El pasado 2 de diciembre, en el marco de la COP-28 de Dubai, el presidente francés, Emmanuel Macron, lanzó un mensaje muy negativo sobre la posibilidad de firmar el Acuerdo comercial entre la UE y Mercosur. Según Macron, el acuerdo perjudica “la biodiversidad y la lucha contra el cambio climático” y “no es bueno para nadie”. Bueno, eso es lo que aparentemente dijo. Lo que en realidad estaba diciendo es que el acuerdo perjudica a los agricultores franceses y no es bueno para Francia.
El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, advirtió poco después que, si no hay acuerdo, “no habrá sido por falta de voluntad”, y añadió que “al menos quedará claro quién tuvo la culpa”. Francia no es el único país europeo que se opone al acuerdo (también Austria, Irlanda y Países Bajos se resisten), pero es que lo hace de forma más aparente y los demás se parapetan detrás de él, dando poco margen de presión a la Comisión. Por el lado de Mercosur, solo Argentina generaba dudas, pero el presidente electo, Javier Milei, acaba de confirmar su apoyo. El bloqueo, pues, recae ahora solo del lado europeo y lo lidera Francia.
Pues bien, que el Acuerdo UE-Mercosur se quede sin firmar, después de los 20 años que costó cerrarlo, es un grave error. Es importante firmarlo por al menos tres motivos.
En primer lugar, por motivos económicos, porque no hacerlo supone renunciar a uno de los pocos acuerdos comerciales que todavía implica una creación de comercio considerable. En un mundo de aranceles ya muy bajos, los niveles arancelarios de partida de Mercosur son considerables: hasta el 35% en automóviles, un 18% en componentes, un 20% en maquinaria, un 18% en productos químicos, un 14% en productos farmacéuticos y un 35% en prendas de vestir y calzado; en agricultura, hasta un 28% en productos lácteos, un 25% en bebidas y refrescos, un 27% en vinos y un 20% en dulces. También son muy altos los aranceles de la UE, sobre todo en agricultura. Las oportunidades que hay hoy en el mundo para un firmar un acuerdo con este potencial de impulsar el comercio bilateral son muy escasas: esta es única.
La mayoría de los países de América Latina tienen problemas de producción y de comercialización, y son importadores netos de trigo, maíz y aceites vegetales
Evidentemente, Mercosur es una potencia agrícola que va a suponer una gran competencia para los agricultores europeos, pero también es verdad que la competitividad de estos no se basa solo en precio. La mayoría de los países de América Latina tienen problemas de producción y de comercialización, y son importadores netos de trigo, maíz y aceites vegetales. Además, son extremadamente dependientes de los fertilizantes: importan alrededor del 85% de los que usan, hasta el punto de que no hay ninguna otra región del mundo (mucho menos si es productora y exportadora de alimentos) tan dependiente de fertilizantes extranjeros. Lo que el Acuerdo de Mercosur supone para la región es una auténtica oportunidad de crecimiento, prosperidad y seguridad alimentaria.
En segundo lugar, por motivos medioambientales, porque los supuestos argumentos esgrimidos por unos pocos países europeos no implican que la ausencia de un acuerdo vaya a ser mejor. Es un falso dilema. Si, como dice Macron, el acuerdo es malo para la biodiversidad y la lucha contra el cambio climático, uno deduciría lógicamente que no firmarlo sería lo mejor para la biodiversidad y la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, el capítulo del Acuerdo UE-Mercosur relativo al comercio y el desarrollo sostenible cumple con las normas más estrictas previstas en otros acuerdos modernos como los de México o Japón. El texto establece que no se rebajarán las normas laborales o medioambientales a fin de atraer el comercio o la inversión y que se respetará el Acuerdo de París, y prevé además un papel de control activo de estos extremos por parte de la sociedad civil. Por otro lado, no sólo es respetuoso en materia agricultura, sino también en cuestiones sociales (por ejemplo, parte del diálogo político en el marco del Acuerdo aborda los derechos de las comunidades indígenas). En el fondo, no firmar equivale a decirle a Mercosur que haga lo que le dé la gana, porque a la Unión Europea le da igual y, a fin de cuentas, no va a acceder al mercado europeo en condiciones ventajosas. Y, de paso, lanzar dos mensajes peligrosos: que la integración económica (en este caso, el mercado común) solo sirve como barrera al comercio, y que la UE camufla tras su aparente preocupación medioambiental meros intereses económicos. ¿Quién se va a creer ahora que el Mecanismo de Ajuste en Frontera al Carbono es una medida necesaria y respetuosa con la OMC, y no una mera argucia proteccionista?
Finalmente, por motivos geopolíticos, porque existen pocas regiones emergentes en el mundo con valores tan similares a los occidentales (y a los europeos, en particular). Pese a sus indudables debilidades de gobernanza, América Latina no deja de ser la región emergente con más número de democracias, y un 67% de los ciudadanos latinoamericanos cree que, con sus problemas, “es el mejor sistema de gobierno”. Un reciente informe del Real Instituto Elcano rompe muchos mitos políticos y económicos respecto a esta región.
La Comisión puede hartarse de hablar del papel estratégico de las relaciones de la UE con Latinoamérica y el Caribe, la importancia del Global Gateway, y muchas otras iniciativas, pero, si no se firma el Acuerdo UE-Mercosur, al otro lado del océano todo esto sonará a palabrería. Pensarán: “La UE dice que quiere una relación estratégica, pero no están dispuestos a darnos nada de lo que nosotros verdaderamente necesitamos. Les interesan nuestras materias primas, pero no quieren nuestros productos agrícolas. ¿Qué clase de relación estratégica es esa? ¿Cómo pueden sorprenderse entonces de que nos echemos en brazos de China, de Rusia o de otros bloques? ¿Qué ganamos con alinearnos con Europa en sus conflictos?” Abandonar a Mercosur arruinaría la credibilidad de la UE y dejaría en la región un espacio vacío que en geopolítica siempre va a ser ocupado por otras potencias.
Medidas para protegerse
Lo triste es que se supone que la UE era el último bloque que defendía las ventajas del comercio. Al final, aparecerá ante el mundo como proteccionista solo porque Francia y unos pocos países más lo son. Claro que, viendo las últimas declaraciones de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, afirmando que la cuantía (y no la composición) del déficit bilateral de la UE con China es preocupante y que tomarán medidas para protegerse, uno ya no sabe qué pensar. A ver si va a resultar que tras el pomposo nombre de “autonomía estratégica abierta” tan solo se ocultaba el viejo proteccionismo arancelario que tanto criticábamos de Trump. Aún estamos a tiempo para evitar esa peligrosa pendiente.