Sería muy fácil, pero poco recomendable, que quien programó el robot Alexa (Amazon) hiciera una versión con Pablo Simón, ese politólogo de léxico indescifrable que es tan habitual en las mesas de tertulia. Eran las 8.30 de la mañana de este martes cuando apareció en La 1 para detallar las variables poblacionales y sociológicas que supuestamente iban a afectar en las elecciones madrileñas. Por la noche, trece horas después, en el plató de Antonio García Ferreras, se empeñaba en describir la “movilidad intra-bloques” con ese tono de muchacho disgustado que está a punto de echarse a llorar. Alexa, dime, ¿quién ha quedado en tercera posición en Brunete?
Politólogos, tertulianos y portavoces mediáticos de la izquierda... su discurso lleva tanto tiempo alejado de la realidad que, en ocasiones como la de este 4 de mayo, quedan retratados como lo que son en su mayoría: voceros de parte, tuiteros y charlatanes desinformados. Forman parte de esa élite cool periodística que hace demasiado tiempo que tiene asegurado el pan y que pisa más moqueta que adoquín. Por eso, se burlaban de la defensa de los hosteleros a Isabel Díaz Ayuso. Pensaban que eran adscripciones de la España cañí, cada vez más mínima, cuando, en realidad, eran signo de descontento. De un descontento más amplio de lo que calcularon.
Para la historia quedará ese mensaje que, día tras día, han repetido en los platós de las televisiones tantos y tantos tertulianos: que a mayor participación, más posibilidades existían de que ganara la izquierda. Quienes lo pronunciaban son los mismos que popularizaron aquello de que los viejos votaban al 'bipartidismo' y de que Madrid es un insolidaria. Los que apoyaron a los manifestantes violentos que apoyaban a Pablo Hásel y los que declararon la 'alerta antifascista'. Y los que centraron el discurso de la izquierda en las preocupaciones personales de su líder -como la cloaca- en lugar de en aquellos asuntos que preocupan en los barrios. ¿De verdad necesitan muchas explicaciones sobre lo que les ha pasado?
Para la historia quedará ese mensaje que, día tras día, han repetido en los platós de las televisiones tantos y tantos tertulianos: que a mayor participación, más posibilidades existían de que ganara la izquierda
Lo han intentado todo para ganar estas elecciones: han utilizado el CIS y RTVE para confundir con total impunidad; han preparado escraches en barrios “antifascistas” -donde ha ganado Díaz Ayuso-, han aireado amenazas de muerte de enfermos mentales; e incluso han polarizado a la sociedad con documentos como aquel vídeo de Daniel Guzmán, en el que a través de dos adolescentes se incidía en la vieja y equivocada idea de las dos Españas. Al final, los barrios han apoyado al PP, que bajó el tono durante la campaña a sabiendas de que la gente, en un momento de pandemia, no quería gresca, sino volver a trabajar, ver a sus familiares y poder irse de vacaciones.
Madrid y el fascismo de bar
También bajar al bar. Porque, como dijo Ariel Rot en uno de sus conciertos, en Leganés, Madrid no se puede entender sin sus tabernas, sin la calle y sin los atardeceres rosáceos desde sus terrazas y azoteas. No son muchas ciudades en las que los muros del hogar cobran una importancia tan relativa cuando llega el buen tiempo. Eso ha hecho más duro, si cabe, el estado de alarma; y Díaz Ayuso supo aglutinar ese descontento. De forma a veces impostada y excesiva, soba decir; pero efectiva. Hubo quien se presentó a estas elecciones con un discurso ajeno al sentir de esta ciudad y, claro, las ha perdido. Habría que analizar ahora las portadas y editoriales de El País y las soflamas de Àngels Barceló para cerciorarse de la lejanía de la realidad de estos líderes de opinión.
Para muestra, un botón. Con el escrutinio claramente a la derecha, Ana Pastor acercó el micrófono a Enrique Ruiz Escudero y le preguntó por la variante india del coronavirus. También por la posibilidad de que los ciudadanos que habían acudido a Génova 13 a festejar el triunfo del PP incumplieran el toque de queda. En Telemadrid, ese tipo llamado Euprepio Pádula afirmaba: “Las siglas del PP desaparecen en las papeletas de Díaz Ayuso”, queriendo restar mérito a los populares en la victoria de su nueva baronesa autonómica. Sobra decir que las siglas estaban en la papeleta. Pero bueno, todo da igual.
Lo que ha ocurrido tiene fácil explicación: Díaz Ayuso y su equipo han sido capaces de reclutar a los desencantados con Ciudadanos y a aquellos que, tras 14 meses de pandemia, tienen ganas de vivir y de volver a la normalidad. Frente a eso, se ha encontrado a la izquierda política y mediática más alterada y enervante de los últimos años, tratando a la desesperada de movilizar al electorado, haciendo caso del principio desfasado de que la abstención le perjudica. Hay algún (algunos) 'tonto estatal', acostumbrado a vivir en el espacio, que ha quedado especialmente retratado en estas semanas por ser ciego a todo esto. Pero bueno, en estos casos, siempre es mejor decir que Madrid es fascista. O que los abuelos y las monjas siempre votan mal. ¿Para qué reconocer la evidencia?