Opinión

Cría cuervos


Hay mucha gente que no se explica el insólito crecimiento político de Isabel Díaz Ayuso. No se lo explica porque la verdad es que, tras su presentación en sociedad, saltando a la primera fila prácticamente desde la nada política,

  • Susana Díaz y Pedro Sánchez, en un desayuno informativo, en 2016. -


Hay mucha gente que no se explica el insólito crecimiento político de Isabel Díaz Ayuso. No se lo explica porque la verdad es que, tras su presentación en sociedad, saltando a la primera fila prácticamente desde la nada política, esa misma gente no vio en ella más que una chica con escaso relieve y en su elevación al liderato una simple ocurrencia derivada de la circunstancia. El caso no es raro en política: recuerden la escasa fe que tanto la izquierda como la derecha depositó en Suárez cuando el Rey lo lanzó por sorpresa para pilotar nada menos que la Transición. Pero en el caso de Ayuso, pasado ese primer momento sorprendente, no se ha tratado tanto de un error de percepción como de un erróneo proyecto destinado a desacreditarla por todos los medios que hay que atribuir sin más al propio Sánchez.

Y hay algo poco explicable en semejante estratagema, porque, si bien se piensa, resulta incomprensible que Sánchez no tenga presente la inolvidable experiencia de su rifirrafe y posterior triunfo sobre la ingenua Susana Díaz, inocente autora de la clamorosa intentona de hacer de él un desecho político. ¿Cómo es posible que Sánchez haya olvidado la imagen de aquella Susana insultándolo en la tele –con el célebre “¡El problema eres tú”, Pedro!”—teniendo en cuenta lo cucamente que ha sido capaz de tragarse el sapo antes de disimularle su ofensa al Pachi López que, en la misma ocasión, trató con insistencia de probar su proverbial ignorancia?

Porque a Sánchez le ha ocurrido con Ayuso lo mismo que a Susana le sobrevino con él: que el enemigo tan taimadamente recreado en la factoría política para auparse sobre sus despojos creció lo inesperado en lugar de menguar

¿Cómo explicar, por lo demás, que hubiera escapado a su probada perspicacia la añagaza con que, en su día, Susana supo enfrentarlo a Madina en unas más que inseguras “primarias” y en tan desigual competencia?

Ya ven, ocurren en la Historia ocasiones en que hasta el aparentemente más listo de la clase olvida la mayor, pues de otro modo sería inimaginable el extraño emperre de todo un presidente del Gobierno en vencer –en su propio terreno, no se olvide— a una flamante presidenta autonómica cuya sintonía popular con los Madriles era evidente ya en sus comienzos, y cuyos posteriores progresos la han acreditado de sobra hasta dejarlo en ridículo. Porque a Sánchez le ha ocurrido con Ayuso lo mismo que a Susana le sobrevino con él: que el enemigo tan taimadamente recreado en la factoría política para auparse sobre sus despojos creció lo inesperado en lugar de menguar hasta mantenerse sólido en una estatura ya sobradamente autónoma.

Pero, ¿y qué me cuentan del espectacular fiasco de Sánchez con aquel Puigdemont olvidado en su cómodo exilio, por el que, no hace tanto, ni los suyos daban ya un duro, y recobrado luego de su insustancial inanidad a fuerza de innúmeras y caprichosas transfusiones con cargo al erario público con que su ingenuo protector lo fue recuperando hasta devolverle más que intacta su insolente presencia? ¿Ven lo que pasa por jugar a creador de eminencias a la manera que, la visionaria novela de Meyrink, contaba cómo el rabino Loew, tan gran cabalista, logró armar el Golem? Pues bien, ahí tienen ahora a la antaño insignificante marioneta del flequillo, tan pancho y sobrado, retando cada día a su creador con una exigencia nueva, maqueando de haber sido capaz de sentar a la fuerza al Gobierno de España en mesa extranjera y ante un insólito mediador, y hasta desafiando tácitamente a una Justicia previamente desarmada, de la manera más escandalosa, por la política. En resumen, como él burló a Susana, Puigdemont lo ha burlado a él, aunque en este caso ciertamente agasajado a manos llenas como, en fin de cuentas, corresponde a un presidente todo lo vicario que se quiera pero con la llave maestra de la gobernación en el bolsillo.

Por ahí anda Puigdemont

En fin, que el maniqueísmo tiene sus límites, como se ve, y sus trampas y trapazas políticas, erigidas como tronos empíreos, no es raro que muden en tumbas. Es posible que Sánchez vaya vislumbrando, o incluso que sea consciente a estas alturas de estos fiascos, pero qué duda cabe de que ahora es ya tarde, incluso para un chalán trilero tan habilidoso como él. Puigdemont por ahí anda tan ufano en espera de un icárico remedio que, a cambio de sus siete votos provisionales, le permita escapar por fin del laberinto. Y Susana lo tiene tan claro, por su parte, que, aunque apalancada en el Senado, se ha reciclado a la desesperada en tertuliana de segunda fila. “Nunca tengáis enemigos dignos de menosprecio”, aconsejaba Nietzsche cuando, entre lúcidos renglones, se entretenía con Zaratustra.

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