Rebrota la polémica sobre quiénes y cómo deben gestionarse las obras del patrimonio artístico español. ¿Quién debe conservar las obras de los grandes maestros? ¿El Estado, que asegura su divulgación? ¿O el coleccionista privado, que hace las veces de mecenas y filántropo? ¿Cómo llegaron a manos de colecciones privadas obras que debían permanecer bajo custodia del Estado?
¿Cómo llegaron a manos de colecciones privadas obras que debían permanecer bajo custodia del Estado?
Las dudas resurgen tras el revuelo desatado por el lienzo pintado por Pablo Picasso en 1906, Cabeza de mujer joven, y por cuyo extraordinario valor pesa una calificación de inexportabilidad que impidió en varias ocasiones a su dueño, Jaime Botín, sacar el cuadro de España. A pesar de la la disposición de Patrimonio y la sentencia de la Audiencia Nacional de mayo de 2015, Botín intentó trasladar la obra a bordo de su velero para venderla en Suiza. La pintura fue requisada en Córcega el pasado 31 de julio y ahora permanece custodiada en depósito judicial en el Museo Reina Sofía, mientras se esclarece la investigación sobre un presunto delito de contrabando.
¿No está Botín en su derecho de mover libremente esa obra si es suya? ¿Por qué no puede si la compró en 1977? ¿Todo el arte en manos privadas es susceptible de correr la misma suerte? ¿Qué está bien y qué no en este tema? En España, a partir de la Ley de Patrimonio de 1985, la propiedad de una obra de arte no otorga al dueño un derecho ilimitado sobre la pieza. Si es de interés público para la identidad nacional, y dependiendo de las características de la propia pieza, el Estado puede tener la última palabra y recuperar el objeto una vez que esta ha sido objeto de un tráfico ilícito, como apunta el caso del Picasso de Botín, o sencillamente intervenir según indica la ley, como ocurrió este mismo año con la Fundación Casa de Alba, a la que se negó el permiso para exportar una carta que Cristóbal Colón escribió a su hijo. a pregunta es: ¿qué tanto del Patrimonio artístico español ha ido extraviándose en el tiempo y, lo que parece más urgente: de qué forma el Estado ha perdido su capacidad para rastrearlo y recuperarlo?
De las 63 piezas de Zurbarán exhibidas en el Thyssen, 16 están pertenecen a colecciones privadas: Villar Mir, Abelló, Arango, Patricia Cisneros...
Algunos ejemplos, y no muy lejanos en el tiempo, sirven para ilustrar el asunto. Buena parte de las principales pinturas y esculturas formaron parte del patrimonio de las familias nobles españolas, algunas de ellas pasaron de generación en generación, como fue el caso del San Francisco rezando (de esta tela hay dos copias), pintado por Zurbarán en su madurez, entre 1660 y 1665. La obra perteneció durante tres siglos a la familia Ibangrande hasta que en 2001, los descendientes la vendieron en la sala Alcalá Subastas; de ahí, pasó a la galería Caylus. El pintor extremeño del barroco español también surge como ejemplo al hacer un repaso de las obras que integran la muestra Zurbarán: una nueva mirada, exhibida actualmente en el Museo Thyssen.
De las 63 piezas -43 originales de Zurbarán y 20 copias hechas en su taller-, 16han sido cedidas por colecciones privadas, entre ellas, lienzos como San Antonio Abad (1606) o La casa de Nazaret, ambas del Fondo Cultural Villar Mir; el retrato Gonzalo Bustos de Lara, propiedad de la Colección Patricia Phelps de Cisneros; el Cristo muerto en la cruz, de la Colección Pedro Masaveu; la Familia de la virgen, de la Colección Abelló o la tela P. Bustos de Lara, propiedad de la Colección de Plácido Arango, quien ha hecho una importante donación al Museo del Prado recientemente.
Apenas el año pasado, Sotheby’s organizó la subasta de maestros antiguos La contemplación de lo divino. Se ofrecían 20 pinturas y 7 esculturas de los siglos XVI y XVII, del total, 16 piezas eran españolas: Zurbarán, El Greco, Luis de Morales… Muchas de aquellas obras permanecieron cedidas un tiempo a instituciones como El Prado y sin embargo salían ahora al mercado. Así lo contó el periodista Miguel Ángel García Vega, quien también refirió cómo en la segunda edición de la misma subasta de Sotheby’s, celebrada hace apenas unos meses, en abril de 2015, se ofrecieron 30 lotes de pintura española: Murillo, Zurbarán, Juan Martín Cabezalero… todas pertenecían a la colección del Fórum Filatélico, la empresa de inversión en sellos intervenida en mayo de 2006 junto a Afinsa por orden de la Audiencia Nacional por los delitos de estafa, blanqueo de capitales, insolvencia punible y administración desleal.
En abril de este año, Sothebys subastó 30 obras del fondo del Forum Filatélico. Algunas piezas de Murillo y Zurbarán formaban parte de los lotes
El siglo XIX y la genealogía del extravío
Según el investigador y catedrático Francisco Fernández Pardo, autor de los cinco tomos de la obra Dispersión y destrucción del patrimonio artístico español, el origen de la pérdida de patrimonio está en el XIX, pero se extiende hasta bien entrado el siglo XX. La destrucción y dispersión del patrimonio debido a las guerras fue enorme, asegura, pero también hubo un expolio más sutil realizado no sólo por los extranjeros sino también por españoles, familias que se hicieron con muchas obras, para venderlas después a colecciones internacionales.
El punto de partida de la mayor dispersión del patrimonio artístico español la sitúa Fernández Pardo en el siglo XIX, a raíz de la Guerra de la Independencia. Los pretores napoleónicos, asegura, “cobraron su botín de guerra en España en forma de cientos de pinturas de nuestros mejores maestros”. A eso suma el plan y los esfuerzos de lord Wellington para hacerse en 1814 con el cargamento de obras de arte que José I habría perdido en su huida tras ser derrotado en la batalla de Vitori. Se calcula que el hermano de Napoleón llevaba entre 225 y 300 cuadros robados de las colecciones reales. De ellos, se catalogaron inicialmente unos 165, de esos más de 80 cuelgan de las paredes de la residencia de Wellington. El aguador de Sevilla, de Velázquez, iba en aquel cargamento al que Benito Pérez Galdós se refiere en las páginas de su episodio nacional El equipaje del rey José.
Según Fernández Pardo, el papel de la nobleza y el clero fue decisivo, incluso más dañino que las guerras. Se trata, asegura el investigador, de un “expolio más sutil realizado por todos, desde los aristócratas hasta los pequeños párrocos”, quienes contribuyeron a la venta ilegal o no autorizada de muchas de estas obras históricas que después han engrosado las colecciones de muchos de los grandes museos. Las obras salían a la venta porque se publicaban en catálogos o incluso, dada la fama de algunos de sus compradores, en la prensa.
Según Fernández Pardo, el papel de la nobleza y el clero fue decisivo, incluso más dañino que el de las guerras
Ocurrió en 1913 con un cuadro robado en la localidad riojana de Nájera. Se trata del tríptico de Ambrosius Benson “cuyo expolio se realizó sin violencia y quizás con la complicidad de ciertos najerinos eliminando el fluido eléctrico del pueblo en la noche de Pascua”, en palabras del propio Fernández Pardo, quien describe aquello como un robo "por encargo", en el que el párroco pudo resultar de gran ayuda haciéndose la vista gorda, entre otras cosas porque la obra medía tres metros y medio de largo y pesaba 14 arrobas.
Una institución como reflejo de lo que ocurre en una sociedad
El museo del Prado es un buen ejemplo de una larga y compleja historia de desapariciones o extravíos de las obras de arte que integran el patrimonio de España. Originalmente concebido como Gabinete de Ciencias Naturales por orden de Carlos III, el edificio diseñado por Juan de Villanueva –que se utilizó durante la guerra de independencia como cuartel de caballería de las tropas francesas en Madrid- fue convertido por Fernando VII en el Real Museo de Pinturas y Esculturas, que finalmente adquirió el nombre de Museo Nacional del Prado -por su ubicación en el Prado de los Jerónimos, junto al Monasterio de San Jerónimo el Real-. Abrió sus puertas al público el 19 de noviembre de 1819. A día de hoy, el Prado es el depositario de casi 8.000 pinturas, más de 6.500 dibujos, 3.000 grabados y casi 2.800 piezas de artes decorativas.
A día de hoy, el Prado es el depositario de casi 8.000 pinturas, más de 6.500 dibujos y 3.000 grabados
Hace ya casi un año, Patrimonio Nacional reclamó al Prado para la próxima apertura del Museo de Colecciones Reales –prevista para 2016- obras como El jardín de las Delicias y La mesa de los siete pecados capitales –ambas de El Bosco-; El Lavatorio de Tintoretto y El descendimiento de la cruz, de Roger Van der Weyden. ¿Cuál sería el motivo de ese reclamo? La colección del Museo del Prado tiene su germen en las llamadas Colecciones Reales. Es decir, muchas piezas del museo provienen de los Reales Sitios y se nutren de la amplia selección de obras adquiridas por los monarcas españoles desde el siglo XVI bajo los auspicios del emperador Carlos V hasta las aportaciones de los Austrias y los Borbones.
A pesar de un diagnóstico que puede parecer catastrofista a los ojos de muchos, hay quienes tienen una lectura más sosegada al respecto. Ese es el caso de José Luis Diez, ex jefe de conservación de pintura del siglo XIX del Museo Nacional del Prado y actual director de Colecciones Reales. “Con la enorme dispersión de piezas, en distintos lugares (palacios, monasterios, bibliotecas), a lo largo del tiempo, en distintas circunstancias y con unos regímenes distintos (no es lo mismo controlar un convento de monjas que un palacio real), le puedo asegurar que es sorprendente el nivel de control, permanencia, seguridad y seguimiento que han tenido las Colecciones Reales a lo largo de la historia de Patrimonio Nacional”, declaró Diez en una entrevista concedida a este periódico en 2014.