada escatológica del poder nacionalista no se puede permitir ni un atisbo de duda en la población
Las reacciones, lo habitual en estos casos. Que si la culpa es de España, de la Liga Española, que esto con la independencia no pasaría y esa recurrente retahíla de insultos que no merece la pena reproducir. Pero ¿algún tipo de análisis de cómo se ha llegado a ese punto? Pues no. Por supuesto no puede haber autocrítica, la superioridad moral, el bien superior, la mirada escatológica del poder nacionalista no se puede permitir ni un atisbo de duda de la población respecto a las bondades y la necesidad del proyecto separatista, cualquier duda es una traición a la “patria” pero sobre todo al multipartido único en el que se ha convertido el nacionalismo.
Lo de Messi es solo la punta del iceberg, la decadencia de Cataluña es profunda, económicamente la huida de empresas, el poco atractivo para la inversión extranjera, la obsesión para cerrar el paso a todo lo que suene español y enclaustrarnos en un terruño a modo de isla mental, nos está empujando a la irrelevancia. Fijémonos en la propuesta del MIR catalán, los próceres nacionalistas anteponen lo ideológico a la excelencia, prefieren convertirse en una región provinciana para evitar la influencia de “España” y todo lo que suene español. Esta deriva de autoodio, este vivir en los castillos construidos en el aire no evitará que la realidad se imponga.
El asesinato civil
En el terreno cultural, Cataluña se ha convertido en un pozo en el que solo la subvención pública mantiene la producción y la actividad (salvo honrosas excepciones), subvenciones que únicamente premian a aquellos que reproducen obsesivamente los clichés nacionalistas. Todo lo demás está excluido y perseguido (la condena a la muerte civil de los díscolos es un tema que se debería estudiar). La situación es semejante a regímenes totalitarios en los que tan solo existe y puede existir una cultura, la del régimen, la que sustenta la ideología del poder, la que sirve para perpetuar ese poder. En el caso catalán, la que contribuye decisivamente a perpetuar un conflicto que solo existe en la mente y los intereses del entramado separatista.
Una sociedad abierta, plural y diversa como era la catalana, con una gran capacidad de irradiar cultura, poder blando y atracción no puede permanecer anestesiada, no merece seguir siendo sometida a un plan de ingeniería social, no podemos seguir mirando los castillos en el aire. La realidad es muy dura y lo será aún más: la decadencia social, cultural, política y económica pasará factura a todos los ciudadanos.
Echo de menos, desde el Gobierno de la nación, una política que vaya más allá del interés cortoplacista, de una miopía “desinflamatoria”, de un ejercicio de fingido autoengaño y empiece a poner en marcha un proyecto de deconstrucción del plan de ingeniería social nacionalista. Ese proyecto debería empezar por algo tan sencillo como abrir las ventanas y oxigenar con pluralidad y normalidad a la sociedad catalana y esto se concreta en volver a tener capacidad de comunicarse de nuevo con esa sociedad silenciada, de poder enriquecer el debate para romper el corsé mediático/político con el que nos tienen atenazados a los catalanes.