Las intolerancias alimentarias están ‘a la orden del día’. Entre los síntomas que pueden producir se encuentran el malestar general, las náuseas o los gases, y es importante saber que no todas son iguales. En función de su origen, se debe seguir uno u otro tratamiento y se realizan pruebas diferentes para cada una de ellas.
Para empezar, debemos saber que, según datos de la Organización Mundial de la Alergia, cerca de 520 millones de personas padecen algún tipo de intolerancia a los alimentos; en Europa son más de 17 millones de personas y de éstas, 3,5 millones tienen menos de 25 años.
En el caso de España son dos millones de pacientes los que sufren algún tipo de reacción al tomar ciertos ingredientes o al incluir algunos en su alimentación diaria. En la infancia, son habituales algunas intolerancias al huevo y al pescado.
Es fundamental conocer que no es lo mismo una alergia a un alimento que una intolerancia. La primera se produce cuando el organismo entra en contacto con un alérgeno, es decir, una sustancia que el organismo identifica como una amenaza y para defenderse de ella “desencadena un proceso inflamatorio mediante la producción de anticuerpos IgE, causando desde rojeces, erupciones o lagrimeo hasta edemas, inflamación de labios y boca, problemas respiratorios o shock anafiláctico, una reacción alérgica grave que puede causar la muerte”, según explican desde Sanitas. La reacción alérgica se produce de inmediato y lo mejor es evitar ese alimento de manera radical.
Si hablamos de intolerancia, ésta se produce cuando el cuerpo no es capaz de digerir un compuesto de los alimentos y puede provocar ciertos problemas digestivos (náuseas, dolor abdominal, episodios de diarrea…). Incluso, puede ser causa del acné, de dolores de cabeza y de pérdida de peso. Algunos síntomas aparecen tiempo después de comer algo y hay posibilidad de reeducar al organismo para que poco a poco vuelva a aceptar ese alimento. La intolerancia afecta al metabolismo, la alergia al sistema inmunológico.
La principal diferencia con la alergia es que una intolerancia, pese a que puede ser muy molesta, no es tan grave como la primera. El 30 por ciento de las personas cree ser alérgica a algún alimento al notar algunos síntomas estomacales, pero solo padecen alergia el 2 por ciento de los adultos. En el resto de casos, hablamos de una intolerancia alimentaria.
Lactosa, gluten… Y mucho más
Sin duda, las dos intolerancias de las que más se oye hablar son a la lactosa y al gluten (celiaquía). La lactosa es un tipo de azúcar presente en la leche que está formado por glucosa y galactosa. Para metabolizarla necesitamos una enzima que se llama lactasa y sin ella es imposible digerirla.
Las personas intolerantes a la lactosa no poseen suficiente enzima de la lactasa en el intestino delgado por lo que pasa al intestino grueso y provoca dolores, hinchazón abdominal y otros síntomas digestivos muy molestos y desagradables. Se calcula que siete de cada diez personas pueden sufrir este tipo de intolerancia a lo largo de su vida.
La intolerancia al gluten es aquella que padecen las personas cuyo organismo no puede asimilar el gluten, proteína que se encuentra en el trigo, el centeno, la cebada y la avena. Cuando un celíaco consume algún producto con gluten, nota una reacción inflamatoria en el intestino que puede provocar vómitos, fatiga, dolor abdominal y pérdida de peso.
Este tipo de intolerancia se mantiene durante toda la vida y es de base autoinmune. La solución, siempre después de que el médico nos haya hecho la prueba pertinente y nos confirme que somos celíacos, es no consumir esa proteína para que la mucosa del intestino se regenere sin problemas y desaparezcan así los síntomas asociados.
Intolerancia a la fructosa. Quizá esta es una de las intolerancias menos conocidas. La fructosa es un azúcar natural que se encuentra sobre todo en la fruta. Cuando se produce la intolerancia es porque el aparato digestivo no es capaz de descomponer la fructosa y absorberla de la manera adecuada.
Entre los alimentos que hay que evitar si nos detectan esta intolerancia se encuentra la fruta muy madura y aquellos alimentos con azúcar añadido. Los síntomas son parecidos a los de la lactosa, aunque puede provocar también estreñimiento.
Intolerancia a la histamina (Déficit DAO). Igual que la de la fructosa, pocos conocen de su existencia. Aquí no hablamos de una intolerancia a un determinado alimento, sino que se trata de una sustancia que no está solo en algunos productos (como en el queso, las verduras o el vino), sino que es también producida por el organismo.
Lo habitual es tener una enzima que se encarga de metabolizar la histamina cuando se acumula: la diaminooxidasa (DAO). Las personas que son intolerantes a la histamina no producen la suficiente cantidad de esta enzima como para llegar a disolverla y esto provoca problemas digestivos importantes.
Intolerancia a la sacarosa. Este problema incluye cualquier producto que contenga azúcar, por lo que habría que eliminar la mayor parte de los alimentos dulces, de repostería y todo aquello que lleve azúcar convencional.
Las intolerancias alimentarias pueden ser hereditarias
Hay tres tipos de intolerancias alimentarias:
- Primarias. Son las que se heredan y pueden aparecer a cualquier edad. Tienen una difícil solución y pueden ir a más con el paso de los años.
- Secundarias. Se pueden revertir con una dieta adecuada que ayude a la mucosa del intestino a recuperar su salud anterior en poco tiempo.
- Deficiencia congénita. Es una intolerancia parecida a la primaria, pero con la diferencia de que la deficiencia congénita aparece ya desde el nacimiento. Son muy poco comunes.
¿Cómo detectarlas?
Cuando sentimos algunos de los síntomas descritos anteriormente, lo mejor es acudir al médico y que sea él el que nos indique qué pruebas debemos realizarnos. Existen dos tipos de pruebas: test de aire espirado o test de aliento que, mediante cromatografía de gases se mide la concentración de hidrógeno, metano y anhídrido carbónico en el aire espirado. También existen test genéticos que estudian los genes responsables de la mala absorción de los azúcares (lactosa y fructosa) y del gluten.