En la mitad de las cenas de empresa de este año ha salido el tema. No se habla de otro asunto. Hay temor a una tormenta perfecta capaz de arrasarlo todo. Los españoles somos pacientes y podemos aguantar prácticamente cualquier cosa. Afirmación un tanto grandilocuente que se revela cierta al comprobar, por ejemplo, cómo hemos permitido felizmente el saqueo de las cuentas públicas que han perpetrado durante años todos esos delincuentes de la partitocracia corrupta que padecemos. Hasta ahora, siguiendo el dicho popular, solo había un tema por encima del bien y del mal, cuya posible crisis supondría, de hecho, el colapso absoluto del país: el fútbol. Pero ahora, cosas del siglo XXI, se impone otro asunto sagrado, mágico, intocable: la existencia de Sálvame.
Recapitulemos: esta semana la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) solicitó a Mediaset que adoptase las medidas oportunas para una correcta adecuación de la calificación por edades de los contenidos del programa Sálvame diario, calificado como "no recomendado para menores de 7 años"; Competencia también pidió a la compañía que "asegure que la emisión de estos contenidos se adecúe a las franjas de protección" del horario infantil; ambas cuestiones con amenaza de multa millonaria. Incluso, el regulador incluyó una serie de ejemplos que los compañeros de Bluper han detallado. En buena lógica, la empresa defendió con críticas al organismo público. La CNMC también abrió un expediente a Mediaset por emitir publicidad encubierta en el mismo programa. En pocas palabras, la existencia de Sálvame parece en peligro.
Un terremoto
¿No les parece que aquí la anomalía es que ese programa se emita en horario infantil porque tiene una calificación que solo impide verlo a menores de 7 años?
La mera posibilidad de que el programa conducido por Jorge Javier Vázquez desaparezca de la parrilla ha generado un terremoto mediático y social. En el sector hay quienes hablan de un ataque encubierto del Gobierno a Telecinco por dar demasiado pábulo a Podemos. Personajes famosos han salido en su defensa. Y crecen las voces indignadas en las redes sociales, las cafeterías o las mencionadas cenas de empresa. Un servidor, que como ustedes saben nunca ha defendido este espacio, siempre defiende la libertad de las cadenas para emitir los programas que les venga en gana, más allá de la calidad y/o cutrez que puedan criticarse ferozmente. Ocurre, sin embargo, que no puede olvidarse ese principio tan sencillo y elemental de que la libertad conlleva una responsabilidad que consiste, básicamente, en cumplir la ley. ¿No les parece que aquí la anomalía es que ese programa se emita en horario infantil porque tiene una calificación que solo impide verlo a menores de 7 años? Quien tenga dudas solo tiene que verlo una tarde.
Uno de los asuntos favoritos de los tertulianos de Sálvame es, cómo no, el desarrollo de Gran Hermano. Programa cuya decimoquinta edición -muchas más que en cualquier otro país civilizado- ha concluido esta semana. La ganadora, si es que les interesa aunque sea remotamente, es una tal Paula. Mi amiga enfurecida, esa que de vez en cuando llama para hablar sobre asuntos turbios de la tele, asegura que "España ha votado a Paula por lo que pasó con Omar y Lucía". En otras palabras, los centenares de miles de espectadores que siguen el reality han premiado con sus votos a una mujer un tanto humillada en un triángulo amoroso que nos ahorramos volver a contar.
Quienes nos alegramos cada vez que acaba la edición anual de 'Gran Hermano' siempre pasamos rápidamente a la indignación al comprobar los datos de su audiencia
A quienes nos embarga la alegría cada vez que acaba la edición anual de Gran Hermano siempre nos ocurre un curioso fenómeno: pasamos rápidamente a la indignación al comprobar los datos de su audiencia. En este caso, la friolera de 3,4 millones de personas optaron por ver la final del concurso. Un abrumador 27,7% de share que supera la cifra del pasado año. Además, agárrense que viene curva pronunciada, en las redes sociales hubo 705.986 mensajes sobre el programa. Se trata, de hecho, del segundo espacio más comentado tras la final del último festival de Eurovisión. Datos objetivos que arruinan cualquier argumentación en contra. El personal disfruta de lo lindo con este engendro de la telerrealidad. Al que no le guste, que apague el televisor. O que se exilie, claro.
Por último, resulta obligado, aunque cansino, volver a escribir aquí sobre el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. En el marco de su particular e inacabable peregrinaje por todas las televisiones, el líder socialista aparecerá este domingo en el exitoso Salvados (La Sexta). Jordi Évole se lleva a Pedro el guapo a una vivienda donde residen antiguos votantes de su formación. Una de esas familias (cada vez son más y más) decepcionadas con la formación que fundó el primer Pablo Iglesias conocido. Interesante encuentro que, como adelanta la web del programa y como ustedes pueden ver a continuación, no será fácil para el interesado.
Acabe como acabe el encuentro, aquí toca reflexionar sobre el interés permanente de Pedro Sánchez por estar en pantalla, por humanizar su personaje, por empatizar con los ciudadanos, seducirlos, conquistarlos. Algo que ya analizamos al detalle semanas atrás. El problema es que dicha intención del secretario general del PSOE, acertada en un principio, se está tornando desmesurada, pesada, intrascendente. O sea, su gran riesgo es que de tanto y tanto intentar convencernos de sus bondades en televisión acabe por lograr, para su disgusto y su fracaso electoral, que al ver su rostro solo nos entren ganas de cambiar de canal.