Desde el punto de vista económico, los salarios y la cantidad de trabajo que se emplea en la producción se determinan simultáneamente por las fuerzas de la oferta y la demanda en las sociedades libres. Este planteamiento causa rechazo, no sólo entre los enemigos del mercado, sino en parte de la opinión popular que no entiende que se trate el salario como un precio más cuando constituye la principal fuente de renta de la inmensa mayoría de personas de la sociedad. Puede resultar útil, por tanto, comenzar este escrito estableciendo algunos hechos que quizá ayuden a limar esa animadversión al lenguaje del análisis económico del mercado de trabajo.
El mercado de trabajo, entendido como un conjunto de trabajadores oferentes de fuerza laboral que negocian libremente, con las limitaciones que se quiera, su salario y condiciones de trabajo con las empresas que la demandan es un atributo de las sociedades libres. Esto es así porque dicho mercado es, por definición, incompatible con la esclavitud y con la servidumbre feudal, instituciones que en una u otra medida han caracterizado el funcionamiento de las sociedades humanas hasta terminar siendo barridas por el capitalismo. El mercado de trabajo, como tal, no existe en las sociedades comunistas en las que un organismo estatal decide dónde y en qué hay que trabajar y cuánto cobrar por hacerlo. Si se quiere decir, a la manera marxista, que en las sociedades capitalistas las empresas tratan el trabajo como una mercancía, hay que añadir que en estas sociedades es una mercancía peculiar, una mercancía con volición porque al ser propiedad de los trabajadores, estos tienen un mayor o menor margen para decidir si alquilarla o no al salario que les ofrecen, así como para desplazarse a otras empresas que les ofrezcan una mayor remuneración o mejores condiciones laborales por sus servicios. En las sociedades comunistas, que se vanaglorian de haber conseguido abolir la ley de los mercados, el trabajo es verdaderamente una mera mercancía propiedad del Estado, que decide a su arbitrio cómo utilizarla (muy mal) y cuánto pagarla (muy poco).
Es importante destacar, en todo caso, que los economistas no tratan el mercado de trabajo como un mercado cualquiera. El trabajo es un factor de producción decisivo y por tanto sus niveles de utilización afectan a los movimientos del producto nacional y estos, a su vez, afectan a dichos niveles de utilización. El salario y el empleo no solamente constituyen la principal fuente de renta de la mayoría de las personas, como se ha dicho antes, sino también de su autoestima y posibilidades de realización vital. Todo esto influye indudablemente en la configuración y en la dinámica de la oferta y de la demanda de trabajo y lo diferencia de cualquier otro mercado. Además, el mercado de trabajo opera en todos los países, sin excepción, dentro de un marco institucional — la legislación sobre jornada laboral, contratos, despidos, subsidios de desempleo, seguridad social y normas de negociación colectiva — que influye evidentemente en las decisiones de trabajadores y empresas y, por ende, en los resultados de dicho mercado. Este marco institucional, cuya eficiencia y provecho para los trabajadores varía considerablemente según los países, no invalida en absoluto la importancia decisiva de las fuerzas de la oferta y la demanda en la determinación de los niveles de los salarios y el empleo. Al contrario, la cabal comprensión de estas fuerzas es fundamental para un diseño de esas instituciones que sea eficiente para el bienestar de los trabajadores y del conjunto de la sociedad.
La determinación de los salarios y el empleo
Como se decía al comienzo, los salarios (y el nivel de empleo) se determinan por las fuerzas de la demanda y la oferta, de trabajadores y horas de trabajo. Esto es, por la demanda de trabajo (y la oferta de salarios) de las empresas y la oferta de trabajo (y demanda de salarios) de los trabajadores. Para una configuración dada de las instituciones laborales y un nivel de producción determinado, en el rango de salarios y empleo en el que habitualmente discurre la mayor parte de la actividad económica, a salarios más altos mayor será la oferta y menor será la demanda de trabajo. Este aserto es compatible con que muchos trabajadores prefieran un empleo con menores salarios y mejores condiciones laborales a otro con peores condiciones y salarios más altos. Lo es porque un aumento de salarios, dadas las condiciones laborales, inducirá un aumento de la oferta de trabajo en uno u otro tipo de empleo o en ambos a la vez. Así, dado el marco laboral y el montante de producción, la interacción entre oferta y demanda de trabajo genera el nivel de los salarios y el volumen de empleo. El mercado de trabajo estaría en equilibrio cuando se alcanzan los máximos niveles salariales compatibles con el pleno empleo.
El hecho de que en muchos países capitalistas buena parte de los salarios se determinen mediante procesos de negociación colectiva no contradice en absoluto el razonamiento anterior. De hecho, en los países donde este proceso es eficiente, los niveles de los salarios y el empleo tienden a coincidir con ese equilibrio. Donde no es eficiente y el salario fijado mediante la negociación colectiva es superior al necesario para absorber toda la oferta de trabajo a ese nivel salarial habrá desempleo. La demanda de trabajo, la relación entre los salarios que las empresas están dispuestas a pagar según los niveles de empleo y producción, es la pieza del mercado de trabajo peor comprendida por la opinión pública. Merece la pena dedicarle una atención algo más detallada.
El principio de la productividad marginal
A fin de esclarecer el lado de la demanda conviene suponer que la oferta de trabajadores está dada. La demanda de trabajo se rige por el principio de la productividad marginal según el cual la remuneración del trabajador tiende a coincidir con su contribución a los ingresos de la empresa. Esta contribución viene dada por el valor de la productividad marginal, que se define como el aumento de la producción que se consigue por incremento unitario del empleo multiplicado por el precio de mercado de dicha producción.
Para comprender mejor la operación de este principio, consideremos el caso de un autónomo que empieza a ejercer individualmente su actividad, hay por tanto un único trabajador empleado y un único salario. Este salario, por definición, no podrá superar sus ingresos. Si este trabajador utiliza otros factores de producción en su actividad, si tiene que pagar el alquiler de una oficina, medios de transporte y otros bienes de equipo, etc., tendrá que deducir estos costes de sus ingresos para determinar su salario. Así, el salario terminará reflejando su contribución, neta de las de los otros factores productivos, a los ingresos de su actividad. Esta contribución sería el valor de la productividad marginal, el aumento de ingresos por empleo unitario añadido, en este caso el suyo, dada la dotación de los otros factores productivos. Nótese que la productividad marginal no depende únicamente de las capacidades del trabajador sino también de la calidad y cantidad de los otros factores que participan en la producción.
Imaginemos ahora que este autónomo decide convertirse en empresario y ampliar su actividad aumentando su equipo y contratando otros trabajadores que, para simplificar la exposición, supondremos que tienen todos las mismas capacidades. ¿Qué salario les ofrecerá y cuántos trabajadores contratará? Ofrecerá un salario que no supere el aumento de ingresos que consiga con su contratación, esto es, que no supere el valor de su productividad marginal. Si el salario es superior, el autónomo empresario ganaría menos con la contratación adicional que sin ella. Dicho de otra manera, los ingresos que pierde por no aumentar el empleo son inferiores a los gastos que se ahorra por no contratar un trabajador adicional. Si el salario es inferior a la productividad marginal ocurriría lo contrario, de manera que seguiría contratando trabajadores hasta que la productividad del último trabajador contratado se redujera hasta igualarse con el salario. Con el supuesto de dotación constante de los otros factores productivos, los incrementos de empleo generan aumentos cada vez menores del output de la empresa, esto es, reducen la productividad marginal. Así, los salarios y el empleo se mueven de manera que las remuneraciones de los trabajadores tiendan a coincidir con sus contribuciones a los ingresos de las empresas, esto es, con los valores de su productividad marginal.
Algunas implicaciones del principio de la productividad marginal
Para apreciar el potencial explicativo del principio de la productividad marginal puede ser ilustrativo examinar su funcionamiento en algunos fenómenos económicos. Como se señaló en la sección anterior, la productividad marginal depende decisivamente, además de la capacidad del trabajador, de la dotación de capital de la empresa que lo emplea. Considerando la economía en su conjunto, esto implica que el salario medio por trabajador dependerá, además del capital humano de los trabajadores empleados, de la cantidad y calidad del stock de capital por empleado del país. Por calidad del capital debe entenderse no sólo el grado de incorporación de los avances tecnológicos y de mantenimiento del mismo, sino también la adecuación de su distribución sectorial a la estructura de la demanda de bienes y servicios de la sociedad. De lo anterior se deriva que el motor fundamental del nivel y el crecimiento sostenible de los salarios, de las condiciones de vida de los asalariados, es la cantidad y calidad del stock de capital del país y su ritmo de crecimiento (además del avance de la calidad del trabajo, esto es, del capital humano). Así, las abultadas diferencias entre los salarios de, digamos, Dinamarca y España se deben primordialmente a las abultadas diferencias entre la cantidad y calidad del stock de capital de uno y otro país. La acumulación y mejora de la dotación de capital es más decisiva que los avances de educación, formación profesional de los trabajadores y otros elementos determinantes del capital humano. Baste, como prueba de esta afirmación, señalar que la formación, por ejemplo, de un empleado de hotel o un camarero no es hoy muy superior a la que podrían tener los que desempeñaban estas profesiones hace cien años pero sus salarios reales, el poder de compra de los salarios, es hoy abismalmente superior al de una centuria atrás. La causa, evidentemente, reside en la abismalmente mayor cantidad y calidad de capital por empleado existente hoy en comparación con la de hace cien años.
España, que tiene las mayores cotizaciones empresariales a la seguridad social del mundo, registra una de las más bajas tasas de empleo de los países desarrollados y salarios reales significativamente inferiores a los que habría con cotizaciones empresariales similares a la media de estos países
El principio de la productividad marginal es igualmente aplicable al análisis de las consecuencias sobre el empleo y los salarios del sistema de reparto para financiar las pensiones. En el esquema simple expuesto más arriba los salarios tendían a coincidir con la productividad marginal porque representaban el coste total para la empresa de contratar un trabajador. Si existen contribuciones a la seguridad social por parte de la empresa, como en una u otra medida ocurre en la mayoría de países con sistema de reparto, la productividad marginal tiende a igualarse no con el salario sino con el coste laboral total resultante de la suma de salarios y contribuciones empresariales. Esto implica que una subida de las contribuciones empresariales a la seguridad social reduce la demanda de trabajo hasta que el aumento de la productividad marginal provocado por dicha reducción iguale el nuevo coste laboral. El resultado final, dependiendo de la flexibilidad de la oferta de trabajo, será una combinación de menores salarios y niveles de empleo de los que habría en ausencia de la subida de cotizaciones. De forma general y en consistencia con este análisis se observa que la tasa de empleo, el cociente entre las personas empleadas y las personas en edad de trabajar, tiende a ser tanto más bajo cuanto mayores sean las contribuciones empresariales a la seguridad. Así, Dinamarca, que no tiene cotizaciones sociales, registra una de las mayores tasas de empleo de los países desarrollados, tasas que también son elevadas en los países donde las cotizaciones empresariales son relativamente bajas. Por contra, España, que tiene las mayores cotizaciones empresariales a la seguridad social del mundo, registra una de las más bajas tasas de empleo de los países desarrollados y salarios reales significativamente inferiores a los que habría con cotizaciones empresariales similares a la media de estos países. También es importante señalar que la combinación de cotizaciones empresariales muy elevadas con un tejido empresarial dominado por la muy pequeña y mediana empresa, como es el caso de nuestro país, aumenta el tamaño de la economía sumergida. En cualquier caso, es importante recalcar que cuanto mayores sean las cotizaciones empresariales a la seguridad social menores tenderán a ser el empleo y los salarios reales. Todo lo dicho de las cotizaciones a la seguridad social se aplica a cualquier otra carga que aumenta significativa y permanentemente el coste laboral por trabajador, como por ejemplo el establecimiento de cuantiosas indemnizaciones por despido o
El establecimiento de un salario mínimo por encima del que regiría en un mercado libre tiene efectos negativos sobre el empleo similares a los del aumento de las cotizaciones sociales, si bien están más concentradas en los grupos de trabajadores más vulnerables y con salarios cercanos al mínimo. Se reduce la demanda de los trabajadores con salarios en el entorno del salario mínimo, ya sea reduciendo el empleo o las horas trabajadas o la duración de los contratos, y se incrementan los precios de los bienes y servicios intensivos en la utilización de trabajadores beneficiados por la subida del salario mínimo. Este incremento de precios reduce la demanda de estos bienes y alienta la adopción de métodos de producción encaminados a sustituir trabajadores poco cualificados por bienes de capital, salarios en el entorno del salario mínimo. En aras del rigor, debe consignarse que en algunos casos excepcionales, por infrecuentes y de poca entidad, aquellos segmentos del mercado de trabajo en los que alguna empresa monopoliza la demanda de trabajadores permanentemente, la subida del salario mínimo podría no acarrear una caída del empleo. Además, en estos casos de excesivo poder de mercado, los salarios de estas empresas se sitúan habitualmente bien por encima del mínimo.
El impacto negativo de las subidas del salario mínimo y de las cotizaciones empresariales a la seguridad social sobre el empleo no puede cuantificarse examinando únicamente lo que ocurre durante la fase expansiva de la economía, como se viene haciendo en nuestro país desde el inicio de estas subidas hace cinco años. Es necesario, además, computar los efectos que desencadenan en la etapa recesiva del ciclo. Se puede aventurar, sin temor a equivocarse, que si nos alcanza una recesión con los niveles actuales de cotizaciones y salario mínimo, el impacto negativo sobre el empleo, especialmente sobre el de los trabajadores más vulnerables, será devastador.
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La realidad es obviamente mucho más compleja que el simple esquema expuesto. Las empresas desconocen a priori las capacidades de los trabajadores que contratan y el importe de las ventas siempre está rodeado de incertidumbre. Incluso a posteriori, especialmente en empresas de cierto tamaño, no es empeño fácil discernir las productividades de trabajadores de similar categoría, y habrá indudablemente situaciones en las que se compensará los excesos de productividad marginal sobre salarios de unos trabajadores con las deficiencias de otros. Estas y otras muchas incertidumbres de la vida económica (los cambios inesperados de la demanda, el avance tecnológico, las variaciones de la población, etc) generan discrepancias entre salarios y productividades marginales. El punto de coincidencia entre salarios y productividad marginal debe concebirse como un centro de gravedad hacia el que tienden ambos valores, con la brecha entre ellos que establezcan las cotizaciones sociales y otras cargas que alejen los salarios de los costes laborales. Esta tendencia se sustenta en la imposibilidad de que las empresas paguen permanentemente costes laborales y salarios sensiblemente por encima o por debajo de la productividad marginal (antes o después desaparecerían o serían absorbidas por otras más eficientes). El principio de la productividad marginal, en fin, es imprescindible para desbrozar la complejidad del mercado de trabajo y entender los determinantes fundamentales de los salarios y el nivel de empleo de un país.
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Karl
17/02/2025 18:05
“Garantizar trabajo a cada obrero sería tan impracticable como asegurar a todo vendedor un comprador, a todo abogado un cliente, a todo médico un enfermo, a todo cómico, aunque fuese detestable, un auditorio." ~Juan Bautista Alberdi
antoniocrespomovella
17/02/2025 18:14
En los países comunistas, el trabajador hacia como que trabajaba y el gobierno hacia que le pagaba.
antoniocrespomovella
17/02/2025 18:29
Cuando uno no sabe de economía es un ignorante, cuando los que no saben de economía son cientos de miles se llama ideología.
ses_
17/02/2025 18:52
Buenas tardes, me parecen análisis muy profundo y merece apena leer con tranquilidad. Muchos ciudadanos deberían de leerle para entender como va la economía y poder criticar o no las situaciones diarias de los trabajadores y empresarios.Gracias