La propaganda montó en cólera. Y hasta Ancelotti, comprensivo patológico, afirmó que entendía todos los silbidos del Bernabéu menos esos del sábado dirigidos a Cristiano. Todas las campañas y lavados de imagen del mundo no han conseguido que el insólito Balón de Oro 2013 caiga bien en las canchas que visita; lo que en ningún caso se contemplaba después de tanto trabajo era que iba a escuchar silbidos en su propia casa. Merecidos, además, porque la jugada que desató el alarido de la grada fue de un individualismo intolerable, tan egoísta que la protesta surgió espontánea pese a la dimensión del señalado. No era una negación a la totalidad de Cristiano, que sigue como ídolo mayor, sino un reproche puntual a una acción de lo más antipática. Pero la bronca escandalizó a sus aduladores y hasta les metió miedo: a ver si se va a enfadar el portugués y se va a ir. Otra vez como si fuera más importante el jugador que cien aficionados.
El problema de la hinchada del Madrid no es que silbe ocasionalmente a Cristiano, sino que no hay quien se aclare con ella. Hoy es una torre de Babel en la que confluyen cientos de idiomas y mensajes contradictorios. No se aclara por dentro y no se la descifra por fuera. No tiene claros sus principios, desajustados incendiariamente en la era Mourinho y confundidos artificialmente por los que tratan de imponer desde los despachos una línea editorial cambiante que no responde a los resortes convencionales. Hoy un blanco no sabe lo que está bien o lo que está mal, lo que es propio o no de su escudo, lo que implica su documento nacional de identidad. La mezcla del mourinhismo y el florentinato (del que le hace los planes por detrás) ha desmontado al Madrid como religión o ideología.
Lo han vuelto un club emocional y acústicamente impredecible, con posicionamientos frágiles y variables, con insultos y aplausos impensables que van de un extremo a otro sin mucho sentido ni explicación, con rivalidad interna. Hoy se pita a Casillas y se ovaciona a Di María después de tocarse su virilidad frente a la grada, se corea a Diego López y luego se le silba, se ensañan con el Rayo desde el minuto dos, se llora por los árbitros y se cantan canciones con la letra escrita en octavillas, se afea a Cristiano y se le idolatra… Al madridismo, que respondía a un perfil definido y reconocible, hoy no lo entiende ni dios. No es que su opinión haya dejado de ser soberana, simplemente es que ya no se sabe cuál es.