"Esta película muestra lo que nunca se ha visto", se advierte al comienzo de El ministro de propaganda, que llega a los cines españoles este viernes. A diferencia de otras cintas sobre el nazismo, en esta ocasión, el cineasta alemán Joachim Lang decide mostrar "la perspectiva de los perpetradores" en una cinta que, según continúa en los rótulos iniciales, es "arriesgada pero necesaria". Lo que aborda esta película -el apoyo del pueblo alemán al nazismo- no es algo novedoso, pero resulta interesante contemplar desde el presente las mentiras con las que se consiguió que la población secundara la barbarie de Hitler.
Esta película arranca en 1938 y en escena aparece el verdadero protagonista del filme: Joseph Goebbels (a quien interpreta Robert Stadlober), el "hechicero" y maestro de la propaganda de la Alemania nazi, capaz de despertar el fervor popular hacia el Führer, de esconder la verdad, manipularla y a continuación difundirla para moldear el estado de ánimo de los ciudadanos a su antojo. El bulo, las "fake news" o la desinformación encontraron en este miembro del Tercer Reich su máximo exponente y en estos 135 minutos de metraje se reflejan los entresijos detrás de la manipulación.
Joachim Lang deja claro que su intención no es solo realizar un retrato del personaje histórico, tampoco humanizar a Goebbels ni acercar al espectador a sus circunstancias personales, aunque de paso lo consigue, sino situar el presente histórico ante un espejo. En esta película las imágenes reales se funden con las recreaciones en un montaje que pretende evocar el horror en las conversaciones, basadas en registros y archivos, pero también en las pulsiones humanas de estas personas, a quien habitualmente se reflejan en el cine desde la caricatura, el escorzo psicológico y la barbarie en una búsqueda por hallar lo monstruoso en unos personajes que, al fin y al cabo, son seres humanos. Se suma así en este intento a la también alemana El hundimiento (2004), dirigida por Oliver Hirschbiegel, valiente también en mostrar el lado más despreciable de Hitler y su personalidad perturbadora, grotesca y sanguinaria. Esa es también, sin duda, la mayor aportación de la película que ahora se estrena, un atrevimiento que una vez más brota de un cineasta alemán, preocupado en esta ocasión, tal y como ha señalado en varias entrevistas, en los ecos que ve en el presente ante los discursos de odio y el aumento de la extrema derecha en los parlamentos de algunos países.
Maestro de la propaganda
Por ello, el director huye del tono de fábula para armar un retrato realista y próximo a los personajes históricos. Así retrata aquí a Hitler, un ególatra empeñado en dejar huella en la historia, para lo que cree que una guerra es imprescindible e incluso positiva, a quien se ve firmando sentencias de muerte mientras termina una apetecible tarta en su solitaria cena de Nochebuena, a quien no le tiembla la voz al hablar convencido de la necesidad de aniquilar a todo el pueblo judío. A su lado, su séquito de generales y consejeros, entre los cuales Goebbels se ganó su mayor confianza y admiración. En el gabinete del Führer aparecen también Göring, Himmler y Rosenberg, entre otros.
Pero ante todo, muestra a Goebbles como un gran orador, capaz de levantar los ánimos de la población; convertir a Hitler en un ídolo de masas; convencer de que los judíos estaban contra el pueblo alemán y marcarlos a ellos con un distintivo; prohibir imágenes del gueto de Varsovia y aumentar en buena medida el porcentaje de películas de humor para aumentar el ánimo; e incluir en los informativos imágenes espectaculares de los ataques que habían sido rodadas con maquetas. Goebbels fue el maestro de la propaganda y experto en seducción, capaz de convertir una derrota en una victoria o, más bien, convencer al pueblo de ello.
Más allá de la secuencia histórica, lo más interesante de la película de Joaquim Lang es una primera parte en la que acerca al espectador a los aspectos más mundanos de Goebbels, con los que consigue conectar en un intento por convertir en humano lo que la historia ha convertido en monstruoso, incluso cuando la humanidad significa también estar próximo al horror. Casado con Magda Goebbels y padre de cinco hijos, el ministro de propaganda tuvo quealejarse por órdenes de Hitler de su amante, a quien llegó a mantener como si fuera su segunda esposa, y continuar su matrimonio como referente y ejemplo de buena conducta ante la población. Pese a todas las advertencias, y a pesar de contradecir la decisión de Hitler de llevar la guerra hasta sus últimas consecuencias, mantuvo su puesto de honor porque siempre tuvo claro cómo despertar el odio de las masas. Tal y como refleja El ministro de propaganda, Goebbels siempre tuvo claro qué tecla pulsar.