Cultura

La lengua como arma política del nacionalismo, explicada por un historiador de izquierda

Los que en el 1996 celebraban la victoria de Aznar con un “¡Pujol, enano habla castellano!”, y los que una década después multaban en Cataluña a varios comercios por rotular

  • La actriz y miembro de la Xunta pola Defensa de la Llingua Asturiana Natalia Suárez Ríos en una manifestación por la Oficialidad del Asturiano.

Los que en el 1996 celebraban la victoria de Aznar con un “¡Pujol, enano habla castellano!”, y los que una década después multaban en Cataluña a varios comercios por rotular en español apoyaban uno de los mayores artificios de ingeniería social, las comunidades monolingües. Uno de los principales historiadores del siglo XX Eric Hobsbawm lo tenía claro: “El factor explosivo del lenguaje es el nacionalismo”. Una de las herramientas evolutivas más fascinante del mundo animal se transforma con el tamiz nacionalista, en el garrote con el que aporrear al vecino. 

“Las lenguas nacionales son casi siempre conceptos artificiales y de vez en cuando, como el hebreo moderno, virtualmente inventadas”, señaló el investigador marxista en su clásico ‘Naciones y nacionalismo desde 1780’. Y como la mayoría de los elementos que envuelven a cualquier nacionalismo son sorprendentemente recientes. Cuando los Borbones pasaron por las guillotinas revolucionarias solo la mitad de sus súbditos hablaban en francés. Setenta años más tarde, en el momento de la unificación italiana, se estima que solo un 2 o 3% de los habitantes de la bota hablaba italiano. 

Tuvieron que pasar décadas entre la aparición del nacionalismo, comienzos del siglo XIX, y la asociación inseparable a una lengua como condición de nacionalidad. Lo “natural”, lo más frecuente en las sociedades pasadas, era la coexistencia de distintas lenguas dentro de un mismo país, región, o una propia persona. “Nada es menos común que los países habitados exclusivamente por personas de una sola lengua y cultura uniformes”, señalaba el historiador en 1996, en uno de los textos que compone Sobre el nacionalismo, publicado recientemente por la editorial Crítica.

La obra que recopila el pensamiento del autor sobre distintos aspectos del nacionalismo muestra el rechazo y la desaprobación que sentía hacía el nacionalismo. No obstante, el pensador marxista era consciente de su enorme fuerza: “El patriotismo en manos del movimiento obrero es una arma poderosa. El patriotismo en manos de la derecha está plagado de peligros”, mencionaba recordando la guerra de las Malvinas.

Balcanización

El paso del tiempo ha dado la razón a muchos aspectos que señaló Hobsbawm hace más de un cuarto de siglo. El historiador advertía que la regionalización sistemática de Europa hacía resurgir el espectro de la balcanización general. Hobsbawm apuntaba al ejemplo de los croatas de crear una lengua exclusiva a partir del serbocroata unificado, como el modelo para que cualquier político que se lo proponga pueda lograr algo similar. 

Reivindicar la educación oficial en una lengua diferente a la ya establecida, cuando ello no aporta ninguna ventaja obvia a los educandos, era una forma de reconocimiento de poder y de estatus

Este sábado, el antiguo líder de Izquierda Unida Gaspar Llamazares anunciaba su presencia en una manifestación en favor del reconocimiento del asturiano y el gallego-asturiano junto al castellano. La marcha también reclamaba que se garantice el derecho a conocer y usar esas lenguas, y que se incluya el compromiso de que por ley se fijarán los términos y ámbitos de su uso oficial, una de las promesas electorales del actual presidente socialista, Adrián Barbón. De encontrarse entre nosotros, Hobsbawm podría haber duplicado su extensa obra solo analizando el magnetismo de parte de la izquierda actual hacia cualquier identitarismo proveniente de los regionalismos o nacionalismos periféricos.

El historiador señalaba que “reivindicar la educación oficial en una lengua diferente a la ya establecida, cuando ello no aporta ninguna ventaja obvia a los educandos, era una forma de reconocimiento de poder y de estatus”, y una vía de proporcionar un empleo privilegiado para un cuerpo de militantes nacionalistas o regionalistas.

Estos intentos de ingeniería social vendrán siempre camuflados como fines culturales para la pervivencia de una lengua, y bien seguro que muchos de los que los apoyan creen de forma sincera en su misión salvadora, pero ¿hasta qué punto merece la pena? ¿Cada territorio con lengua propia debe enseñar, multar, rotular y burocratizar en esa lengua? En su artículo "¿Todas las lenguas son iguales?", Hobsbawm ponía el ejemplo de que ningún biólogo molecular estonio escribirá sus artículos en su idioma si quiere ser leído. Llevado al extremo, ¿veremos una 'Plataforma per la Llengua' que aborde la exclusión de idiomas propios en el lenguaje de programación informática?, suena ridículo, pero tiempo al tiempo.

Estas políticas lingüísticas siempre juegan con fuego, para el caso catalán Hobsbawm apuntaba al riesgo de que los “habitantes pobres y con pocos estudios” de esta región bilingüe se vieran “privados de su ventaja original de hablar y escribir una de las pocas grandes lenguas internacionales, el español”.

Las batallas del nacionalismo lingüístico las libraban periodistas provinciales, maestros de escuela y funcionarios subalternos con aspiracionesEric Hobsbawm

No parece que la oficialidad del bable esté entre las principales preocupaciones de la población del Principado. Desde un punto de vista histórico, las clases trabajadoras raramente eran propensas a apasionarse por la lengua como tal. La complejidad de las sociedades modernas burocratizadas, alfabetizadas y con sistemas de educación pública universal dificulta la comparación con las comunidades preindustriales, mayoritariamente campesinas, analfabetas y con escasa movilidad territorial. Pero hasta bien entrado el siglo XX, al pueblo llano no era un tema que le preocupara e imperaba la practicidad en el uso y el aprendizaje. 

Hobsbawm recuerda que a comienzos del siglo XX, las diferencias lingüísticas entre francófonos y flamencos de territorio belga no impidieron que ambos grupos formaran un solo movimiento obrero. Y los socialistas de la época solían menospreciar al nacionalismo acompañándolo del término “pequeñoburgués”. “Las batallas del nacionalismo lingüístico las libraban periodistas provinciales, maestros de escuela y funcionarios subalternos con aspiraciones”, señalaba Hobsbawm, en eso parece que no hemos cambiado tanto.

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