La figura de Johan Cruyff, clave en la historia del Barcelona, influyó también colateralmente en el eterno rival. Como némesis en el césped y también en los banquillos. Hasta su llegada al club catalán en 1973, el Real Madrid había dominado en gran medida la confrontación, tanto en duelos directos como en palmarés, pero el aterrizaje en Can Barça del mito holandés cambió decisivamente el sino de los cara a cara contra su enemigo capitalino.
El relato del de Amsterdam como antagonista del Real Madrid comenzó incluso antes que su matrimonio con el Barcelona. En 1973, el fútbol preciosista de Ajax estaba en su apogeo y había sometido a un catenaccio que hasta ese momento parecía innegociable. Habían ganado tres Copas de Europa y habían fraguado la espina dorsal de la espectacular 'Naranja Mecánica'. Ese mismo año, se abrieron las fronteras en el fútbol español y los ajacied negociaron la venta de Cruyff a un Real Madrid que quería recuperar lustre tras la retirada de Di Stéfano.
El acuerdo parecía una realidad cuando las dos partes se encontraron con la rebeldía del muchacho. Johan estaba molesto y el Barça de Agustí Montal aprovechó para entrar en escena. El holandés, orgulloso, llegó a plantarse: era la Ciudad Condal o nada. Así que, tras arduas negociaciones, el club catalán pagó 60 millones de pesetas de la época para que el Balón de Oro vistiera la elástica culé. Ese fue su primer gol ante el Madrid.
El segundo se produjo durante un partido que muchos recuerdan como un punto de inflexión en el devenir de la Liga: el 17 de febrero de 1974, el Barcelona goleó por 5-0 a los blancos en el Santiago Bernabéu, firmando el triunfo azulgrana más abultado de todos los tiempos en un Clásico disputado en el coliseo de Concha Espina. Las huestes de Luis Molowny tuvieron, además, que sufrir un gol memorable de Cruyff, que retrataba a García Remón y a su defensa para los restos.
En 1975 se abría un paréntesis en el banquillo del club culé, sin Rinus Michels capitaneando el barco, que remendarían por un año el germano Hennes Weisweiler y Laureano Ruiz. Porque en 1976, con Michels de regreso, la Liga volvería a ser barcelonesa con tantos de Cruyff en los Clásicos. El Barça ganó 3-1 el primero de la temporada y empató a uno en el segundo, en ambos con protagonismo del neerlandés.
Su balance como jugador en los duelos contra los merengues fue positivo: jugó ocho partidos, de los cuales ganó cuatro, empató dos y perdió dos. Anotó tres goles y ganó Liga y Copa del Rey durante sus cinco años de corto en el Camp Nou. Pero como entrenador, su legado es, si cabe, más profundo.
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Tras periplos por Estados Unidos y de vuelta por su país, Johan decidió sentarse en los banquillos. Lo hizo primero en 1985, en un Ajax con el que había retomado relaciones, y más tarde, en 1988, comenzó una revolución en el Barça que aún es palpable en la actualidad.
Gabardina calada y Chupa Chups en mano, dirigió en dieciséis Clásicos ligueros, de los cuales ganó siete (entre ellos, otra 'manita': aquella en el Camp Nou con gol tras 'cola de vaca' de Romario), empató cuatro y perdió cinco. Una vez más, los números son positivos, pero no lo suficiente para describir todo el significado de una obra inconmensurable que también llevó a Barcelona la primera Copa de Europa de la entidad, hecho que contribuía a comenzar a dejar de mirar al vecino de Madrid con reparos continentales.
El hombre que confesó que le pidió en su día un autógrafo a Alfredo Di Stéfano dio otra dimensión a una rivalidad que hoy es universal. Y que vivirá un nuevo capítulo con el apellido del maestro grabado en el pecho de las camisetas de los pupilos. A él querrán brindarle los de Luis Enrique un Clásico que, en este caso más que nunca, no será un partido cualquiera.