Es curiosa la manera mendaz con la que los separatistas ensucian la Historia de España. Las apelaciones del golpista Oriol Junqueras y su delegado en Madrid, Gabriel Rufián, a Unamuno son tan infames como desviadas cuando las utilizan para cargarse de razones, si es que en la soflama separatista cupieran las razones. A no ser que hayan visto la película de Amenábar no se sabe a cuento de qué viene ahora la famosa invocación unamuniana del venceréis pero no convenceréis:
"Vencer no es convencer y hay que convencer sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, más no de la inquisición”. Recojo las palabras del libro de Andrés Trapiello, 'Las Armas y las Letras' (Ed. Destino) por si algún alma piadosa les quiere recordar a Junqueras y Rufián el párrafo en cuestión. Que los que han utilizado la fuerza y por consiguiente la violencia tergiversen y manchen el valiente discurso de Unamuno nos da una idea de cómo la mentira se ha instalado en un grupo de dirigentes que siguen engañando a una parte del pueblo catalán con el sueño de la república catalana.
O sea, la violencia era para intimidar al Estado español y poder negociar, pero no para conseguir la independencia
Claro, que pudiera ocurrir que los mentados separatistas -el último, a sueldo del Estado español-, entienda que la violencia está en la sentencia ignorando que la misma es sólo causa y consecuencia de unos hechos detallados que bloquean cualquier posible refutación. Pero, sí, pueden negar los datos, los hechos y los días de la semana. El discurso de la razón está fuera de esa parte de Cataluña que camina al suicidio político. Dos horas después de que se hiciera pública la sentencia, Junqueras decía desde la cárcel que la independencia es inevitable. La verdad es que el trabajo de Marchena en nombre de la sagrada unanimidad les deja mucho margen. A intentarlo, por lo menos. Y será cuanto antes, porque el Tribunal no ha estimado la petición de la Fiscalía para que el tercer grado llegue cuando se haya cumplido la mitad de la pena.
De todo lo que leído en la sentencia del Supremo lo que menos entiendo es eso de que hubo violencia, pero no la suficiente como para llegar a un delito de rebelión. O sea, la violencia era para intimidar al Estado español y poder negociar, pero no para conseguir la independencia. Con papel de fumar se la han cogido los señores del Supremo. En el lenguaje sencillo y casi coloquial del ponente, lo que es de agradecer, no queda claro que declarar la independencia de un territorio de España no sea una acción violenta. No sé muy bien cómo se puede trocear la violencia, ni siquiera si el hecho de que haya diferentes grados la difumina hasta hacerla evanescente y desaparecer.
Tipificar el delito de rebelión
Resulta que lo que en otoño de 2017 vimos por las televisiones en realidad no lo vimos porque lo que vimos no era una violencia “instrumental, funcional y preordenada de forma directa”. Bien, vale, señores magistrados. Ahora, y siguiendo en el mismo tono sencillo y de andar por casa con que están redactados algunos párrafos, me gustaría saber qué piensan los guardias civiles, los policías nacionales, los funcionarios que hicieron su trabajo y los ciudadanos españoles que en aquel otoño caliente vivieron la intimidación y el miedo, pero que la sentencia declara como actos de una violencia insuficiente. Urge, por lo que pueda pasar, tipificar el delito de rebelión sin violencia. O lo volverán a hacer, como proclaman.
En este punto habrá que recordar que el general Primo de Rivera dio un golpe de Estado sin disparar un solo tiro. Y el general Alfonso Armada otro sin desenfundar su automática. Y Milans del Bosch se unió a la insurrección del 23-F, sacó los tanques a las calles de Valencia y no hubo un disparo. O las leyes han cambiado mucho, o hay parte de la sentencia que, sin pretender ser una reflexión política, la ampara y comprende. Y eso es lo que me sorprende porque somos muchos los que creemos que el Tribunal Supremo no ha juzgado a Cataluña, ni a los catalanes, ni a los que tienen ideas separatistas. La sentencia juzga hechos de los que se infieren penas de cárcel muy severas, que por cierto no se van a cumplir. Conviene no precipitarse y no caer, como han caído tantos dirigentes urgidos por los sondeos, que hablaron de la posibilidad de un indulto sin estar redactada. O de una amnistía, que es algo que no está en nuestro ordenamiento jurídico.
Ahora, y una vez que el Supremo incomprensiblemente desestima la petición de la Fiscalía de que los condenados cumplan al menos la mitad de la pena antes de poder beneficiarse del tercer grado, no tiene sentido hablar de indultos y amnistías. Y por eso un Pedro Sánchez en plan estadista y muy circunspecto, miraba ayer a la cámara de televisión para decirnos que acatar la sentencia significa su integro cumplimiento. Sabe que no hará falta, y así queda bien con aquellos que le van a comprar el relato -Dios mío, con la palabreja-, de que tiene una idea, una, de la nación española. Un suponer, claro.
Pedro Sánchez llegó a la presidencia con los votos de los partidos cuyos líderes están hoy condenados por el Supremo. Esto es lo sustancial que la Historia no podrá modificar. Es lo único que en este momento conviene no olvidar. En su momento dijo que él no tenía duda de que lo de Junqueras y el resto de condenados fue un delito de rebelión, luego se cargó al abogado del Estado y ahora estamos como estamos, tal y como dice la prensa catalana: con una sentencia dura pero flexible. El Sánchez de ayer no es creíble. Esperen al once de noviembre y veremos quienes por Navidad se comen los panellets con unos trocitos de turrón de Agramunt. En casa, claro. Bonita manera de pagar por un delito probado de sedición.