Vivir por encima de los 3.000 metros de altitud sigue siendo una capacidad reservada a unas pocas comunidades de la Tierra, dispersadas en los altiplanos de los Andes y el Tíbet. Los individuos que viven en estas regiones se han adaptado a la escasez de oxígeno, las temperaturas extremas y a la radiación solar, con una fisiología mucho más eficiente en estas situaciones. Para el resto de los humanos, en cambio, desenvolverse en estas alturas supone un serio problema. "La primera vez que caminas a 4.500 metros de altitud te sientes como un anciano de 80 años", asegura el arqueólogo Kurt Rademaker. "Te quedas sin respiración si te mueves, te sientes como si hubieras subido escaleras y muy débil".
"A 4.500 metros de altitud te sientes como un anciano de 80 años".
El equipo de Rademaker lleva diez años trabajando en Perú tratando de entender cuándo llegaron los primeros humanos a estas zonas y cómo se adaptaron. Después de una intensa búsqueda, él y sus compañeros acaban de documentar en la revista Science el hallazgo del asentamiento humano a más altura de la Edad de Hielo, los restos dejados por un grupo que habitó en la cuenca del Pucuncho, en los Andes peruanos, a 4.500 metros de altitud. Los restos tienen una antigüedad de unos 12.000 años y están casi 1.000 metros más arriba que el asentamiento más antiguo documentado hasta ahora, en Argentina. "Nuestra principal conclusión es que los humanos llegaron a estos lugares tan remotos al final de la Edad de Hielo y eran increíblemente capaces de adaptarse a ambientes muy extremos", explica Rademaker a Next. "Y ahora sabemos que llegaron a estos lugares de Los Andes mucho antes de lo que nos parecía posible".
La pista de la obsidiana
La búsqueda de Rademaker en las alturas comienza con un pequeño enigma al pie del mar. "Estábamos trabajando en la costa de Perú", relata el investigador, "en el asentamiento de Quebrada Jaguay, uno de los primeros poblados de pescadores en toda América, de unos 13.000 años de antigüedad". Entre los aparejos y herramientas que poseía este grupo de pescadores especializados encontraron algo que no tenía sentido. "Tenían una pequeña cantidad de obsidiana, una roca volcánica que no se encuentra en la costa y que no pudo llegar allí por un río o por un fenómeno natural", prosigue. "De alguna manera, la gente tuvo que llevarlo hasta allí. La obsidiana viene de los volcanes y los volcanes están en los Andes, así que o bien fueron los propios pescadores a por la roca o comerciaron con otro grupo viviendo en los Andes".
Rademaker siguió una pista geológica que empezó a la altura del mar.
Durante los siguientes años, Rademaker siguió la pista de la obsidiana en busca de la fuente original de la que podían proceder aquellas rocas de Quebrada Jaguay. "Y la encontré", nos cuenta, "Pasé años buscando hasta que hallé una de las mayores fuentes de obsidiana de Sudamérica, en los Andes, y eso me dio una zona limitada en la que trabajar, sabía que debía haber un sitio arqueológico, era una cuestión de explorar". Si encontraba a los humanos que habían extraído la obsidiana en la misma época que los restos de la costa, la historia terminaría de cuadrar.
Sus esfuerzos se vieron recompensados en 2006 cuando exploraba una zona de los Andes a más de 4.000 metros de altitud, analizando la composición del terreno. "Estaba caminando con mi mochila por la zona sobre una colada de lava", recuerda. "Iba a acampar al lado de un río cuando subí a una colina y encontré un enorme yacimiento de herramientas de piedra. Enseguida me di cuenta de que era especial, pero entonces miré hacia arriba y me encontré con un refugio en la roca con señales claras de haber sido habitado". Aquella fue una primera pista de que quizá había encontrado a los comerciantes de obsidiana que andaba buscando, pero aún era pronto para saber la antigüedad de los restos. Un año después, acompañado de un estudiante, Rademaker volvió a la zona y a unos kilómetros del lugar encontraron otro posible asentamiento y, lo que es más importante, los restos de una "punta de cola de pescado", un tipo de punta de lanza muy particular. "Cuando los arqueólogos encontramos una de éstas, aunque esté en la superficie, sabemos sin necesidad de datarlo con el radiocarbono que ese sitio pertenece al final del Pleistoceno", asegura. "Aquello era una pista fundamental".
Después de varias temporadas de excavaciones los científicos han encontrado en los sitios de Cuncaicha y Pucuncho decenas de utensilios, restos de huesos de animales y de raíces que consumían como alimento. Y han obtenido alguna información muy valiosa sobre cómo vivían aquellos primeros habitantes de la zona más remota de los Andes. "Ahora sabemos que eran cazadores especializados, que cazaban los animales más grandes de la cuenca - probablemente vicuñas -y que hacían herramientas de material local pero también de otros lugares, por lo que puede que comerciaran". ¿Pueden ser estos humanos los que hicieron llevar la obsidiana hasta la costa? "Para mí es extremadamente probable", responde el arqueólogo. "La composición de la obsidiana es exactamente la misma que la encontrada en Quebrada Jaguay y la distancia al lugar es de 150 km en línea recta".
La adaptación genética a estos ambientes pudo ser muy rápida, o se produjo después.
Además de la historia de la obsidiana, el trabajo de Rademaker es especialmente interesante porque rompe con algo que hasta ahora se daba por sentado. "Los arqueólogos pensaban que eran necesarios muchos miles de años entre los primeros asentamientos y los de más altitud, y que la gente tenía que desarrollar adaptaciones genéticas antes de poder asentarse en un lugar como los Andes. Ahora tenemos que explicar cómo es posible". Las dos opciones son igualmente fascinantes: puede que los humanos desarrollaran adaptaciones genéticas muy rápido y mucho antes de lo esperado, o que las adaptaciones no fueran necesarias para empezar a vivir a estas alturas y los cambios en el genoma se produjeran después. "Ahora sería interesante que arqueólogos y genetistas trabajaran juntos para conocer qué pudo suceder", asegura el investigador.
La pregunta que sigue quedando encima de la mesa es ¿por qué subió aquella gente hasta allí, de qué huían para vivir en una zona con características tan extremas, donde la temperatura anual media no supera los 3º C? "No sé porque la gente subió hasta allí", responde Rademaker, "pero es una gran pregunta. Puede que siguiendo animales que migraban, o solo porque los humanos somos exploradores natos y quisieron saber qué había allí arriba, en la cima". En cualquier caso, matiza, cuando llegaron a Pucuncho se encontraron con una zona que es como un oasis comparado con otros lugares de la misma altitud. Aquí, a diferencia de lugares como Atacama, hay agua y vegetación, está lleno de arroyos, plantas, hierbas, animales como las llamas y alpacas y hasta un tipo de arbusto para hacer fuego.
Los resultados, en cualquier caso, desafían todo lo que se pensaba hasta ahora sobre la adaptación humana a ambientes extremos y sitúan este avance hacia las zonas más altas solo 2.000 años después de la entrada de los primeros humanos en Sudamérica, lo que indica que aquellos hombres eran capaces de colonizar los lugares más remotos e inhóspitos del continente sin necesidad de grandes periodos de aclimatación.
Referencia: Paleoindian settlement of the high-altitude Peruvian Andes (Science)