Opinión

La universidad de élite para combatir la ideología ‘woke’

Varios millonarios financian el centro educativo en Texas, que imparte cursos prohibidos en otras

  • Alumnas 'woke' protestatndo en Estados Unidos

Gran parte de las élites estadounidenses asistían con preocupación al proceso por el cual el progresismo se convertía en pensamiento único en las grandes universidades de Estados Unidos. La gota que colmó el vaso fue el activismo propalestino, que logró paralizar parcialmente la vida universitaria y sabotear muchos acuerdos de colaboración académica con Israel. Por eso un grupo de millonarios se pusieron de acuerdo para financiar una universidad que ofreciese una alternativa para “revivir los valores occidentales” (cuestionados por el wokismo como machistas y colonialistas). La universidad está situada en Austin (Texas) y en este curso cuenta con una cifra modesta de alumnos, tan solo 92 estudiantes.  

El principal financiador es Joe Londsdale, fundador de varias empresas tecnológicas, ente ellas Palantir. Otros nombre implicados son Peter Thiel (cofundador de PayPal), Harlan Crow (magnate inmobiliario), Jeff Yass (especialista en seguros y criptomonedas) y John Arnold (magnate del sector energético). Crow declaró al Wall Street Journal que “mucha gente piensa que es una mala idea” y que el objetivo de la institución es “la búsqueda intrépida de la verdad”.  Otro nombre destacado es el de la periodista Bari Weiss, que en una de sus investigaciones desveló el sesgo woke de las moderaciones en la red social Twitter, antes de que la comprase Elon Musk.

Uno de los primeros seminarios, titulado 'cursos prohibidos', debate lo que otras universidades no se atreven o descaratn

El eslogan de lanzamiento del proyecto es la frase “Ellos queman, nosotros construimos”, muy presente en el primer vídeo promocional, donde se busca el contraste entre activistas de izquierda que pasan el día protestando y estudiantes de Derecho, enfocados en mantener y mejorar la sociedad actual. “La universidad debería ser una conversación, no un campo de batalla” reza otro de sus lemas. La filosofía del centro defiende el debate libre, “sin miedo a que te condenen al ostracismo”, una referencia clara a la cultura de la cancelación, por la cual los activistas de izquierda deciden qué discursos son aceptables y cuales no, presionando en lo posible para expulsar a estos últimos. Se trata, nada menos, que de recuperar los valores que hace tres o cuatro décadas se consideran compartidos.

Harvard, tenemos un problema

Pano Kanelos, presidente de la Universidad de Austin, explicó en el Wall Street Journal que los diez principales inversores de la entidad tenían una ideología política variada, aunque “todos nuestros donantes son críticos de la educación superior actual”. La universidad también ha recibido el apoyo de intelectuales conservadores, como el escritor Andrew Sullivan y el psicólogo canadiense Jordan Peterson. El prestigioso historiador británico Niall Ferguson, otro de los fundadores, admitió que “hizo falta ver todo lo que sucedió a raíz del 7 de octubre en los principales campus de Estados Unidos para convencer a Wall Street y a la gente de Silicon Valley de que realmente había un problema con la educación superior”.

La universidad fue fundada hace tres años y ahora acoge su primer curso académico. El anuncio provocó que se recibieran más de tres mil solicitudes para incorporarse como profesor, en parte por docentes que habían tenido problemas con la cultura de la cancelación. El arranque tampoco ha estado exento de turbulencias: anunciaron un plantel de profesores de prestigio, entre ellos Steven Pinker y Robert Zimmer, que al final terminaron abandonando el barco por diferencias en el enfoque educativo.
Como estrategia para atraer a estudiantes, los alumnos están exentos de pagar el primer año de carrera, ya que los promotores de la universidad cubren estos gastos con becas sobre la matrícula completa, que ronda los 130.000 dólares. Uno de los primeros seminarios se titula “Cursos prohibidos”, en referencia a los debates que las universidades progresistas consideran demasiado “políticamente incorrectos” como para ser objeto de debate.

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