La imagen del Sevilla y del sevillismo ha sido arrastrada cruelmente por el suelo. No es sólo que su presidente, José María del Nido, tenga que dejar el cargo condenado a siete años de cárcel por los delitos de malversación y prevaricación. Es que escenificó su renuncia a través de un multitudinario homenaje que llenó de emoción a él y a los suyos, pero que resultó delirante y hasta irritante a ojos de cualquier ciudadano.
Se trataba en teoría de una conferencia de prensa, pero en el salón de actos del Sánchez Pizjuán no sólo había periodistas. Incluso estaban en minoría. Allí, arropando al directivo, se encontraban jugadores, entrenadores, empleados, directivos y hasta aficionados. Los aplausos y las condecoraciones constantes chocaban con los motivos vergonzantes que ahí les habían reunido.
“Me he equivocado y he hecho daño al Sevilla”, confesó Del Nido en medio de un discurso cargado de agradecimiento, emotividad y populismo. Pero su pecado con respecto al Sevilla no sólo ha sido permanecer en el cargo más tiempo de lo recomendado, arriesgarse a ser condenado estando en la presidencia de la entidad, que también. El peor favor que le ha hecho al club de sus amores ha sido despedirse así, regalar la imagen al mundo de que el Sevilla reacciona con vítores ante los episodios que en el fondo le sacan los colores, ensuciarlo del todo. El colmo del sinsentido fue que los ultras, apostados con pancartas críticas a las puertas del estadio y gritos de reproche, fueron por una vez los que mostraron normalidad y coherencia.