Siendo niña, manipulé los recuerdos de una compañera de clase. Es lo único que recuerdo sobre el incidente, eso y que la profesora se llamaba Madre Agustina y era muy anciana.
Es posible que esto ya se lo haya contado. Me gusta emplear la expresión “indiferente a las fuentes” para calificar mi desastrosa memoria. Esa definición me hace sentir un poco menos culpable del plagio no intencionado o de la manipulación accidental. Aquella ocasión lo fue. Casi sin darme cuenta logré que aquella niña, cuyo nombre no recuerdo, dijera haber visto algo que no pudo ver porque no estaba allí. No mintió pero no contó un hecho verdadero: contó aquello que genuinamente creía. Yo, ojalá involuntariamente, había sido exitosamente persuasiva al relatarle los incidentes un rato antes de su “declaración” ante madre Agustina.
Ese recuerdo, que bien podría no haber sucedido, actúa como un farolillo rojo que se enciende de vez en cuando y explica la forma en la que me acerco a la verdad: la curiosidad que nunca se sacia, la búsqueda de la mínima certidumbre que cualquier ser humano necesita para mantenerse en el mundo, o que entre las personas a las que confiaría mis mayores vulnerabilidades se encuentran algunas de memoria prodigiosa.
Esa misma cualidad es la que hace posible que una emoción posterior reinterprete el recuerdo del acontecimiento y lo convierta en otra cosa distinta a lo que fue en primer lugar
El recuerdo del miedo que sentí al ser consciente de mi capacidad, ojalá involuntaria, para cambiar los hechos “ciertos” de la vida de otra persona me hace ser más tolerante con los fallos de comprensión propios y ajenos. Creo que son las emociones las que fijan los recuerdos, pero también sé que el proceso no es lineal sino continuo y que funciona en ambos sentidos. Un acontecimiento lleva aparejada una emoción. La emoción fija el acontecimiento y permite que, de alguna manera, siga presente en nuestras vidas. Pero esa misma cualidad es la que hace posible que una emoción posterior reinterprete el recuerdo del acontecimiento y lo convierta en otra cosa distinta a lo que fue en primer lugar.
Revisitar la memoria es embarcarse en una aventura. A veces no sale la misma persona que entró, pero no es necesariamente una persona más verdadera o completa.
“Las palabras que utilizamos para describir un suceso cambiarán la forma en que lo recordamos” leo esa frase en el conmovedor artículo de Rachel Aviv sobre Elizabeth Loftus y asiento.
Los relatos establecidos
Pienso en Andrés Trapiello y en las acusaciones vertidas contra él. El uso del término “revisionista” asimilado a una especie de conducta vergonzosa e inaceptable. Tuve que escuchar varios minutos de explicación para comprender que ese era el significado y que se trataba de una acusación. Contar la historia a la luz de todas las evidencias disponibles en cada momento y, en consecuencia, alterar los relatos establecidos por una parte u otra. Entendí que me estaban diciendo: tal vez no fue así como ocurrió pero es lo que ya todos creemos y aceptamos. Por lo tanto, debe mantenerse así.
Pensé, compungida, que yo era una ofensa andante para las personas que validan esa acepción. Que mi forma de acercarme a los recuerdos resulta inaceptable en un mundo donde los sentimientos son hechos y los sucesos son más verdaderos cuanta mayor es su capacidad de afectarnos de forma intensa.
Sin embargo, me resisto a dejarme engañar por mi propia habilidad para manipularme: sería una forma de pereza, en el mejor de los casos, y de cobardía en el peor.
“Los recuerdos de Newman sobre su propia historia continuaban cambiando a medida que los años pasaban, siempre al servicio de un proceso de desarrollo psicológico: adaptar su yo interior al mundo real …” dice G.E. Vaillant en Triumphs of experience. Con 300 páginas aún por leer, sé cuáles son algunos de los principales hallazgos del Harvard Grant Study, el estudio longitudinal más longevo de la historia. Es posible que sean objeto de otra columna, por ahora baste decir que cuando una persona lee la transcripción de declaraciones sobre su vida y actividad, hechas cincuenta años atrás, comprueba hasta qué punto sus recuerdos han ido adaptándose a la visión que tienen de sí mismos en cada momento. Acompasar nuestra propia imagen y el significado de la historia que nos cuentan nuestros recuerdos. El ser humano necesita una coherencia de significado.
Borre su historial de internet o atrévase a aceptar su propia falta de certezas. Porque eso es lo que encontrará en la transcripción de su vida.