Edu tiene el grado de síndrome de Down más alto que yo haya visto jamás. Apenas habla. En lugar de gracias, balbucea te quiero, hermosa asociación de conceptos. Coordina con dificultad, camina como un pato.
Edu vino al mundo de imprevisto. Su mamá, Angelita, no lo esperaba cuando anunciaron su llegada ya bien entrada en la cuarentena. Jamás un nombre tuvo más sentido. Toda su vida fue un ángel para él.
Edu no es normal, por mucho que algunos se empeñen en hacérnoslo creer así.
Sus brazos han acunado a una quincena de sus sobrinos. Nunca soportó verlos llorar. Tanto, que acababa de acompañar su llanto con el propio.
Edu no es normal.
Cuando acaba de cenar, toma cuidadoso su bandeja y camina dubitativo hacia la cocina. Apenas ve pese a que el grosor del cristal de sus gafas las hacen ser casi blindadas. Pero él se hace llegar hasta la cocina y deposita la bandeja con cuidado, como si sobre ella descansara un castillo de naipes que debe mantenerse en pie.
Edu tiene esa capacidad de convertir lo mundanal en único, virtud muy poco frecuente entre los normales
Edu es gracioso. Como demostró aquel día en la cola del supermercado. Allí mismo dejó en libertad una sonora ventosidad que hizo girarse a quien nos precedía. Él sonrió, levantó el dedo hacia el rostro de quien le miraba y pronunció un sonoro "para ti". Fiesta en el súper. La cola entera se mondaba de la risa, incluso hasta a quien dedicó su desliz. Edu tiene esa capacidad de convertir lo mundanal en único, virtud muy poco frecuente entre los normales.
Edu no tiene dientes, sólo come purés. Es imposible llevarle al dentista. Como al hospital. Cuanto más lejos, mejor. Hace tiempo su cabecita perdió todo resto de pelo. Quesito de bola, le decían en el colegio.
Edu sigue acercándose a las fotografías de su padre y de su madre, que hace años no viven. El cristal de sus gafas muy cerca, a medio palmo del álbum, los ojitos bien abiertos. Y ese susurro que rompe por dentro: "mamá", "papá".
Los echa de menos por más que haya pasado tiempo.
Ahora vive a temporadas, a meses, en las casas de sus nueve hermanos y hermanas. Aparece cada 30 días en un nuevo hogar con su maleta, llena de ropa, felicidad y algún coche rojo de juguete. Siempre rojo. Durante cuatro semanas colorea esos hogares, eleva esas personas, las celebra.
No, Edu no es normal. Normales somos, con suerte, usted y yo. Él es extraordinario.