El absurdo debate entre los politólogos, esa plaga que nos encocora, se centraba en un solo detalle: ¿Ha plagiado Rivera a Obama? ¿Su discurso de este domingo en Madrid es un calco del pronunciado por el expresidente norteamericano en la convención demócrata de 2014? Oh, hay muchas similitudes, comentan los enterados. Ya saben. “Yo no veo rojos y azules, yo veo españoles”, por un lado. “No hay una América blanca y una América negra; hay los Estados Unidos de América”. Un clásico. Tanto la pieza de Obama como el reproche del plagio.
Vale más hablar de inspiración. Rivera admira a Kennedy, a quien idolatra, y a Obama, en quien se inspira. En especial, a la hora de los discursos. El ‘Yes we can’ se lo sabe de memoria. Su tono, de patriotismo cívico, es ya una constante en las apariciones del líder de Ciudadanos. Poco más. “Mejor parecerse a Obama que a Le Pen, como otros”, dicen en su núcleo duro.
Tan poca chicha hubo en la presentación de la ‘plataforma ciudadana’ de color naranja que a los informadores le dio por fijarse en estas similitudes, tan nimias como evidentes. Tanta expectación despertó el acto que pudo verse por el Palacio de Congresos a esos periodistas que sólo se dignan en las ocasiones importantes. Ponen cara de reporteros incisivos y consuman luego piezas que piensan antológicas.
La plataforma en cuestión, para los no advertidos, dio poco de sí. No hubo más figurón que Manuel Valls, que empieza a fatigar, y algún presentador televisivo. Allí abajo, en las tumultuosas butacas, estaban Teresa Freixes y Francesc de Carreras, a quienes casi se les ignoró con distraída petulancia. También un par de escritores sin fuste más alguna gente de cine. Y, por supuesto, Marta Sánchez, la gran reina de la fiesta, quien atacó con fortuna su emotiva versión del himno nacional.
Rivera se ha envuelto en la bandera, ha vestido de orgullo la condición de español y está decidido a llegar a la Moncloa con “mi querida España”, por un lado, y Marta Sánchez por el otro"
El discurso en sí fue ramplón. Adocenado y chato. Un rosario de verdades enhebradas sin brillo. Poco importa. Quinientas personas se quedaron en la puerta. El auditorio desbordaba entusiasmo y el público, en apariencia recién salido de las filas del PP, disfrutó con entusiasmo adolescente. Rivera se ha convertido en la gran estrella del momento. Y no parece fugaz. Rajoy y Sánchez le atizan sus mejores frases y la prensa separatista le crucifica con apelativos obtusos. Desde ‘aznarín’ a falangista, pasando por Primo de Rivera o alevín de la OJE. Rivera, escuece. Y molesta. Está en la cima y acelerando.
El acto de Madrid fue la rampa de lanzamiento de algo llamado “España ciudadana”. No se esforzaron mucho los artífices del ingenio. Una enseña nacional, estratégicamente acomodada como telón de fondo, dominaba el escenario. Es de lo que se trataba. En tiempos ya lo hicieron Rajoy y el propio Sánchez. Y en Cataluña. Pero se han olvidado. Desde el golpe de Estado, Rivera ha hecho suyas todas y cada una de las banderas de España que cuelgan desperdigadas por los balcones. El 155 es él. ¿Alguien lo duda?
“Ser español, es una cosa grande que te inflama el corazón. A pesar de la riqueza, la cultura y libertad, mi España vale lo que pesa, como mi España ni hablar”, cantaba Víctor Manuel, con ironía algo borde, en sus tiempos de “Rabos”, cuando su exilio mexicano. La izquierda española nunca ha pecado de española. Lo de España le daba asquito. Olía a franquismo, a Indívil y Mandonio, a inauguración de pantanos, recepción en la Granja, el parte, el Nodo, flechas y pelayos, los planes de desarrollo y los fusilamientos. Así siguen algunos, que ampararon primero a ETA, jalean ahora a los golpistas catalanes y le perdonan a mosén Torra sus pecados.
Rivera se ha envuelto en la bandera, ha vestido de orgullo la condición de español y, armado con el eslogan de Esperanza Aguirre, “sin complejos”, está decidido a llegar a la Moncloa con “mi querida España”, por un lado, y Marta Sánchez por el otro. “Oportunista”, le dicen. “Frentista”, le reprochan. “Es una estrategia disgregadora cuando toca ser inclusivo”, apostilla Ábalos, el Schlesinger de Sánchez. El PSOE de la ‘nación de naciones’ dando lecciones territoriales.
Ya se ve Rivera en la Moncloa. Rajoy decae en las encuestas, la corrupción le inunda (ahora mismo toca Zaplana, y el número dos de Montoro…), Torra le provoca y los jubilados le silban. Y en esto aparece Rivera, armado del ‘patriotismo cívico’ de Aznar, el centrismo audaz de Suárez y discurso trasversal a lo Obama. No cuaja, dicen los expertos. Ciudadanos no es mayoritario entre trabajadores, ni entre los mayores de 55, ni en los pequeños municipios. Tampoco le favorece la Ley D’Hont.
Dos años tienen para consolidar, armar estructuras, reclutar cuadros potentes y fortalecer el partido. “A Rivera todo se le hace muy largo”, apuntan los profetas. “Se desinflará”, añaden. Rivera lo sabe. Por eso se ha aferrado a una marca en crecimiento. Le ha dado la vuelta a Víctor Manuel y ha hecho suya la frase de James Rhodes: “No os miento si os digo que en España todo es mejor”. Ya tocaba.