Opinión

El precio

En 24 horas, el mismo hombre que se ponía gallito ante Podemos y el nacionalismo catalán se volvió un entusiasta del pacto y de los acuerdos con los que los había denostado hacía unas horas

  • Comparecencia de Pedro Sánchez en La Moncloa.

Las palabras ya no significan nada. Se puede decir una cosa y la contraria con una diferencia de un día y sin necesidad de explicarlo. La gente está obsesionada por la manipulación en las redes y apenas parece importarles que se burlen de ellos a las claras. Somos objetos del Gran Manipulador y el personal responde con el mayor de los entusiasmos a cada una de sus aventuras.

En 24 horas, el mismo hombre que se ponía gallito ante Podemos y el nacionalismo catalán se volvió un entusiasta del pacto y de los acuerdos con los que los había denostado hacía unas horas. No eran gajes de la campaña electoral, era algo más profundo: la ansiedad de poder. No hay barreras ni límites de lo que antaño se denominaba decencia política. Es una exhibición de desvergüenza personal que revela un tipo de persona a la que hay que temer porque sería capaz de todo, de todo, digo bien, con tal de no perder la propiedad del mando. Se cree nacido con una pasión que admite cualquier medio para satisfacerla, porque esa pasión es él mismo. Pedro Sánchez.

Su mundo se desmorona poco a poco, pero él mantiene la presidencia del Gobierno. No hay derrota ni dificultad que no sea capaz de convertir en lo contrario, para eso cuenta con una ciudadanía desnortada que acaba siempre por admitir lo que le venden, dispuesta a creerse cuantas paparruchas le endilguen sus voceros. Él no cambia, son los demás los que le ponen trabas. Con esa letanía estamos siendo alimentados por tierra, mar y aire. Pero en esa guerra incruenta se da la particularidad de que no se recogen los heridos ni hay víctimas que no sean humilladas. Basta con clasificarlos como hacen los generales que capitanean los crímenes masivos. Son, somos, víctimas colaterales. O aceptas tu condición de candidato a víctima o te opones al progreso incontenible que dice representar un megalómano sin principios.

Si pierde, seremos nosotros los culpables de su derrota; pero si gana se convencerán de que eligieron bien a este perillán que jamás hizo nada que no fuera en su beneficio

Pedro Sánchez es de esos tipos que no se baja los pantalones si no es para violar algo. Está dejando a su partido hecho unos zorros, pero sin dientes; tan acostumbrada a servir, la militancia ovaciona al triunfador de una batalla que aún está en los prolegómenos. Es verdad que tiene a su gente perpleja, pero el poder consuela siempre a quienes le son fieles. Si pierde, seremos nosotros los culpables de su derrota; pero si gana se convencerán de que eligieron bien a este perillán que jamás hizo nada que no fuera en su beneficio.

La empatía y el sentido del humor son dos gestos que honran hasta al político más cruel y curtido porque es lo que queda de ellos cuando pasan a ser veteranos jubilados. Observen a este Felipe González de ahora, que hasta tiene gracia en su nueva hechura de hombre de negocios y marido risueño. Nada que ver con este Sánchez de la estrechez de visión de un empleado de El Corte Inglés, sección 'Caballeros', que se prohíbe por razones de escalafón el sentido del humor. Diríamos sin excedernos que el mejor chiste de Pedro Sánchez sería contar su vida, como un Buster Keaton que abandonara por un momento su lenguaje de gestos.

Ha conseguido hacer de Podemos un perrillo faldero que aún espera un programa común. La nueva generación de radicales tiene prisa, todos hemos pecado de lo mismo, pero aquí cabe un añadido y es que ellos, quizá desde que nacieron, debían hacerlo todo rápido porque la vida se ha vuelto vorágine. Ahora te haces mayor en muy poco tiempo y frente a una vejez incierta nada hay más seguro que haber pasado por la administración del Estado. “¡Ministro, aunque sea de Marina!”, clamaba Luis Companys que era de tierra adentro y de Esquerra Republicana. A tenerlo en cuenta.

La negociación fraudulenta entre el PSOE de Sánchez y el nacionalismo catalán, ya sea de Esquerra o de PDeCAT, tendrá consecuencias que dejarán muchas huellas y muchas víctimas colaterales. En primer lugar, la amplia mayoría de la ciudadanía que en Cataluña no se siente representada por el independentismo ni por ese racismo atávico que vuelve a sacar la cabeza como lo hizo durante la II República y luego se sumó al Alzamiento franquista. Estoy hablando de Nosaltres Sols, que contó con figuras hoy indiscutidas de la cultura catalana como el multi homenajeado Martín de Riquer.

Si ya es difícil vivir y soportar la hegemonía política del catalanismo, puede uno imaginarse si se alía con el desdeñoso poder estatal

Cuando ven en peligro sus intereses vuelven a los orígenes. Ahí tenemos a Rafael Ribó, de familia financiera, que por esas singularidades de la política en Cataluña se hizo con la secretaría general del PSUC -la facción comunista catalana- y que logró cambiar el nombre del partido: de PSUC a Iniciativa por Cataluña. Se veía venir la deriva y acabó de Defensor del Pueblo catalán -Síndic de Greuges- con el apoyo del catalanismo unido; los conservadores y los menos conservadores. Acaba de dar una lección de cinismo político, de esas que salen gratis, al señalar que el deterioro de la Sanidad Pública catalana se debe al uso que de ella hacen el resto de los españoles. No es sólo una falsedad, sino una querencia ideológica que rasgaría las vestiduras enunciada por Vox pero que pronunciada por él o por el president Torra debe ser blanqueada, o como dicen los taxidermistas de la ideología, “analizada en su contexto”.

El precio a pagar para que el tándem Sánchez-Iglesias forme un Gobierno de supuesto progreso no me atrevo a preverlo, porque nace de la mentira y la obsesión de poder, no de programa alguno, menos aún de aspiraciones que pretendan cambiar el curso de las cosas. El precio, digo, que no sabremos hasta que lo cobren los interesados y nos enteremos por los intereses devengados, será tal que ensanchará el frente de desafectos hacia las instituciones. Si ya es difícil vivir y soportar la hegemonía política del catalanismo, que no corresponde con las inclinaciones del resto de la población, mayoritario, que mantiene la hegemonía social, puede uno imaginarse si se alía con el desdeñoso poder estatal.

Si al vocero de Sánchez en Cataluña, Miquel Iceta, le salen siete o nueve naciones en el territorio de España, por qué no pasarlas a catorce o dieciséis. Lo único cierto es que la batalla por el patriotismo nos dejará afuera a muchos. El efecto de esa negociación será la consolidación de dos comunidades; una tendrá el poder y la otra lo sufrirá. Como siempre, pero por favor, retiren lo de progresista. Carece de sentido. Estamos en el área de los reaccionarios y sin defensa posible frente al poder mancomunado.

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