¿Ha vuelto Iván?. La pregunta, como una llamarada, centellea por las redes del PSOE a velocidad pasmosa. La rápida reacción de Pedro Sánchez al aplazar su agenda de Nueva York y plantificarse frente al volcán de La Palma, un gesto populista de la escuela de Schröder, ávido de foto y mediáticamente eficaz, rezumaba el brío de los viejos tiempos, cuando la factoría de ficción del Redondo diseñaba los guiones de la Moncloa.
Redondo ha vuelto, en efecto, pero no a sus antiguas labores de jefe de operaciones de la War room, sino a un acto de la cofradía del queso Idiazábal en el que fue investido socio distinguido de tan animosa cuadrilla. Le ha crecido el pelo, ha orillado la corbata pero permanece fiel a su estilo. Esto es, manejarse con frases huecas y algo cursis que aspiran a la trascendencia. Así, en ese ágape, dijo, "mi abuelo Ildefonso, que era pastor, me recordaba cada día: Iván, las palomas se van". O sea, "quería decirme que hay que diferenciar la señal del ruido". Y más: "El futuro está lleno de una palabra mágica, que es el mañana". ¿Les vale? Y repitió, para sacudirse el estigma de fumigado que le ronda tras su cese: "Decidí parar, y paré". Puro estilo Iván, el míster Chance de Peter Sellers. Frases hechas, eslóganes eufónicos, pretenciosos tópicos, bobadas mayestáticas, todo ello adobado con mensajes rimbombantes desbordados de falsedad: "Salimos más fuertes", "Nueva normalidad", "Nadie quedará atrás". Política líquida, nadería empalagosa, hipnóticas mentiras de enorme efecto en un cuerpo social adormilado.
Algunos, cierto, parecen echarle de menos. La Moncloa es un espacio más anodino y grisón desde su inopinado cese. Más funcionarial, rutinario, plano. Amen de un escenario de torpezas en el que todo patinazo tiene su asiento. Tres meses de pifias, algunas gloriosas como la trola de Malasaña, la charleta en alpargatas cuando Afganistán o los nazis/farsa de Chueca el día de Mondragón. Otras más graves como el naufragio en la renovación del CGPJ, las réplicas marroquíes al incidente polisario o la escena deshonrosa de la bandera de España en la Generalitat. Por no hablar de errores gruesos de comunicación como el clamoroso del recibo de la luz, tan molesto y dañino.
El aparato vocea a los cuatro vientos sus méritos y credenciales, sus pedigrís militante, compañeros del alma y la rosa. Leales al partido, fieles a las siglas, ni son mercenarios ni han trabajado para el PP
Una exhibición de incompetencia que mueve a la añoranza. "Esto con Iván no pasaba". Los hay que agigantan su recuerdo, otros, sin embargo, azuzan la venganza. Las terminales socialistas se han afanado este verano en espolvorear estiércol sobre la huella del consejero cesado, a quien jamás tragaron y con quien tantas tensiones vivieron. Borrar su obra, hurtarle méritos, sembrar descrédito para afianzar la nueva etapa. Félix Bolaños y Óscar López no han logrado aún llenar el hueco que dejó el favorito de la recámara sagrada. El aparato vocea a los cuatro vientos los méritos y credenciales de los nuevos mandos, sus pedigrís militantes, su lealtad al partido, fieles a las siglas y a su credo. Ni son mercenarios ni han trabajado para el PP. Pobres argumentos para salir del paso.
Intentan, al tiempo, humanizar la imagen despegada de su jefe, tan soberbio y petulante. Tratan de camuflar su prepotencia, suavizar su arrogancia, hacer del guaperas un tipo accesible, convertir al chulapo en una persona. Ha firmado en la escayola de una anciana, ha acariciado a pequeños refugiados, incluso se adelantó a Casado en su paseo por los bosques calcinados de Ávila junto a una colla de alcaldes apesadumbrados. Han reducido los 'Aló presidente' aunque aún mantienen mudos a los periodistas en sus comparencias.
"Falta por llegar lo mejor, los fondos europeo y la subida del PIB", dicen los bolaños, que, agotado el episodio de la ultraderecha y el odio, acarician ya una nueva entega de franquismo y cunetas
La tarea es ardua. No se puede transformar a Nerón en Kennedy en dos tardes. Todos los sondeos, salvo los del ridículo Tezanos, arrojan cifras pesimistas. Desde la remodelación del Gobierno, un par de meses tan sólo, el PSOE ha bajado casi un punto mientras sus abstencionistas se multiplican desalentados. Cierto que aún no cunde el pánico. El PP, frenado por Vox, no crece como debiera, no asalta las encuestas. "Falta por llegar lo mejor, los fondos europeos y la subida del PIB", dicen los bolaños, que, agotado el argumento de la ultraderecha y el odio, acarician ya una nueva entrega de franquismo, osarios y cunetas.
Rajoy y Frankenstein
El PSOE se contrae y Podemos se encoge. Irrumpe Yolanda Díaz, el elemento comunista de la coalición, que ya prepara su propio artefacto al objeto de concurrir en las próximas generales. Para compensar la jibarización morada, reaparece Pablo Iglesias. En los platós y hasta en su partido, donde prepara una FAES de ultraizquierda para atar business en la Iberoamérica chavista, si la cantata del Pollo Carvajal no lo impide. En su resurrección ante los micros, Iglesias se ha afanado en subrayar los méritos de su amigo Redondo, muñidor que fue de la moción a Rajoy así como el arquitecto del Gobierno Frankenstein. Historietas de sobra conocidas pero que, recordadas ahora, expanden por el Consejo de Ministros un tufillo a cuerno quemado, un algo de reivindicación del vencido.
Iván no ha vuelto aunque ya anuncia sorpresas en la presentación de su hagiografía, Redondo, la política de lo que no se ve. O sea, lo que predicó siempre, "la política es el arte de lo invisible". Y también, "no eres lo que eres sino lo que creen que eres". Querían tanto a Iván pero ahora es el nebuloso Barroso, el viejo visitador de Zapatero, quien maneja los medios y las grandes estrategias. La horrible impudicia con la que se hace política desde Moncloa ha cambiado de contramaestre pero no de césar. Ya lo dicen en Ferraz, Redondo sería muy listo "pero con él nunca arrollamos en las generales y en Cataluña y Madrid se nos quedó cara de bobos". El problema es que, la próxima vez, será peor.