Los vecinos del barrio de Todoque en la isla de La Palma apenas han dispuesto de una hora para salir de sus casas con lo más elemental, lo más necesario o lo más inútil pero más querido porque andaban con la lava en los talones, mientras los bomberos intentan abrir un cauce que permita al vómito del volcán Cumbre Vieja llegar al mar sorteando las zonas habitadas y aminorando así los daños. De otras erupciones y otros bomberos desbordados quedarán a la vista a propósito de los presupuestos generales del Estado, de la financiación autonómica, de la ampliación del aeropuerto del Prat y de la mesa bilateral con Cataluña, que todos reclaman para su autonomía, desoyendo los llamamientos a la paciencia en la dieta que decía Carlos Monsiváis y rechazando la asimetría política y testicular (el izquierdo le cuelga más que el derecho) a la que se apunta el profesor Ignacio Sánchez Cuenca en su columna del martes en el diario 'El País'.
Mientras, el presidente Pedro Sánchez se explicará en la Asamblea de Naciones Unidas y aquí empieza a hablarse de la Conferencia sobre el Futuro de Europa, sin duda el propósito político de mayor envergadura emprendido por las instituciones de la UE en los últimos años. Por eso, sorprende que esté instalada desde sus primeros compases en las tinieblas mediáticas. Un símil bélico ayuda a entenderlo mejor porque, del mismo modo que carece de sentido emprender una operación militar sin tener garantizada la superioridad aérea, toda iniciativa política relevante ha de ir precedida, acompañada y continuada por un despliegue mediático suficiente. Pero basta una somera lectura de los 24 artículos que compendian los Common Principles de la Conferencia para confirmar que están redactados de espaldas a esas necesidades mediáticas elementales, de modo que sólo algunos esfuerzos voluntaristas aislados, como el protagonizado en España por Francisco Aldecoa al frente del Movimiento Europeo (CFEME), intentan romper el muro de silencio y desinterés que los medios tributan a este apasionante proyecto donde la UE se la está jugando.
La Conferencia sobre el Futuro de Europa, como toda negociación política, quedaría paralizada si quisiera someterse al principio de la transparencia absoluta, que sabemos invivible para la especie humana.
Pero, antes de culpabilizar a los medios informativos conviene examinar qué se ha hecho o qué se ha dejado de hacer para suscitar su atención o habitar su sombra. Sorprende, por ejemplo, que junto a las Rules of Procedures of the Conference on the Future of Europe no se hayan establecido otras rules en paralelo sobre el proceder mediático, que deberían haber sido promulgadas como de obligado acompañamiento. Es inaudito que en asuntos como el que aquí nos ocupa se haya ignorado aquello de que il faut créer l’événenent. La Conferencia sobre el Futuro de Europa, como toda negociación política, quedaría paralizada si quisiera someterse al principio de la transparencia absoluta, que sabemos invivible para la especie humana, como quedó claro en el experimento del panóptico de Jeremy Bentham. Una cierta penumbra, una cierta distancia entre lo que se sabe y lo que se publica, es saludable e incluso indispensable en toda negociación, pero a partir de un punto el crecimiento de esa distancia es revelador de una grave patología social.
El caso de la Conferencia sobre el futuro de Europa confirma que la relación entre los medios de comunicación y la política encierra tres paradojas. La primera, que la avalancha de información genera un ruido ensordecedor que confunde, de manera que el desbordamiento de la información produce efectos desorientadores. La segunda, que mientras se cumplen los deseos de los buenos periodistas de llegar a una audiencia multiplicada queda en cuestión la supervivencia de los medios en que trabajan. La tercera, que cada vez es más difícil amordazar a los medios y confiscar la libertad de expresión, pero el futuro de los periodistas aparece más en entredicho. La mezcla de precariedad en el empleo, pugna feroz por las audiencias y necesidad de andar cambiando con premura los titulares son factores que pueden afectar a la calidad de la información y llevarnos a un tipo de periodismo fast food donde todo se sacrifica a la velocidad. Si el periodismo de primera calidad se deteriorara, la democracia también lo haría. Con la suerte que corra el periodismo, nos la jugamos todos. Continuará.