Hace unas semanas tuve un accidente de tráfico que me ha mantenido alejada de esta columna. Mi coche siniestró, pero Dios quiso que yo saliese ilesa*. Ahora me aguarda una odisea tediosa: necesito comprarme un coche. Sé que es el peor de los tiempos para querer tener algo propio en España. Tras 20 años de estancamiento, de pérdida de poder adquisitivo, de empobrecimiento planificado desde las élites europeas y sus sicarios en los gobiernos anti nacionales, la falta de acceso a la vivienda o a un coche no sólo afecta a los jóvenes que han terminado su formación en los últimos años. Ya son dos generaciones las que ven su destino de prosperidad desvanecerse, salvo que tengan familia en el PSOE. Sin vivienda y sin coche no asoma la felicidad del «gran reinicio», sino la rabia y la desolación. No nos han dejado nada en este expolio climático de la burocracia europeísta que odia todo lo bello y bueno que representaba Occidente.
No perderé el tiempo explicando las razones por las que un coche no es un lujo, ni un despilfarro porque me niego a aceptar de forma silenciosa o pacífica que el progreso para los españoles sea vivir peor que en Burkina Faso. Ni siquiera el más estúpido del tercer mundo afirmaría que un coche es un gasto innecesario.
Hay un factor psicológico para la conciencia vital nada desdeñable en la compra del segundo coche. Es natural anhelar que al menos sea mejor que el primero al que se accedió con menos recursos. Esto se ha puesto difícil en España debido a factores como la inflación, los impuestos y especialmente la incertidumbre, haciendo que este momento de nuevo comienzo lejos de provocar ilusión te deje lleno de tristeza. Pagar el doble por un vehículo peor que el comprado al terminar de estudiar. Un coche económico tipo llavero financiado asciende a los 30.000 €. El IVA al 21%, Impuesto de matriculación y el de circulación, que se paga periódicamente sin garantía de poder circular si depende de alcaldes como el de Madrid, que prometió acabar con el Madrid Central de Carmena y ahora prohíbe circular a más de un millón de residentes en su propia ciudad con la excusa de las emisiones.
La única intención de la transición ecológica es que se reduzca el número de coches, que ellos lo tengan todo y nosotros nada, ni casa, ni coche, ni hijos, ni ganas de rebelarnos
Aquí llegamos al problema nuclear a la hora de adquirir un coche: la incertidumbre. La combustión está en entredicho por culpa de las restricciones de algún talibán climático como Teresa Ribera, la nueva comisaria europea de «transición limpia» gracias a los votos del Partido Popular. Es lógico su apoyo teniendo en cuenta que es una groupie de Greta Thunberg y que amenazó con prohibir el diésel siendo ministra eco de Pedro Sánchez. Por otro lado, no hay ni habrá infraestructuras para una electrificación total del parque móvil, pues la única intención de la transición ecológica es que se reduzca el número de coches, que ellos lo tengan todo y nosotros nada, ni casa, ni coche, ni hijos, ni ganas de rebelarnos. El coche eléctrico es buena opción para quien vive en un chalet con placas solares y ha desembolsado como mínimo 45.000 € por un auto horrendo con el que hace Madrid-Valencia en cinco horas.
En España ya no compramos coches sino etiquetas Eco o Cero, el salvoconducto chino que nos permite circular del campo a la ciudad sin miedo a ser multado, pero con la incertidumbre de no poder llegar a destino en muchas ocasiones. No son nuestros deseos o necesidades, ni siquiera nuestros bolsillos los decisivos para adquirir un bien tan esencial como un coche, sino los intereses de una burocracia corrupta extractora de recursos que ha liquidado la clase media en el Occidente que un día fue próspero.
La desindustrialización de Alemania, y por tanto de Europa, en nombre de la transición a la pobreza ecológica ha consistido en depender más de China, que tiene las materias primas y ya el know how
El mercado de segunda mano no es más esperanzador. El primer semestre del 2024 el precio medio de un coche de segunda mano fue de 20.000 € y subió un 25% para los autos de más de 15 años y en territorios como Cantabria hasta un 40%.
Tengo ganas de quemar cosas y aún quedan problemas. La compra de un coche nuevo o de segunda mano no asegura los repuestos cuando se produzca una avería o un accidente. La desindustrialización de Alemania, y por tanto de Europa, en nombre de la transición a la pobreza ecológica ha consistido en depender más de China, que tiene las materias primas y ya el know how. Por lo que declarar la guerra comercial al gigante asiático desde la UE en estas condiciones no es síntoma de estupidez sino de planificación de una muerte indigna para Europa como sociedad, potencia automovilística, industrial o comercial.
Es echar una mirada rápida a los coches de las calles de España y es entristecedor ver cómo no se respira poderío, sino supervivencia. No sé si los turistas nos ven como imagino que era Estonia hace décadas. El mensaje es claro no sólo a quien quiera comprar un coche, sino a todos: olvídense de tener sueños, deseos y una prosperidad fuera de la economía planificada de la democracia liberal europea.
Es hora de responder
Me niego a perder la libertad, la comodidad de no ir en el bus de Guayaquil o viajar sin depender de los trenes hindúes de Renfe. Nos lo han arrebatado todo, hasta el miedo. No podemos aceptar cual siervos acobardados esta degradación vital como nación e individuos libres a través de multas administrativas. Durante la Alemania nazi muchos cumplían las leyes por las que se mataba a otros. Ahora es a nosotros mismos a quienes liquidamos al convertirnos en gente obediente a un Estado globalista que nos desprecia, una eutanasia civilizacional. Sin nada que perder, sin nada que conservar, es hora de responder a la guerra que nos han declarado los dictadores climáticos de la bicicleta que invocan a Europa como instrumento de sumisión. Es una cuestión de supervivencia.
*Bendecida y agradecida a Dios por volver con ustedes.