Luego de haber reeditado Escenas de una vida de provincia, una recopilación de sus maravillosas memorias noveladas, Mondadori saca a las librerías la más reciente novela del Premio Nobel surafricano J.M Coetzee. Se trata de La infancia de Jesús, un libro que se publicó en marzo de este año y con el que la crítica literaria no termina de sentirse cómoda. Las reacciones van de la estupefacción –The Guardian lo calificó como un libro “raro”- al disgusto.
En La infancia de Jesús, Coetzee narra la historia de Simón, un hombre adulto, y David, un chico de cinco años a cuya madre biológica buscan. Luego de una larga travesía, ambos llegan a una nueva tierra: Novilla. Allí se les asigna a cada uno un nombre y una edad. Mientras tanto, aprenden castellano, la lengua de su nuevo país. Nunca se llega a saber de cuál se trata. Se mencionan lugares de Chile, Bolivia, Venezuela… incluso Suecia.
Ambos personajes se insertan en una sociedad donde todos parecen satisfechos. Una organización global provee todo lo necesario para que la vida se desarrolle Novilla, así que ninguno de sus habitantes se cuestionan o preguntan lo que ocurre. Hacen las cosas porque así está establecido. De hecho: ni siquiera conservan sus recuerdos. Simón, que consigue trabajo en el puerto, es el único que parece insatisfecho y es así como retoma su misión: buscar a la madre de David, a la que termina encontrando.
Para algunos críticos como Patrick Flanery, de The Washington Post, esta novela evoca el poder simbólico de Esperando a los bárbaros.
El conflicto entre el mundo privado del individuo, de la fantasía infantil (sugerido por un ejemplar de Don Quijote a la que se aferra David) y el mundo como elemento colectivo, impersonal y aplastante parece ser el tema predominante de La Infancia de Jesús .Para algunos críticos como Patrick Flanery, de The Washington Post, esta novela evoca el poder simbólico de Esperando a los bárbaros, sin embargo, la constante imprecisión y el poco orden narrativo desdibujan todo rastro del verdadero Coetzee.
El lugar donde viven Simon y David es, a su manera, el trasunto de una sociedad parecida a los regímenes totalitarios socialistas: todo transcurre en una rara y adormecida calma, porque alguien más así lo ordena. Sin embargo, hay también quienes han identificado un raro y místico budismo que enturbia la historia. La novelista Joyce Carol Oates, quien en la reseña que publicó en The New York Times se refirió a este como un libro de prosa llana y simple, ha dicho que en esta novela, Coetzee transmite “una visión sombría e intransigente, que recuerda a la conclusión dolorosa de Desgracia”.
La novela se desarrolla en una sociedad donde sus habitantes han perdido la memoria y la voluntad.
Mucho más duro ha sido El País, que en el suplemento literario Babelia ha calificado la novela como “desconcertante”. "La pregunta que surge a lo largo de toda la narración es: ¿qué ha pretendido el señor Coetzee con esta obra tan diferente a todas las suyas anteriores? La respuesta es que no hay respuesta. El sentido del relato se resiente de algo tan sustancial como es la falta de un conflicto dramático de envergadura. El mundo que dibuja Coetzee se come a sus personajes, los desdibuja, los simplifica", dice el crítico literario José María Guelbenzu.
“Desplegado en gran parte como una serie de conversaciones prolongadas, no es un libro acerca de Jesús, a pesar de que la acción gire en en torno a un niño llamado David, que puede ser "el único de nosotros que tienen ojos para ver", dice sobre el libro David L. Ulin, crítico literario de Los Angeles Times, quien se despacha a gusto contra el surafricano. El libro, dice, es misterioso tanto que termina desapareciendo en los hechos que narra.
Divorciado, padre de una hija, vegetariano y abstemio, Coetzee es alérgico a los medios de comunicación. Da poquísimas entrevistas y casi nunca entra al trapo. Con este libro ha hecho lo mismo. Hizo unas declaraciones, brevísimas, en Colombia sobre esta novela. Reconoció que había optado por que los protagonistas tuviesen que utilizar el español porque “la gente no debería padecer la idea errónea de que, donde quiera que vaya, se hablará la lengua inglesa”.