“Where there’s fear, there is power.” Starhawk (Miriam Simos)
Tras el final del estado de alarma, hace ahora dos meses, los adventistas del séptimo virus nos vienen advirtiendo del fin de los días. Ojocuidao, le decían al presidente, la situación puede descontrolarse. La gente lleva mucho tiempo encerrada y va a celebrar la vuelta a la normalidad, y llegarán los contagios, el colapso de los hospitales y de las UCI, volverán las muertes. Regresaremos a la casilla de salida, presidente. Hay que mantener el pulso, presidente, hay que controlar al pueblo. “Recuperemos la alegría de vivir”, dijo el presidente, reviviendo el tono festivo de un año antes cuando declaró la derrota del virus, sin hacer prisioneros. Y mientras que hace un año escribí, en estas páginas, acerca de la irresponsabilidad que suponía trasladar el mensaje al turismo de que todo estaba controlado, sin exigir controles en destino, hoy la situación es radicalmente distinta.
Más de 20 millones los españoles han recibido ya la pauta completa de vacunación, con más de 46 millones de dosis suministradas. El efecto, que muchos niegan, es más que evidente cuando observamos la incidencia en la población de mayor edad, en la que las muertes por coronavirus (que debemos distinguir de las muertes con coronavirus) se han reducido a niveles mínimos. El virus, que se cebó especialmente entre los mayores, sigue presente entre nosotros. Y seguirá, posiblemente, durante mucho tiempo. Como cohabita el de la gripe, ese virus que muchos de los adventistas empleaban para despreciar el SARS-CoV-2 allá en febrero de 2020, mientras nos llamaban agoreros a los pocos que advertíamos de lo que se avecinaba. Esto no significa que debamos bajar la guardia, pero tampoco significa que haya que provocar alarmas innecesarias. Así lo avalan los datos, esos que siempre he esgrimido como argumento, antes del 16 de marzo para criticar la irresponsabilidad del Gobierno, y que permiten ahora no caer en el alarmismo.
La curva de contagios es en la que se basan los medios para bombardearnos continuamente con la famosa quinta ola.
Con las gráficas de Simón, y salvo excepciones, se observa un repunte de los casos. No cabe duda. En algunas regiones, como Cataluña o Canarias, la velocidad de reproducción del virus ha provocado un incremento de los contagios muy notable, y muy rápido. La incidencia acumulada a 14 días (IA14d) alcanza, en muchos lugares, valores que se tildan de alarmantes. Ahora bien ¿tiene sentido mantener, tanto esa métrica como sus umbrales, como el de riesgo extremo, cuando se ha quebrado la relación entre contagios, hospitalizaciones en planta, hospitalizaciones en UCI y fallecimientos? Porque esa es la clave. Hasta el mes de enero, al menos, con la vacunación aún incipiente, se podía mantener esa afirmación. Hoy, sin embargo, ya no es posible. No existe una relación entre contagios y el resto de magnitudes, que son las que realmente deberían preocuparnos.
Estos dos gráficos recogen la evolución del número de fallecimientos diarios en España, de acuerdo con las cifras oficiales. Y ojo, que la propia evolución ha provocado un cambio de escala, pasando de un límite hasta 1000 fallecidos diarios en el de la izquierda (rozamos los 900 en los peores momentos de la primavera de 2020) hasta los 600 en el actual, desde enero de 2021. Parece evidente que deberá efectuarse un nuevo cambio de escala si queremos apreciar lo que está ocurriendo, que, aunque sea terrible, gracias a Dios es poco. Tan poco que, como vemos, el CCAES ocupa ya parte del espacio reservado al gráfico para añadir información adicional.
Cantabria, con una IA14d de casi 400 casos por 100.000 habitantes, que ascienden a más de 1600 en la cohorte de 20 a 29 años, tiene 42 ingresados en planta y cinco más en UCI. Castilla y León, otra de las provincias donde las restricciones a la hostelería y al ocio nocturno han sido más draconianas, y con una IA14d de más de 337, tiene 76 enfermos hospitalizados en planta y 33 más en UCI, con una ocupación del 10% de su capacidad total.
Cataluña es, como he señalado, otra de las regiones donde la IA14d se ha disparado, y con ella todas las alarmas. De nuevo, se observa la ruptura entre contagios, hospitalizados y fallecimientos.
En Madrid, la capital de la insurgencia contra Sánchez, la única comunidad que mantuvo, contra viento y marea, una cierta actividad económica y social pese a los deseos de bloqueo y de quiebra de toda la izquierda oficial y oficiosa, la situación es hoy mejor que en casi ningún otro sitio. La que, para esa misma izquierda, fue la capital del turismo de borrachera, que miran hoy para otro lado tras los sucesos de Mallorca y Salou, no presenta tampoco señales de alarma, con indicadores perfectamente razonables, y con el mejor tono de actividad económica del país.
Así pues, me gustaría que alguien me explique dónde está la quinta ola. Que alguien me explique qué interés existe en trasladar el miedo a la población. Que alguien me explique por qué mandan un mensaje que no se acomoda con la realidad. Un mensaje que cala en la opinión pública, tras escucharlo machaconamente en los medios de comunicación, y que cala en los mercados emisores, hundiendo, un año más, las reservas y las visitas de los turistas extranjeros, golpeando a empresarios y a trabajadores, a muchos de ellos definitivamente. Es realmente irresponsable hablar de quinta ola que los datos no lo avalan, desde la comodidad de una emisora de radio, de un plató de televisión o de un periódico. Más aún cuando muchos de ellos, además, contribuyeron a propagar el virus con su negacionismo inicial. No hay datos que avalen que la variante Delta sea más mortífera que las anteriores, al menos entre población vacunada. Aceleremos aún más la vacunación, y tengamos cuidado todos, porque el virus sigue presente. Pero no dejemos que los adventistas nos encierren de nuevo.