Opinión

Presidente, mi casa ni está ni se la espera

El presidente del Gobierno acude al bar de una Facultad a conversar con algunos estudiantes. He aquí el resultado de un encuentro 'espontáneo'

  • Pedro Sánchez conversa con un grupo de jóvenes en Leganés

Jueves tarde. El presidente Pedro regresa en el Súper Puma de una visita por las ya desérticas tierras de Lérida. Está apesadumbrado. La situación es patética y se ha perdido la inmensa mayoría de la cosecha.

—Aterrizaje en Torrejón. Cinco minutos. —anuncia el piloto.

Pedro apura la botella de agua y recupera la sonrisa. El ministro Félix le ha preparado una “visita sorpresa” en la Universidad de Alcalá para tomarse un refresco con los estudiantes en el bar de la facultad de ciencias económicas y charlar con ellos.

—Con la nueva ley y el mogollón de viviendas que he anunciado hoy, ¡lo voy a petar!, piensa Pedro emocionado.

Aterriza el Súper Puma. Félix está esperando a Pedro. Ambos entran en el vehículo blindado. El convoy presidencial se dirige a la universidad.

—Félix. ¿Están todas las cámaras listas? ¿Iluminación y micros en pasillos y bar? —pregunta Pedro algo nervioso.

—Todo está listo presidente. Por cierto, Yolanda te manda recuerdos, contesta Félix.

—Qué suerte hemos tenido con Yolanda, Félix. Tengo que convencerla para ir en coalición. De lo contrario, será imposible volver a gobernar, apunta Pedro.

—Lo más divertido es ver a Pablo y a su cuadrilla escupiendo bilis. Fue una jugada maestra engrandecer a Ayuso para acabar con él. Pedro, eres un genio. —señala Félix.

—No se me da mal, pero creo que hemos creado un monstruo. Je, je, ríe Pedro.

El convoy presidencial llega a la puerta de la facultad que está tomada por las fuerzas de seguridad. Los universitarios miran con asombro, y cierta molestia, a los numerosos vehículos con ventanas tintadas. Los alumnos aguardan expectantes para ver qué personaje ha decidido hoy aparecer para romper la rutina universitaria.

—¡El presidente del gobierno! ¿A qué debemos este honor?, pregunta el decano de la facultad apartando a los presentes y fingiendo sorpresa.

—Dentro de mis obligaciones institucionales está la de hablar y escuchar a los ciudadanos. Hoy es buen día para hablar con los jóvenes, responde Pedro con semblante seguro.

—Excelente idea presidente. Por favor, permítame acompañarle a la cafetería. Allí podrá hablar con algunos miembros del alumnado. —concluye el decano.

La comitiva presidencial entra en la cafetería. Los servicios de seguridad toman el recinto. Pedro entra y observa. Según las instrucciones de Félix, debe buscar la mesa “amiga” que le han indicado para dirigirse a ella. Es una mesa compuesta por una mujer y hombre con gorra.

—¡Allí está!, piensa Pedro.

El presidente se dirige veloz a la mesa y toma asiento junto a los dos comensales. Son Alicia y Marcos, dos estudiantes de último año ya cercanos a la treintena de edad. En ese momento, Félix, notablemente nervioso, se dirige a Pedro.

—Te has equivocado de mesa… —susurra al oído.

—¡Córcholis! No importa, lo tengo todo controlado -sentencia Pedro.

Pedro inicia un diálogo cordial con ambos. Hablan un poco del tiempo, de recuerdos universitarios, de la guerra, del trabajo, de la clase política… hasta que Pedro formula la pregunta clave:

—Y vosotros, ¿vivís independizados?, pregunta Pedro.

"Este grave problema"

Ambos responden negativamente alegando que es misión imposible alquilar o comprar una vivienda.

—Sé muy bien lo que pensáis. Por eso hemos aprobado la ley de Vivienda para solucionar este grave problema. ¿Qué os parece la ley? —pregunta Pedro.

—Pura propaganda de campaña electoral, señor presidente, responde Marcos ante la atónita mirada de Pedro.

—Pero… lo hemos hecho para vosotros, por vuestro futuro, argumenta Pedro.

—Nadie nos ha preguntado. Nunca lo hacen. Usted anuncia la construcción de miles de viviendas públicas, pero no sirve de nada si el suelo público tiene un precio desorbitado y gravado por múltiples impuestos. ¿Quién va a construirlas sin rentabilidad?, señala Alicia.

—Es hilarante. Los políticos nos toman el pelo. No es usted el único. Los conservadores anuncian subvenciones y ayudas directas para pagar la hipoteca, los liberales un avance del 10% de la pensión futura, los comunistas una herencia anticipada de 20.000 euros, etc. Ninguna aborda el problema y promueve una solución adecuada y realista, añade Marcos.

Han convertido un bien de primera necesidad en un bien especulativo para, entre otras cosas, financiar su inmensa industria política con fiscalidad y corrupción

—Esta ley pretende solucionar el problema, porque limita las subidas de precio, señala Pedro.

—Usted no ha entendido nada. ¿De qué sirve limitar las subidas de precio si el que hay no es posible pagarlo porque entre todos ustedes, desde el año 1985, han convertido un bien de primera necesidad en un bien especulativo para, entre otras cosas, financiar su inmensa industria política con fiscalidad y corrupción?, apunta Alicia.

—Sin olvidar, señor presidente, que hay una inmensa cantidad de inmuebles vacíos porque los propietarios no tienen seguridad jurídica en el caso de que se los okupen. ¿Qué hace la nueva ley para solucionar este importante asunto?, subraya Marcos.

—Señor presidente. Está usted en la escuela de Economía. Se supone que es usted economista. Sabe perfectamente que el mercado de la vivienda se comporta de forma contraria al mercado estándar, es decir, que, a mayor oferta de vivienda, el precio aumenta. La única forma de abaratar la vivienda es con un coste de construcción mucho menor, otorgar márgenes razonables con precio tasado y eliminando todo el gravamen asociado, concluye Alicia.

De repente, un camarero del local se acerca a la mesa.

—Señor presidente. Mis padres compraron en 1976 un piso en Madrid por quinientas mil pesetas. Aplicando la inflación, eso serían hoy 38.000€. Ese piso, hoy, tiene un valor de venta de 100.000€ ¿Ve usted dónde está el problema? Si no lo ve, es porque está ciego, u otra cosa peor, ssentencia el camarero ante la mirada desencajada de Pedro.

En ese instante el ministro Félix susurra al oído de Pedro. Ambos se despiden amablemente de los comensales y abandonan el recinto apresuradamente.

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