Hace 15 años, cuando Teruel lanzó su grito de guerra para hacer saber a todos que la provincia del sur aragonés seguía existiendo aunque el gobierno no se acordara de ella, quedó claro que a personalidad no le ganaba nadie. Hasta entonces había quien sólo conocía de ella la famosa historia de los amantes de Teruel. O la Semana Santa de Calanda y el sonido de sus tambores. Pero el movimiento ciudadano que se desencadenó entonces ayudó a recordar que Teruel tenía una larga lista de atractivos menos conocidos entre los que el turismo auténtico, sin botox ni ácido hialurónico, jugaba una baza de las formidables.