Menudísima, vestida como una adolescente de largos pantalones anchos y una finísima raya azul celeste delineada en el contorno de los ojos, la escritora Rosa Montero espera la que puede que sea su tercera o cuarta entrevista del día. La autora de Crónicas del desamor (1979) ha escrito un nuevo libro, una especie de biografía-novela-ensayo-cuaderno en la que valiéndose del diario que escribió la Premio Nobel Marie Curie tras la muerte de su esposo, Montero propone una reflexión sobre la vida.
Se trata de La ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral, 2013), en cuyas páginas la novelista narra las coincidencias y la perplejidad que causó la científica, no sólo porque ella, Montero, también ha experimentado la pérdida de su esposo, sino en una versión más compleja de la vida en la que entran el dolor, pero también muchos otros matices. Escrito con una prosa personal, llena de hanshtangs como #Palabra o #hacerLoQueSeDebe, Rosa Montero dice no haber hecho un libro sobre el duelo o la muerte. “Yo lo que creo que he querido conquistar en este libro es la serenidad y, de hecho, falta como Hashtang, porque creo que lo he descubierto ahora”.
Rosa Montero escribe, a veces, como si intentara recuperar un lugar en el mundo, para hacerse un hogar más confortable y seguro. Aunque ella insista en que se trata de una reflexión sobre lo maravilloso de la vida, abundan en sus páginas conflictos entre la propia libertad y el #hacerLoQueSeDebe y para ello se mira en el espejo de una mujer que, para llegar donde lo hizo, se dejó los huesos. “Hacer lo que se debe es una jaula obsesiva y compulsiva que termina siendo destructiva. Estoy intentando librarme de eso”, dice en esta entrevista.
-La ridícula idea de no volver a verte, más que duelo parece un ejercicio de individuación a través de la escritura.
-Para la inmensa mayoría de los novelistas la palabra es estructuradora. Desde que yo me recuerdo, me recuerdo escribiendo. Es vital para ponerte de pie, como un esqueleto exógeno. Ya en La loca de la casa, yo decía que la imaginación era salvadora. Que todos, los que escriben (y también los que no) la necesitamos. Y este libro es un paso más en esa idea: toda nuestra vida es un relato y su éxito o fracaso reside en el relato que nos hacemos de ella. Somos, sobre todo, palabras en busca de un sentido.
-Pero hay algo deliberado, usted busca en su protagonista un espejo. Las similitudes que establece entre usted y Curie van más allá del hecho de haber perdido a alguien. Ambas son perfeccionistas, emocionales, estrictas.
-Hubo una conexión más allá del hecho de la muerte. Porque este no es un libro sobre el duelo, es un libro sobre la vida y en la vida está la muerte. Y uno de los aprendizajes esenciales de la vida es saber qué hacer con el dolor. Yo ya conocía a Marie Curie y me encantaba. Cuando leí el diario me di cuenta de que ella es un espejo de aumento para ver reflejadas cosas de mi vida y de la de todos. Salvando la distancia descomunal de su talento, encontré cosas en común. Ella es obsesiva, yo no tanto; su culpa y sus ganas de cargar con el dolor del mundo; yo también lo tengo. La tuberculosis; yo la tuve de pequeña. Ella es apasionada; yo también.
-Marie Curie era una mujer que se maltrataba. No comía, se sometía a largas horas de trabajo, incluso a veces parece que se siente menos que su marido. Lo escribe usted: “Algo le faltaba, para tratarse mal”
-Marie Curie, estoy segura, era anoréxica, aunque no entro ahí, pero una mujer que come sólo dos bocados de salchicha y una taza de té al día... Ella tuvo una vida tan difícil que para no romperse tuvo que prescindir de muchas cosas. Ese punto que tiene, que a mí no me gusta, de misionera de la ciencia; tan austero, tan seco, de maltrato a sí misma, de no darse nada, ni siquiera arreglarse o pintarse, todo eso la humaniza, indica el alto precio que tuvo que pagar para afrontar los retos que se propuso.
-Su personaje está volcada en controlar, sujetar, contener. A usted le pasó algo similar. Durante años constriñó su yo más fantástico, se sometió a una mutilación literaria.
-La maduración como escritor pasa por conquistar la libertad. Esa conquista de la libertad interior es muy difícil de lograr porque no sabes de lo que te tienes que liberar. Uno es una respuesta a las presiones exteriores. Crees que eres de una forma, pero no. Eres un artificio que responde a lo que los demás piden de ti. Desde muy pequeña tuve una dualidad, que me parece muy natural, de ser por un lado tremendamente lógica y tremendamente fantástica.
-Pero, como usted misma ha dicho alguna vez, esa mutilación de lo fantástico en su escritura buscaba que no la tildaran de practicar una literatura femenina.
-No, al contrario. Eso forma parte del tópico machista que hace separaciones absurdas entre hombre sy mujeres, como si fuéramos muñecos de feria y que nos aprisionan a todos, a las mujeres doblemente, pero los hombres también pierden mucho en los estereotipos machistas: les quitan los sentimientos, no pueden llorar, un montón de cosas absurdas. Dentro de ese tópico machista, date cuenta que yo entré a trabajar muy joven en una sociedad tremendamente machista de los últimos años del franquismo, no podías sacar a relucir la fantasía porque se suponía que aquello eran varagosas tontunillas de mujer, como digo ahí Pero no es que lo piense. Claro, era tan difícil que te admitieran en un entorno competitivo dominado por hombres, era fomentar la parte más masculina. Yo era capaz, en una discusión, de estar a la altura de un tío y ganarle. Y lo fantástico, que era rechazado por el desdén masculino, yo lo guardaba. Eso me costó, no lo pasé a la novela hasta los 38 o 39 años, que escribí Temblor.
-En el libro usted insiste en una cierta idealización de la mujer fuerte, que es una figura tremendamente devastadora.
-Ella tuvo que ser fuerte y para eso tuve que ponerse una armadura.. ¿Y de dónde sacas esa armadura? Del calcio de los huesos. O lo mismo que yo te decía, que ocultaba durante tanto tiempo la fantasía, que es un tipo de mutilación, ella por qué iba de misionera de la ciencia, que no se pintaba, que no se permitía nada, porque si no, ni la hubiesen mirado. Tenía que borrarse como mujer para que la escucharan. En una sociedad tan injusta, tan desequilibrada, se sufre mucho. Todo lo que logró, lo logró con un precio muy alto. Marie Curie no se destruyó, ella ganó como una guerrera llena de cicatrices. Ella, una mujer anoréxica, que pesaba kilo y medio, removiendo un caldero de 10 toneladas de mineral, para sacar su radio es una imagen de la vida, no de la muerte.
-Pero el radio la mató.
-Pero ella no lo sabía, era imposible saberlo. Eso forma parte de la creación, de la investigación, del descubrimiento. No lo sabían. Durante más de 30 años se estuvo vendiendo lana radioactiva para bebés. Yo no lo veo como algo destructivo, sino como un acto de creación.