"No quiero hablar de Cristiano Ronaldo". Fernando Santos, seleccionador de Portugal, zanjaba así en la comparecencia de prensa posibles preguntas espinosas con respecto al partido que acababa de terminar. Un empate a cero ante Austria que obliga a los lusos a no fallar en la última jornada si no quieren caer en un ridículo histórico dentro del que muchos tachaban como el grupo más asequible del torneo.
Lo cierto es que la Seleção das Quinas no hizo para nada un mal partido en lo coral (mereció ganar, de hecho), pero se enfrenta a un dilema serio: los servicios de Moutinho, la electricidad de unos Nani y Quaresma rejuvenecidos o las internadas del prometedor Guerreiro parecen no concordar bien con las permanentes ansias de protagonismo de Cristiano. El madridista aspira a ser el héroe del equipo en cada lance y eso cala el motor de Portugal, que se atora en el histerismo de su gran estrella.
Consciente de que no cuajó un buen debut contra Islandia, el de Madeira volvió a pretender ser Sísifo. No está tan mal rodeado como él cree pero nadie parece atreverse a decírselo. Sus números arrojan estadísticas sorprendentes: ha lanzado 36 faltas directas con su selección en eventos internacionales (Eurocopas y Mundiales) y no ha embocado ni una. En la cita gala, sólo él ya acumulaba más tiros a puerta que Austria, su rival de anoche, al completo. Para lo bueno y para lo malo, es insaciable.
Su desesperación se vio ahondada por dos factores contra los centroeuropeos: un gol anulado y un penalti fallado. Tandas aparte, Cristiano Ronaldo ha marrado cuatro de las últimas cinco penas máximas que ha chutado juntando fútbol de clubes y de combinados nacionales. Frente a Hungría, un plantel con una defensa frágil, tendrá una buena ocasión de resarcirse. O de abrir los ojos para saber que el camino al éxito luso ha de ser forzosamente colectivo. A menudo se acusa a Portugal de no ofrecer a Cristiano lo suficiente como para llegar lejos; en esta Eurocopa, está siendo al contrario.