La excusa en esta ocasión ha sido la difusión de los documentos desclasificados de los Archivos Nacionales de Estados Unidos sobre el asesinato del presidente John F. Kennedy en 1963. La publicación de miles de documentos ha provocado que usuarios de las redes sociales volvieran a dar pábulo a uno de los mitos preferidos por las mentes conspiranoicas: la huida de Adolf Hitler a Argentina en los últimos momentos de la Segunda Guerra Mundial.
De las redes a algunos medios en busca de click, y la bola seguirá creciendo durante unas semanas. En este caso, X o Tiktok no tienen más culpa que el resto de medios tradicionales que desde hace 80 años siguen alimentando al mito del Hitler argentino. Las supuestas huidas del dictador se convirtieron en un filón para editoriales y productoras de televisión con la particularidad de que en el siglo XXI ha habido más producciones sobre este tema que en los 50 años anteriores.
Los hechos reales, los que ningún historiador serio pone en duda, es que Hitler y su esposa Eva Braun se suicidaron en el búnker de la cancillería del Reich el 30 de abril de 1945 ante el asedio soviético. Como el dictador ordenó a sus subordinados que le acompañaron en los estertores subterráneos del Tercer Reich, su cuerpo y el de su pareja fueron calcinados en el patio hasta la práctica desaparición. Más tarde, dos miembros de las SS sepultaron en una fosa los restos carbonizados, que unos días más tarde fueron desenterrados por soldados del Ejército Rojo. La biografía canónica del historiador Ian Kershaw relata que cuando llegaron los soviéticos los restos de Hitler cabían en una caja de puros. Y allí es donde se llevaron los únicos restos, parte de la mandíbula y dos puentes dentales que fueron confirmados como auténticos por un técnico que había trabajado para el personal dentista de Hitler que comprobó los archivos. En el siglo XXI un grupo de científicos franceses confirmaron la autenticidad. En realidad, la mandíbula no era la pieza clave para confirmar la muerte, las investigaciones soviéticas y aliadas habían llegado a la misma conclusión. Décadas después, las memorias personales de personajes que vivieron las últimas horas de Hitler no hicieron sino confirmar los hechos: Hitler se había suicidado en el búnker.
Una de las últimas imágenes tomadas de Hitler.
La huída de Hitler a Argentina
Las teorías sobre la huida de Hitler a Argentina surgieron inmediatamente después del final de la Segunda Guerra Mundial, alimentadas por la confusión generada en torno a su muerte. La Unión Soviética no aclaró inicialmente qué había ocurrido con el líder nazi tras la toma de Berlín, dejando espacio para especulaciones. En un encuentro privado con el legado estadounidense Harry Hopkins, el 26 de mayo de 1945, Stalin declaró: «Hitler no ha muerto, sino que está escondido en alguna parte». Quizá había huido a Japón en un submarino, añadió el dictador soviético, según recoge Richard Evans en Hitler y las teorías de la conspiración (Crítica) en el que repasa algunos de estos mitos. Stalin sabía que su homólogo austriaco había muerto el búnker pero le interesaba crear la duda para fortalecer su postura de tratar con dureza a los alemanes.
Pronto circularon rumores sobre su supuesta huida secreta mediante submarinos alemanes hacia Sudamérica, especialmente a la Patagonia argentina. El destino americano no era casual, durante el gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1955), el país acogió activamente a numerosos oficiales nazis, ofreciéndoles refugio y una vida segura lejos de Europa. Figuras siniestras como Adolf Eichmann, Franz Stangl, o Josef Mengele encontraron refugio en Sudamérica, lo que legitimó ante la opinión pública mundial la posibilidad de que Hitler también hubiese escapado hacia allí.
En los años cincuenta, la huída del dictador ya había entrado en la mitología popular y hasta prácticamente el final del siglo XX, los avistamientos de un anciano dictador retirado en la Patagonia eran tan recurrentes para algunos como los del yeti. De hecho, muchas veces compartían el mismo espacio en revistas esotéricas e incluso algunos autores de libros y artículos alternaban este tema con el de avistamientos de ovnis.
En el fondo, todas estas teorías comparten el mismo espíritu de ir contra las “versiones oficiales”, ya sea la muerte de Elvis, el 11-M o el suicidio de Hitler. Las toneladas de pruebas no sirven de nada ante el que solo escoge los informes que le interesa, traza líneas entre puntos inconexos y escribe sus obras en condicional. En el caso la huída a Argentina, se multiplican las similitudes con cualquiera de los temas favoritos de los seguidores del misterio: declaraciones de segunda mano, anónimas, no confirmadas, y en el que las únicas imágenes reales son burdas manipulaciones. El mismo humo que emanan cada noche los programas de fantasmas y extraterrestres.
El problema de desmentir todas estas versiones que niegan a académicos expertos en un tema radica en que nos movemos en el plano de las creencias. Si un ciudadano corriente decide creer que los mayores expertos del mundo en la figura de Hitler o del cambio climático se han coordinado al unísono guiados por sombríos intereses de “las élites” para ocultar la verdad mágicamente revelada por un anónimo de internet, poco pueden hacer estudios forenses o informes del IPCC. Recuerden, hablar con un conspiranoico es como tratar de jugar una partida de ajedrez con una gallina. Revoloteará sobre la mesa, picoteará las piezas y las movera sin ningún sentido, defecará sobre el tablero y se marchará pensando que ha ganado.
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