No tiene nada que ver con el exministro español, pero su nombre resuena con fuerza en la literatura. Jorge Fernández Díaz, escritor y periodista argentino, ha conquistado el Premio Nadal 2025 con ‘El secreto de Marcial’, una novela que, como un espejo del alma, refleja la memoria familiar, la identidad y las heridas que deja el paso del tiempo.
Autor de obras imprescindibles como ‘El hombre que se inventó a sí mismo’, ‘Mamá’ y ‘El puñal’, Fernández Díaz ha convertido su pluma en un bisturí con el que disecciona la realidad, el thriller político y las emociones más profundas. Su prosa, precisa y conmovedora, entrelaza el periodismo con la literatura, dejando al descubierto los secretos que marcan a las familias y los silencios que pesan más que las palabras.
En ‘El secreto de Marcial', publicada por Destino, el autor reconstruye la figura de su padre, Marcial Fernández, un emigrante asturiano que, como tantos hombres de su época, nunca encontró la forma de comunicarse con su hijo. Durante años, el único lenguaje que compartieron fue el del cine clásico de Hollywood, un vínculo hecho de sutilezas y miradas furtivas frente a la pantalla del televisor. Ahora, desde la distancia del tiempo y la madurez, Fernández Díaz vuelve sobre aquella historia, desentrañando los silencios, los miedos y los afectos que, aunque nunca se dijeron en voz alta, siempre estuvieron allí.
Porque al final, como confiesa Marcial en su lecho de muerte, somos lo que vimos: aquellas escenas que nos hicieron soñar, las palabras que no supimos decir y los silencios que, sin quererlo, construyeron nuestra historia. Jorge Fernández Díaz nos sumerge en una novela donde la memoria se entrelaza con el cine y la vida, donde los lazos familiares no siempre se tejen con palabras, sino con imágenes imborrables. Y quizás, en ese eco de lo que vimos y vivimos, se encuentre la clave de quiénes somos realmente.
P. ¿Cómo surgió la idea de escribir ‘El secreto de Marcial'? ¿Es una idea que estuvo rumiando durante mucho tiempo?
R. Sí, se podría decir que lo estuve rumiando toda la vida, porque mi padre siempre fue para mí un enigma, un personaje desafiante y secundario al mismo tiempo. Mi madre era una matriarca que lo ocupaba todo, y mi padre se fue resignando poco a poco a los márgenes, a vivir fuera de la familia. Cuando él murió, apareció mucha gente en el cementerio que nosotros no conocíamos, llorando, tan o más apenados que nosotros. Y ocurrieron muchos episodios, después de su muerte, que reforzaron en mí la idea de que llevaba toda una vida paralela que desconocíamos. Eso se convirtió en un gran interrogante para mí.
Desde hace 10 años intento escribir sobre mi padre sin saber cómo hacerlo. Escribir sobre mi madre, hace 22 años, me implicó utilizar las técnicas del periodismo. No grabé las conversaciones, pero sí tomé notas de todo lo que ella me contaba. La entrevisté durante unas 50 horas. Luego entrevisté a mi padre e hice una especie de memoria familiar. Tenía documentación para hacerlo, y más que una novela fue una crónica novelada. Pero en este caso, mi padre había muerto, sus amigos también. Casi todos se llevaron a la tumba sus secretos. Hace unos tres años me di cuenta de que debía contar esta historia como novela y que debía tener la idea de una película, como si fuera una especie de película literaria.
P. La emigración española en Argentina es un telón de fondo importante en la novela. ¿Cómo cree que esa experiencia migratoria influye en la identidad y en las relaciones familiares?
R. Creo que fue absolutamente fundamental porque la inmigración en el siglo XX fue muy copiosa e importante. Me refiero a la inmigración italiana, la de distintos sitios… Pero la española fue decisiva en Argentina. Un porcentaje enorme de la población creó una España en ese patio de atrás, en el fin del mundo. Una España con sus rituales, con sus melancolías, con su cultura. Una España que creó una cultura de progreso incesante, de mezcla con Argentina, adoptando algunas de sus costumbres hasta convertirse en otra cosa.
Recuerdo que mi madre, después de muchos años, volvió a España. Estando en Barajas, veía cómo actuaban los españoles y decía que no los reconocía. Claro, ella lo que reconocía eran los españoles de Argentina.
P. En la historia, las películas de Hollywood juegan un papel crucial en la relación entre padre e hijo. ¿Por qué decidió que el cine fuera ese vínculo emocional?
R. En verdad, no lo decidí yo. Creo que descubrí cómo escribir la novela cuando recordé las películas que veía en casa con mis padres. Fueron más de 200. Para escribir el libro, las volví a ver y las estudié a fondo. Nosotros vivíamos en un barrio pobre de Buenos Aires, que ahora está de moda: Palermo, el Palermo de Borges. Pero en los años 60 era un Palermo humilde. Mi padre era camarero, mi madre también, y les costó mucho salir de allí.
Por aquel entonces solo había dos lugares donde acogerse a esa España que habían dejado atrás: el Centro Asturiano de Buenos Aires y un pequeño televisor en blanco y negro que teníamos en casa. Cada sábado veíamos cinco o seis películas seguidas. Esa fue nuestra ventana al mundo. Mis padres, que habían visto poco de él, se enteraron de cómo era gracias a esas películas. Las viejas cintas de Hollywood de los años 40 y 50 mostraban un mundo de mujeres con vestidos elegantes, hombres en esmoquin, pitilleras de oro, épica, amistad, traición y secretos. Un mundo al que no podíamos acceder de manera real.
Creo que no somos lo que comemos, sino lo que hemos visto. Cada generación tiene sus referentes y estos conforman una educación sentimental que construye una conciencia.
P. En uno de los capítulos habla de una película en concreto en la que dice que una mujer mala acaba haciendo cosas buenas, y una mujer buena acaba haciendo cosas malas. Y se plantea, ¿se puede ser buena persona y ser infiel? ¿Marcaron estas historias su visión de las relaciones?
R. Yo tenía 10 años y, de repente, descubrí que había, entre comillas, chicas malas y chicas buenas. ¿Con quién había que casarse? A mí me gustaban las chicas malas. Obviamente, hoy se puede ver como una falacia, pero en ese momento era muy perturbador.
Me acuerdo de que me dejaron ver ‘Breve Encuentro'—lo cuento en la novela—, y en el colegio me regañaron. Es una película en la que dos personas buenas se enamoran, dos personas buenas que, a su vez, están casadas con otras dos personas buenas. Estos dos protagonistas viven un romance, un drama tremendo de amor imposible, y se separan. Entonces, a esa edad, me planteé: ¿se puede ser buena persona e infiel al mismo tiempo? Fue un impacto fulminante en mi cabeza. También la idea de que podían ocurrir cosas tremendamente importantes fuera del campo familiar y que nosotros nunca nos enteráramos.
P. ¿Cómo fue el proceso de construcción del personaje de Marcial? ¿Qué elementos le parecían esenciales para retratarlo?
R. Yo traté de tomar notas durante mucho tiempo sobre mi padre, pero para hacer una novela tenía que convertir a mi padre en un personaje literario, Para construir este libro no lo podía hacer con las armas del periodismo y de la documentación. Por lo tanto, algunos lutos familiares que nunca pudimos probar, tenían que convertirse en literatura pura. El truco para mí, la carpintería literaria de García Márquez, consistía en anudar la vida y las películas, la ficción y la realidad de manera sutil, para que nadie pudiera saber dónde terminaba una y comenzaba la otra.
P. La figura paterna en la historia parece representar no solo a un padre concreto, sino a toda una generación de hombres marcados por la emigración y la dureza de la vida. ¿Cree que aún arrastramos ese legado en las familias de hoy?
R. Creo que sí. En parte, diríamos hoy que son las viejas masculinidades de ese momento, de varias generaciones atrás, de padres a los que no les gustaba mucho comunicarse con sus hijos. Esa generación que no podía decirles te quiero, te admiro, cuídate a sus hijos. No sé… ese tipo de comunicación directa y emocional que, para mí, ahora, por ejemplo, me resulta muy fácil con mis hijos, pero a mi padre le resultaba imposible.
Cuando yo tenía 19 años, casi no nos hablábamos. Me iba a apuntar como voluntario en la guerra de Manila y él me llamó al café donde yo era camarero para preguntarme si me acordaba de la película 'Los mejores años de nuestra vida'. La historia trata sobre tres soldados que volvían de la guerra, y uno de ellos había perdido los brazos. Lo que me estaba intentando decir con esto era que no fuera a la guerra, que estaba preocupado por mí… pero usaba el cine para señalármelo de manera única. Cuando revisé un poco lo que habíamos vivido, encontré varios de estos episodios.
P. En la novela, el hijo busca descifrar quién fue realmente su padre. ¿Es posible conocer completamente a nuestros padres, o siempre quedará un lado oculto?
R. Creo que en toda novela, como dice Cercas, tratamos de responder a una pregunta: ¿quién es el padre? Es una pregunta subversiva, inquietante. Ninguno de nosotros sabe del todo quién es su padre. Conocemos ciertos episodios en los que han estado con nosotros, pero no los vemos como hombres deseantes. No sabemos cuáles eran sus sueños íntimos ni qué hicieron fuera del ámbito familiar. Sin embargo, las madres tienen un vínculo más emocional y directo con los hijos, aunque también pueden guardar grandes secretos.
Freud dice que hay un relato de consenso sobre las familias. Este relato, aparentemente, es la verdad. Sin embargo, dos hermanos pueden discrepar en varios puntos clave. Freud lo llama “la novela familiar” porque la familia crea su propia narrativa. Cuando uno escarba en ese terreno, al final se encuentra a sí mismo. Conocer la verdadera vida de nuestros padres y abuelos nos implica directamente. Nos pasamos la vida en un presente sin entendernos, tratando de comprendernos a nosotros mismos. Creemos que nos conocemos, pero la vida nos sorprende. Muchas de las claves de quiénes somos están en lo que fue nuestro padre.
P. En este sentido, ¿qué opina sobre la noción de que “todo hijo es un reflejo de su padre”?
R. Es una mezcla, por supuesto. Somos la obra de nuestros padres y después, por supuesto, de la experiencia de cada uno. Cuando digo nuestro padre, no solo digo el padre y la madre, sino también los abuelos, toda una tradición familiar que, por más que hayamos creído que cortamos con esa familia, esta sigue presente en el día a día, en las actitudes que tenemos o en las cosas que pensamos. A veces somos una mezcla de varias personas que han estado en esa familia. De manera que creo que indagar sobre el padre es indagar sobre uno mismo.
P. La novela ha sido descrita como bella y dolorosa. ¿Cómo manejó ese equilibrio entre la emotividad y la crudeza de la historia?
R. No sé si es tan cruda. Puede serlo. Como escritor desde hace muchos años, siempre digo lo mismo: para mí fue tan importante Borges como John Ford; Hemingway como Billy Wilder; Scott Fitzgerald como William Wyler. Quise que mi libro tuviera ternura y dureza, algo que se ve mucho en Ford. Ese tono representa mi vida y me moldeó. Siempre pienso en el paso del tiempo de manera fordiana, de forma cinéfila. Aunque me cuidé de que no fuera una novela cinéfila, es una novela que mezcla cine y vida, pero no hace falta haber visto esas películas para comprenderla.
P. ¿Cómo fue recibir el Premio Nadal con esta novela? ¿Esperaba este reconocimiento?
R. Había una esperanza de recibirlo, por supuesto. Lo que me sorprendió, viviendo en Argentina, fue que este premio resultara una bomba mediática. A pesar de ser periodista y estar muy curtido, llevo ya muchas campañas de lanzamiento y muchos libros escritos, sentí un cimbronazo enorme a nivel mediático. He hecho cerca de 80 entrevistas en España; ha sido impresionante. Me ha llamado todo el mundo, desde Serrat hasta Sergio Ramírez. Algunas de estas personas me contaron que también habían vivido algo parecido con sus padres. Así que me parece que eso es lo más bonito que ocurrió con el Nadal.
P. ¿Le gustaría que se hiciera una película de la novela?
R. Me gustaría. He tenido mucha suerte en la vida, pero todavía no he podido ver una de mis obras convertida en película, aunque me han comprado los derechos de muchos libros. Sin embargo, nunca se ha acabado ninguno de estos proyectos. Creo que mis novelas son muy cinematográficas y eso engaña a los productores y directores, que creen que es fácil llevarlas al cine. Pero no, mi literatura como la de Manuel Puig, se sirve de cine pero no debe ser tan sencillo dirigir y armar una película con uno de mis libros.
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