Opinión

¿Sigue Usted ahí, Señor?

Me hice esta pregunta después de ver, un año más, las lágrimas que dejan las procesiones suspendidas por una lluvia que habitualmente escasea en el sur pero que -de un tiempo a esta parte- elige regar esta tierra seca en Semana Santa.

  • Nazarenos de la Hermandad del Cautivo de San Pablo salen de la Iglesia tras suspenderse por la lluvia su estación de penitencia -

Me hice esta pregunta después de ver, un año más, las lágrimas que dejan las procesiones suspendidas por una lluvia que habitualmente escasea en el sur pero que -de un tiempo a esta parte- elige regar esta tierra seca en Semana Santa. ¿Sigue Usted ahí, Señor? ¿Por qué ahora el agua en un lugar que se agrieta de tanto sol? ¿Está Usted presente o se ha marchado cansado de tanto correr tras el viento agitado? 

Estas cuestiones repentinas me hicieron recordar y regresar a un diálogo que subrayé a lápiz allá por 2006 y que mantiene con Dios el protagonista de la primera novela -un tesoro digno de poseer- que escribió mi admirada Sonsoles Ónega bajo el título Calle Habana, esquina Obispo. “Puede que todo esto sea un mal sueño, verdad Señor. Hacía tiempo que no recurría a usted y quizá sea porque he dejado de creer en su existencia. Han sido tantas las veces en las que ha estado ausente… ¿Cuántas, Señor? ¿Cuántas? Cuéntelas. A mí me faltan dedos en las manos y saliva en la boca”.

Tengo estos días la sensación de que no sólo Usted anda perdido en estos tiempos. Desorientado, sin rumbo, sin respuestas para una sociedad ahogada en preguntas

Lo cierto es que, en esta ocasión, no se mantuvo del todo ausente y decidió finalmente evidenciar que sigue ahí. Se presentó en Jueves Santo. Lo vi con mis propios ojos desplegando su fuerza en forma de ola descomunal. No sé cuántos metros -cinco, tal vez, seis- alcanzaría aquel montículo de agua, salitre, arena y ramaje. Se mostró poderoso y hasta se dejó fotografiar por los cientos de curiosos que llenaban el paseo nuevo de San Sebastián a pesar del cordón de seguridad que advertía del riesgo de temporal. Supuse que muchas de aquellas personas buscaban, también, de alguna manera corroborar que Usted continuaba entre nosotros a pesar de todo; que persistía incluso después de que el mismísimo Papa Francisco le hubiera puesto en jaque ante miles de fieles mostrándose cansado -quizá- de rogarle una paz imposible. Fatigado hasta el punto de renunciar a leer la homilía que tenía preparada para la misa del Domingo de Ramos y preferir el silencio. Se le secaron las palabras al Pontífice, pero se humedeció tanto el cielo que se pasó de frenada arrastrando a la muerte a cuatro personas entre Asturias y Tarragona con una borrasca llamada Nelson. Como si alguien hubiera elegido a dedo el nombre del activista y referente sudafricano para dotar de cierto sentido a unos fallecimientos inexplicables cuando hay sobredosis de información meteorológica.

Tengo estos días la sensación de que no sólo Usted anda perdido en estos tiempos. Desorientado, sin rumbo, sin respuestas para una sociedad ahogada en preguntas. Tengo la sensación de que todos lo estamos de alguna forma y me preocupa, fundamentalmente, la juventud. Porque es ahí, en esa edad, cuando la dicha, la risa, las metas, la diversión, se presuponen más sencillas y posibles. Es ahí, en esa edad sin número próximo al final en la que se presupone todo al alcance, incluso de un mísero click. Y es ahí, en ese click donde reside, tal vez, el verdadero problema porque leo en un informe que se debe publicar cada año, el Happiness Report 2024, que aquellos que pululan entre los 15 y los 24 son ahora menos felices que los mayores. ¿Qué está pasando con ellos? ¿No puede Usted hacer nada? ¿Sigue ahí o está exhausto de tanto facilitarles el camino?

Nube negra amenazante

Ya es Viernes Santo. Me he levantado temprano para escribir esta columna y mientras tecleo y apuro el café, busco en la prensa algún resquicio, una señal que me reconcilie con el mundo, con Usted, aunque no encuentro nada a lo que aferrarme. Guerras varias, muertes, los 60 años de una modelo -Elle Macpherson- que siempre creí seguiría en los 30 y la tasca de Pablo Iglesias abierta y cerrada al mismo tiempo por avería y escasez de cerveza. En fin.

Salgo al balcón. La mañana es fría y el desayuno demasiado largo. Miro al cielo y le vuelvo a ver, Señor, hoy en forma de nube negra amenazante. Nadie asoma en las ventanas, sólo hay quietud y la vida que se pasa como si nada. Es entonces, cuando al entrar de nuevo bajo techo busco el calor del abrazo en una frase que Isabel Allende escribió en su libro Paula. “En los momentos más duros de mi existencia, cuando me ha parecido que se cierran todas las puertas, el sabor de esos damascos me viene a la boca para consolarme con la idea de que la abundancia está al alcance de la mano, si uno sabe encontrarla”.

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