Opinión

No usemos el nombre de la Regeneración en vano

La ley es la razón y el orden en política, y la emoción –necesaria para muchas otras cosas- es el desorden, el caos y la injusticia en ella

  • El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. -

Cuando hace unos días escuché que el presidente Sánchez tenía intención de lanzar un plan de regeneración democrática me quedé asombrado, si es que hay algo que nos pueda asombrar ya. Es lo que nos faltaba por oír, el colmo de los colmos. ¿No podrían haber usado otra expresión, como campaña contra las fake news o lucha contra la difamación? No, tenían que usar la expresión “regeneración democrática” que –sigamos con lo bíblico- como la caridad, empieza por uno mismo. Y sigo: no es bueno señalar la paja iliberal en el ojo ajeno pero no ver la viga antidemocrática en el propio. Porque duele que se pase unos lustros reclamando la regeneración democrática del país frente a los gobiernos de cualquier ideología y tendencia y ahora resulte que la regeneración democrática consiste en meter en cintura a los “tabloides digitales” que atacan al gobierno.

La regeneración democrática, como su nombre y el diccionario indican, será recuperar, rehabilitar o restablecer la democracia, que se supone que ha sufrido un proceso de degeneración, su palabra antónima. O sea que se trataría de fortalecer los mimbres con los que se hace la democracia, dentro de los que figura el imperio de la ley, emanada de la voluntad general, representada en el poder legislativo elegido libremente mediante elecciones periódicas; la división de poderes; la legalidad de la actuación de la Administración; el reconocimiento de los derechos y libertades fundamentales; así como la existencia de ciertos valores democráticos y el respeto de las instituciones. Se entiende que la democracia mejora la calidad de vida y la participación ciudadana, promoviendo la igualdad y la inclusión, limita el poder, reduce antagonismos sociales y, a la postre, favorece el progreso de los países.

Quizá de lo más grave de esta degeneración democrática es la presión sobre el Poder Judicial, el bastión más duro que queda por derribar y que se ataca con intentos legislativos para controlar el CGPJ (fracasado gracias a Europa)

Pero lo que seguro que no es regeneración democrática, sino degeneración, es el pacto con independentistas y Bildu después de prometer lo contrario; la ley de amnistía no propuesta en las elecciones y negada antes de ellas; la colonización del Tribunal Constitucional con partidarios declarados; nombrar a exministros como Fiscal General; el cierre del parlamento durante la pandemia; el abuso desmesurado de los decretos leyes para evitar los controles democráticos y tantas otras cosas que ustedes recordarán y que responden a la idea de que cualquier cosa vale para obtener el poder, incluso ceder cosas que no son del que lo cede, sino de todos.

"Un gremio de jueces que no ha sido elegido"

Quizá de lo más grave de esta degeneración democrática es la presión sobre el Poder Judicial, el bastión más duro que queda por derribar y que se ataca con intentos legislativos para controlar el CGPJ (fracasado gracias a Europa), por vía mediática en los últimos días poniendo a una batería de ministros como abogados de la esposa del presidente; y hasta por vía ideológica: hace pocos días, Innerarity publicaba en El País, un artículo titulado “Juristocracia” en el que afirmaba que “los tribunales deciden mucho, quizá demasiado” pues se ha producido un desplazamiento de la vida política desde los parlamentos al sistema judicial, al Derecho. Entiende que llamar a proteger el Estado de derecho “no es neutral; al statu quo se le confiere una racionalidad especial, mientras que el cambio resulta sospechoso”. Así lo que ocurre es que “claras mayorías políticas no consiguen llevar a la práctica lo que han conseguido acordar porque se les enfrenta un gremio de jueces que no han sido elegidos y que no rinden cuentas a nadie. ¿Cómo se verifica entonces el principio de que todos los poderes emanan del pueblo en el caso del poder judicial?” Y cita la ley Si es Si como ejemplo de creatividad jurídica mermada por los Tribunales.

La creatividad jurídica había sido corregida por el Tribunal Supremo en el caso de los ERES, pero un Tribunal Constitucional debidamente imbuido de constructivismo jurídico ha entendido que choca con los derechos fundamentales

Pero, si se refiere al gobierno actual, no sé yo de dónde se saca eso de las “claras mayorías”; pero aunque fueran claras, parece que no acaba de comprender el autor que el Derecho está precisamente para proteger a las minorías; para conservar los derechos individuales, para obligar a que se oiga a todo el mundo, para que haya imparcialidad y no clientelismo en las decisiones. No cae el hombre en que a lo mejor esa “clara mayoría” pasado mañana la puede tener la opción que él odia, que podría sin ese control judicial que rechaza encarcelarle o expropiarle sin motivo. Porque esa creatividad jurídica que propugna se parece demasiado a la arbitrariedad.

Y hay casos prácticos recientes que prueban lo que digo. La creatividad jurídica había sido corregida por el Tribunal Supremo en el caso de los ERES, pero un Tribunal Constitucional debidamente imbuido de constructivismo jurídico ha entendido que choca con los derechos fundamentales que los tribunales enjuicien como malversación la elaboración de anteproyectos y proyectos de ley a través de los cuales se produce la malversación, porque no son resoluciones ni actos administrativos, sino actos políticos, actos de gobierno. Tomás de la Quadra, también en El País, señala que la posibilidad de penalizar cualquier iniciativa legislativa que pretenda modificar la legislación vigente supone impedir a los Ejecutivos llevar a cabo sus programas de gobierno y petrificar el Ordenamiento. O sea que, como Innerarity, la ley impide la creatividad política, esa que te permite llevártelo crudo o poner en el BOE las extravagancias surgidas de tus más profundos complejos. Como señala José Eugenio Soriano poco después en El Mundo (La insólita resurrección del acto político), nos ha costado siglos conseguir que los actos de gobierno se sujeten al control judicial para evitar la arbitrariedad y el abuso para que venga ahora el Tribunal Constitucional y fragmente el Estado de derecho mediante la recuperación del acto gubernamental inmune.

Los valores de la democracia

Hay veces –cuando, como Ortega, caigo en pensar que el esfuerzo inútil conduce a la melancolía- que me planteo si tiene sentido mirar para atrás y defender algo que tuvimos hace cuarenta años y ahora parece que está en franco retroceso en España y en todo el mundo. Como dice Aurora Nacarino, la creencia en que simplemente el buen diseño de las instituciones puede hacer que las cosas funcionen bien y que los países progresen –propia de economistas y politólogos- ha sido superado por los valores fuertes de la identidad y por la psicología social. Pero pronto me repongo de la melancolía, porque la ley es la razón y el orden en política, y la emoción –necesaria para muchas otras cosas- es el desorden, el caos y la injusticia en ella. Nunca volveremos a lo que hubo, pero estoy convencido que los valores de la democracia deberán regenerarse si queremos progreso. Pero con regeneración de verdad, no de esta que nos proponen.

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