Cultura

Hemos venido a hablar de bulimia, no de literatura

La escritora Espido Freire retoma un libro que escribió hace 12 años para relatar su padecimiento de bulimia. Se trata de Quería volar, una versión ampliada con más testimonios y una visión más amplia e informativa de los trastornos de alimentación.

  • Espido Freire fotografiada por Ika Jiménez.

Acaso más seria y distante que en otras ocasiones, la escritora Espido Freire llega con prisa a la primera entrevista de la mañana. Toma asiento, cruza las piernas, abre los ojos y apaga el teléfono.  Su gesto es severo, su conversación también. No quiere que nada se preste a confusión. Hemos venido a hablar de bulimia, no de literatura; y todo en su postura comunica ese mensaje.

Hace doce años –entonces tenía 28 y un Premio Planeta-, Espido Freire publicó Cuando comer es un infierno. En aquel libro ofrecía el testimonio de los 7 años en los que padeció  bulimia. Ahora, más de una década después, lo retoma. Cambió dos cosas: el título -Quería volar- y el tiempo verbal en el epígrafe -Cuando comer era un infierno-. El pretérito es importante para entender el libro, porque lo explica. En sus páginas Freire reúne testimonios de las muchas personas que han conseguido superar distintos trastornos de alimentación: desde la anorexia y la bulimia hasta la ingesta compulsiva de alimentos o la vigorexia. Aquellas que domesticaron el infierno con terapia, orden y disciplina.

Con vocación divulgativa, Freire describe el amplio abanico de trastornos de alimentación; aporta información de contacto que pueden utilizar las personas para dirigirse a los profesionales adecuados, además de una enjundiosa lista en la que aclara los efectos adversos de las dietas que circulan en medios y corrillos, así como los muchos mitos que sobre este tema se tejen entre la ignorancia y los prejuicios. Ni la bulimia ni la anorexia son "tonterías de adolescentes mimadas que quieren ser modelos"  ni  se curan “con dos bofetadas a tiempo y un plato de lentejas". Así, sin metáforas, sin ritmo, sin belleza. Porque a eso hemos venido. A hablar de bulimia, no de literatura.

-La primera versión de este libro, en clave testimonial, la escribió usted hace doce años. Ahora presenta una versión más divulgativa, trabajada y completa ¿Por qué? ¿Qué la llevó a retomarlo?

-Porque ahora he encontrado un editor lo suficientemente sensible como para hacerse eco de este tema. Y también porque había pasado tiempo suficiente para tener una perspectiva clara de los trastornos de alimentación después de una década. Todavía existen huecos por cubrir. Pero hay que enviar un mensaje de esperanza. Se puede salir de este tipo de problemas si se aborda de una manera adecuada.

-¿Dónde está el verdadero caldo de cultivo de estas enfermedades, en la adolescencia?

-El caldo de cultivo de los trastornos de alimentación no está en la adolescencia, está en la sociedad. Es cierto que en la adolescencia se puede dar una mayor inseguridad física. Sin embargo el problema común de todos estos casos no tiene que ver con la comida, que es el síntoma, sino con las emociones. Vivimos en una sociedad que estimula unas emociones y esconde otras.

-Estos trastornos se sufren en soledad, en silencio, a escondidas. Sin embargo, y aunque cada vez se difunde más información, no remiten.

-El hecho de que se difunda información no necesariamente ayuda a la prevención. Sirve, acaso, para la detección temprana. Pero en muchos casos, se difunden algunos hábitos nocivos, de ahí la importancia de revisar el mensaje que enviamos. Con respecto a la soledad, creo más bien que lo que existe es silencio e hipocresía social y emocional. El asilamiento es una consecuencia de la enfermedad. Pero esto tiene que ver mucho más con la inmadurez   emocional.

-Cita usted en el  libro el testimonio de una paciente de 42 años…

-El 80% de las mujeres enfermas, específicamente de bulimia, son mujeres adultas. Los adolescentes son el grupo más visible y más controlado. Uno de los tópicos que pretendo romper es que esto sea una enfermedad de adolescentes, los pacientes de trastornos de alimentación se encuentran en la edad adulta. Han arrastrado esos problemas, han recaído o directamente han gestionado sus emociones a través de la alimentación y del cuerpo.

-Pero, ¿realmente cree que alguien que padece un trastorno de alimentación desde hace 10 o 15 años pueda curarse?

- No solo lo creo. Lo he comprobado, lo he experimentado y lo veo todos los días. Las herramientas que pueden servir para gestionar las emociones para un paciente, por ejemplo el atracón y el vómito, en el momento en el que son sustituidas por otras pierden fuerza. Habrá tendencia, claro, a esa impulsividad. Pero se aprende a recurrir a otras herramientas.

-El paciente recuperado tiene que aprender a vivir con el impulso, siempre estará allí.

-Los pacientes crónicos no pueden estar a la buena de Dios. Tiene que estar bajo supervisión médica. Hay que ver incluso si hay otra patología asociada y el trastorno de alimentación en un síntoma para aliviar la enfermedad que está de fondo.

-En la sociedad actual hay eufemismos. Por ejemplo: comer sano. Esa idea llevada a su extremo puede convertirse en un trastorno.

-Ahí está la ortorexia, a la que le dedico un espacio aparte. En ocasiones la ortorexia ha sido precedida por una anorexia o comportamientos anoréxicos. ¿Se enmascaran? Pues muy fácilmente. Son enfermedades que puedan pasar desapercibidas durante años. Depende de la gravedad, pero la mayoría de estos trastornos no son incompatibles con la vida cotidiana. Con un enorme sufrimiento, pero el día a día se cumple.

-Los tratamientos para curar este tipo de enfermedades son muy costosos ¿Cómo funcionan en la sanidad pública?

-Depende de las regiones. Hay zonas ejemplares. Por ejemplo, Aragón funciona muy bien. También en La Rioja y el País Vasco, tanto en Bilbao como en San Sebastián han conseguido logros espectaculares gracias a la presión que han hecho muchos familiares.

-Al escribir  Cuando comer es un infierno, ¿era común que estos trastornos los padecieran hombres?

-Sí, solo que la vergüenza al momento de contarlo era mayor. Hablé con dos, que sufrían anorexia restrictiva, pero ninguno de los accedió a que publicara el testimonio.

-¿Usted sufrió solo bulimia?

-Tuve un breve periodo restrictivo y luego desarrollé bulimia.

-¿Le acosan o le rebrotan los síntomas?

-Soy extremadamente crítica con las fotografías. No es un rebrote pero es una secuela que me ha quedado. Por lo demás, como de todo. Mantengo una relación saludable con la comida e intento aprender lo más posible de estos trastornos. Yo tengo  una tendencia depresiva con la que tengo que estar muy alerta. Ahora sería muy difícil que la herramienta que utilizara para saciar mi miedo fuera la comida. Pero debo de estar alertas para que las señales de depresión y miedo estén normales.

-Usted no ha querido hacer literatura con los trastornos.

-Me interesa enviar mensaje s clave e información de apoyo para personas que puedan padecer estas enfermedades y, sobre todo, a los familiares de esas personas. Con un mensaje positivo: de esto se sale. La anorexia y la bulimia no son de por vida. Por eso no me interesaba que fuera literario. Me interesaba que funcionara.  Es muy difícil hacer entender a los familiares que no deben sentirse culpables, sino responsables. En una familia con una salud mental impecable es imposible que surja un trastorno de este tipo.

-Ninguna familia es perfecta, ni puede pretenderlo.

-Hay grados y grados… Lo que quiero decir es que las expectativas, las altas exigencias o los prejuicios con respecto a la comida muchas veces ocurren dentro de la propia familia.

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