El rescate de Chipre entraña varias lecciones sobre Europa. La primera y más llamativa quizá sea que envía una clara señal a los paraísos fiscales sitos en el Viejo Continente, unos países diminutos en los que el sistema financiero está claramente sobredimensionado y, por lo tanto, no podrían soportar a sus bancos si aconteciese el desastre. Al final, los Estados grandes tienen más capacidad para proteger a los depositantes.
Es fácil poner la vista en Luxemburgo, cuyo sistema bancario ha alcanzado 22 veces el PIB, un tamaño notablemente superior a las 8 veces el PIB que tenía el chipriota. Por no hablar también de países como Liechtenstein, Andorra o Mónaco. El caso de Suiza es distinto, ya que puede librarse porque maneja su propia voluta y su banco central se implica mucho en sostenerla.
Chipre, un caso singular
El severo castigo a Chipre ocurre por tres razones: sirvió de blanqueador para dinero de dudosa procedencia; permitió que la banca creciese sin mesura; y ofrecía unos tipos impositivos que competían con las mayores naciones de la eurozona. Ahora, Nicosia tendrá muy difícil valerse por sí misma sin otras fuentes de riqueza que no sean el turismo. No es de extrañar que los chipriotas, al igual que los irlandeses, tratasen de defender su modelo económico, propio de un país pequeño.
Y de ahí se deriva otra lección: el tamaño importa. Los chipriotas han sufrido un tratamiento muy severo que no ha obtenido, por ejemplo, España. En este sentido, un comentario del ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schaüble, ha resultado bastante ilustrativo al tiempo que demoledor: los depósitos colocados en otros países pequeños están seguros “siempre que los Estados sean solventes”.
Es decir, el moralismo tudesco no se cortará un pelo a la hora de infligir daño sobre depositantes o bonistas... en tanto pertenezcan a países pequeños. Y al margen de que sean los tudescos quienes soportan la mayor parte de la factura y puedan o no tener razón en sus planteamientos, ello refleja otra lección: la hipocresía germana.
El doble rasero
La propia Merkel ha celebrado que en el caso de Chipre paguen los responsables de la crisis. Sin embargo, si los alemanes hubiesen sido tan estrictos en los rescates anteriores, entonces también tendrían que haber metido mano a los bonistas senior. Pero nunca lo han hecho, porque en los otros salvamentos estos títulos se hallaban en manos de los grandes fondos de pensiones, de inversión o aseguradoras, muchos de ellos teutones.
Lección cuarta: ¿Cómo se dice meter la pata en holandés? ¿Acaso será Dijsselbloem? Las primas de riesgo periféricas se dispararon y las bolsas se desplomaron en cuanto el holandés Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo, afirmó este lunes que el patrón de Chipre podría aplicarse a los nuevos rescates y que éste era un ejemplo deseable, pues había que intentar retirar la carga de los contribuyentes para dejarla exclusivamente sobre los hombros de los inversores privados.
Quizá Dijsselbloem se olvidó convenientemente de que su país, Holanda, registra unos niveles de endeudamiento privado similares a los españoles, cercanos al 200 por cien del PIB, y que alberga más del doble de depósitos extranjeros que España, en parte debido a que actúa como un cuasiparaíso fiscal.
La Troika, dividida
Tres años después, Europa ha vuelto a quedar en evidencia como una pobre gestora de la crisis. Por lo general, no ha sabido ni coordinarse, ni enviar los mensajes correctos a los mercados, ni romper con los intereses estrictamente nacionales.
La misma Troika, compuesta por el BCE, la Comisión y el FMI, ha estado muy dividida en torno al rescate de Chipre. El BCE y la Comisión se mostraron muy preocupados por los efectos que causarían si tocaban a los bonistas o los depositantes; mientras que el FMI insistía en no endilgar una deuda impagable al Estado chipriota; y los alemanes criticaron a la Comisión porque estuviese tan dispuesta a gastar alegremente el dinero de otros.
La quinta moraleja extraida de esta atribulada historia consiste en que no mencionarás el nombre de los bonistas senior y los depositantes en vano. Los mercados se tomaron con cierta calma lo sucedido en Nicosia porque se consideraba un caso especial… Hasta que abrió la boca Dijsselbloem. Rehenes de cualquier declaración inopinada, los miembros de la eurozona siguen sin contar con unas normas fijas a las que atenerse.
La esperanza reside en la sexta enseñanza: al menos, en el último minuto, las autoridades europeas siempre consiguen reconducir la cacofonía creada para que suene a algo parecido a lo que los mercados, nuestros prestatarios, esperan. Aunque, por supuesto, se sigan sin resolver las cuestiones de fondo.
Y ello se traduce en unas soluciones poco transparentes y democráticas, que terminarán provocando desafección con Europa. En las negociaciones sobre Chipre, por unos días no se supo quién apoyaba qué. Incluso se ha buscado la aplicación de la ley concursal con el fin de poder saltarse una apurada votación en el Parlamento de Nicosia.
"A pesar de nuestra decepción, el distanciamiento con Europa no era posible", manifestó este lunes el presidente chipriota, Nicos Anastasiades. La UE ya se asemeja a un matrimonio mal avenido que no se divorcia porque sale demasiado caro.
Sin noticias desde Berlín
Lección séptima: queda mucho para la unión bancaria y, por lo tanto, para disipar de una vez por todas las dudas sobre el euro. Alemania continúa reacia a asumir su liderazgo. De modo que el juego de dominós sigue su curso. Chipre cayó arrastrada por una quita en sus inversiones en Grecia de unos 5.000 millones, justo la cantidad que las autoridades europeas han exigido a Nicosia que aporte para su propio rescate.
También podemos agarrarnos a otra conclusión: el BCE funciona. El músculo del banco central ha vuelto a ser decisivo tanto a la hora de amenazar a Chipre con desconectar a sus bancos si rehusaban llegar a un acuerdo, como a la hora de asegurar la tranquilidad al mercado pese a la incertidumbre de las elecciones en Italia y el episodio chipriota. La institución presidida por Draghi es la principal garantía de que, por el momento, no habrá más corralitos.
El próximo peligro radica más bien en que los Gobiernos de la periferia han vendido en el último trimestre más deuda que nunca desde que se inició la crisis soberana y, en cualquier momento, los inversores podrían sentir que se asoman al abismo y toman demasiados riesgos, sobre todo si no se solventa el impasse transalpino.