Sónar, Mad Cool, Primavera Sound...Los carteles de los grandes festivales musicales de verano para 2022 empiezan a publicarse y cada uno es más más decepcionante que el anterior. En realidad, la tendencia tiene excusa: la pandemia ha obligado a trasladar a 2022 programaciones de 2020, pero eso no justifica el hecho de que muchos menús parezcan más próximos a la lógica de la gira nostálgica Yo fui a EGB que a la labor de descubrimiento que realizaron a finales de los años noventa y los dosmiles (al menos, en opinión de este cronista de Vozpópuli). Hoy se sigue imponiendo la retromanía anglófila, tan bien teorizaba por Simon Reynolds, a pesar de que el planeta baila con nuevos ritmos latinos con letras en español, que explotaron fuera de la escena festivalera, que los consideraba demasiado plebeyos para su exquisito público.
A falta de calidad, el Primavera Sound ofrece cantidad, aumentando su extensión a once días. El cartel está dominando por nombres que ya dijeron todo lo que tenían que decir hace al menos 20 años, caso de viejas glorias del rock alternativo como Beck, Massive Attack y Pavement, estos últimos un grupo de culto a quienes les queda enorme el escenario grande de este tipo de eventos (no es culpa suya, nacieron para tocar en clubes y auditorios de universidades y no para el rock de estadio, del que se mofan en su canción "Range life"). Por algún insondable misterio de la sumisión al mercado anglo, todos ellos aparecen en letras más grandes que C. Tangana, artista en plena cima de sus capacidades creativas y nombre clave de la actual escena urbana, que ha conseguido eco en todos los mercados hispanoparlantes.
Primavera Sound ha pasado de menú degustación de propuestas arriesgadas a bufé libre de crucero de gama media para la comunidad hípster
En la parte electrónica, siguen mandando las apuestas previsibles y conservadoras, caso de Jaime XX, Disclosure y Caribou. Para encontrar algo mínimamente sustancial, aunque no innovador, hay que hundirse hasta la letra pequeña del cartel donde aparecen nombres como Ben UFO, Blawan y DJ Playero, este último pionero en pinchar el reguetón en Puerto Rico (actualmente sus disfrutables sesiones son más aquelarres nostálgicos que otra cosa). En realidad, a pesar de ‘delicatessens’ inoxidables como Gorillaz y media docena más, el festival ha pasado de menú degustación de propuestas arriesgadas a bufé libre de crucero de gama media para la comunidad hípster internacional.
Festivales con el piloto automático
Algo parecido podemos decir del Sónar, que vuelve en verano de 2022 con el menú habitual de The Chemical Brothers y Richie Hawtin más los artistas que ocupan las páginas de las revistas modernas de moda y tendencias. Hace años que el Sónar ya no lídera los gustos de los cluberos más pijos, sino que sigue las tendencias como un moderno más; casi siempre es más interesante la programación de la Off Week que se monta esa semana en los clubes de la ciudad condal.
Mad Cool se ha convertido en algo tan centrado en el pasado como un certamen de rockabilly o un festival de polkas
Al Sónar aún le queda mucho por anunciar, pero la primera impresión que tanto ellos como el Primavera han dado un paso atrás en las contrataciones de estrella latinas de primer nivel como J. Balvin y Bad Bunny. Se trata de nombres problemáticos para su público porque hay un sentimiento de rechazo que estos festivales refrendaron al no incluirles hasta que eran ya superventas globales. ¿Un dato revelador? Bad Bunny debutó antes en el festival de canción melódica Viña del Mar que en el presuntamente avanzado Sónar. Hay prejuicios innegables.
En favor del Sónar, podemos alegar también que hay casos mucho peores, por ejemplo el cartel de Mad Cool, previsible, amuermado y nostálgico a partes iguales. El recinto de Ifema (Madrid) se convertirá en una especie de parque temático de la generación noventera que vivió su juventud pegada a la MTV, gracias a nombres como Pixies, Placebo y Faith No More. No es solo que cualquier cosa que haya hecho Mike Patton en los últimos treinta años sea más interesante que una reunión de Faith No More, sino que el festival se ha convertido en algo tan centrado en el pasado como un certamen rockabilly o una feria de polkas. Por supuesto, también tiene superestrellas como Metallica, que tocarán rodeados de norias y luces de feria en vez de en un recinto más sobrio y estéticamente adecuado como el Palacio de los Deportes.
En este contexto previsible y conservador, salta la sorpresa de que quienes más innovan son los 'puretas' del Azkena Rock Festival, no por los artistas que presentan, sino por conseguir un treinta por ciento de cartel femenino, encabezado por Patti Smith, L7 y Suzi Quatro. Estas cifras de equilibrio de género no son nada sencillas de conseguir en un sector tan rebosante de testosterona como el del rock. ¿Moraleja cultural? Ya empiezan a parecer más honestos los festivales que reconocen su enfoque que los que van de vanguardistas y apenas se molestan en reciclar su cartel, más previsible cada año. La suerte que tienen los sónares, primaveras y madcules de la vida es que en 2022 no importarán tanto los artistas de relumbrón sino el hecho de volver a tocarnos, abrazarnos y emborracharnos enfrente de grandes escenarios. Eso sí que va a ser un subidón de los que se recuerdan siempre.